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La escuela, la familia y la máquina de hacer lectores

La escuela, la familia y la máquina de hacer lectores


Yolanda Reyes, escritora y pedagoga colombiana, señala que cuando un chico dice ¡Odio leer!, en realidad no se trata de un gusto, una elección o una preferencia, sino más bien de las malas experiencias y de los encuentros desacertados con la lectura, desprovistos de motivación y riqueza.

Seguramente, ese chico solo accedió a lecturas aisladas y esporádicas, de selecciones improvisadas y poco adecuadas. Ese sería nuestro pronóstico.

Veamos en detalle.

No somos lectores naturales. Nos hacemos lectores porque nos leen, porque vemos leer a los adultos que nos rodean, porque vemos libros y nos tientan y porque nos enseñan a poder leer.

Entonces, nos hacemos lectores no solo por la escuela sino también por los papás y las mamás, por los abuelos y los tíos y hasta por los hermanos mayores.

Nos hacemos lectores porque nos enseñan a leer en la escuela y porque mamá nos enseña a hacer una torta contándonos paso a paso el procedimiento.

Papá nos marca un chiste en el diario para compartirlo y la abuela nos cuenta cómo se enamoró del abuelo. Mamá viene con el libro en la mano a la cama e inventa una historia diferente inspirándose en los dibujos.

Nos hacemos lectores cuando miramos juntos una película y la comentamos hasta el cansancio, visitamos una librería y nos quedamos horas, aun si no vamos a comprar nada.

O cantamos una canción que sabemos de pe a pa. En definitiva, convertirnos en lectores es un proceso complejo en el que influyen muchos condicionantes y en el que la escuela es solo una parte.

Continuar en casa la formación del lector se da en cada escena donde la palabra tiene un lugar primordial, la comunicación, el intercambio.

Solo así enriquecemos nuestras posibilidades expresivas y extendemos al infinito nuestro vocabulario. No porque esté bien hablar bien, sino porque más herramientas para decir son más herramientas para ser y pensar.

No hay duda entonces: leer con los chicos cotidianamente refuerza el contacto con los textos, fortalece vínculos y prepara el camino de un incipiente camino lector.

Sabiendo que los adultos que promueven verdaderamente la lectura en los niños no regalan libros y los ofrecen cual golosinas, sino que leen con ellos, comparten la lectura, los diálogos posteriores y se comprometen.

Rocío Brescia, especialista de Fundación Leer (www.leer.org).

 

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