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Fábulas del callejón iluminado 🌔 «Si al final del camino no encuentran nada, vuestro mérito será haber emprendido el viaje».

Por Juan Emilio Rodríguez Hernández. Cuento del gato y la luna.

Así como hay muchos mitos alrededor de la misión Apolo 11, aquella que nos llevó como humanidad por primera vez a la luna, parece que hay una historia que no conocemos y que fue cuidadosamente encubierta por los integrantes de aquella misión. ¿Sabías que también pudo ser la primera vez que un gato estuvo en la luna? Fábulas del callejón iluminado es un entretenido cuento del escritor venezolano Juan Emilio Rodríguez, recomendado para todas las edades. ¿Será verdad? 🤣🤣🤣

¿Qué fue la misión Apolo 11?

Misión Apolo 11 en la luna

La misión Apolo 11, que despegó el 16 de julio de 1969, fue la quinta misión tripulada del Programa Apolo llevada a cabo por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) de los Estados Unidos y la primera en la historia en lograr que un ser humano llegara a la Luna, por lo que es considerada como uno de los momentos más significativos en la historia de la humanidad. La nave Apolo hizo el alunizaje el 20 de julio, 4 días después, y al día siguiente dos astronautas: el comandante Neil Armstrong y Edwin «Buzz» Aldrin, se convirtieron en los primeros en caminar sobre la superficie lunar.
El Apolo 11 fue impulsado por un cohete Saturno V desde la plataforma LC 39A y lanzado a las 13:32 UTC del complejo de Cabo Kennedy, en Florida (EE. UU.).

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Fábulas del callejón iluminado

De las historias gatunas la que seguidamente voy a contar, ocupa entre los gatos lugar destacado. Ésta consigue escapar de los tejados porque hace poco comencé a entender sus maullidos.

Fábulas del callejón iluminado - Cuento del gato y la luna
Imagen de Andrea Stöckel bajo licencia CC0 Public Domain

Existía una vez en la ciudad de Caracas, un gato de manchas negras y blanco pelambre, obsesionado por devorar la luna, que a él se le antojaba hecha de jugoso queso de mano. Y aunque sus amigos, una pandilla compuesta de gatos domésticos y callejeros trataron de disuadirlo, explicándole que la luna sólo es para mirarla y cantarle. Las noches de luna llena volvieron a encontrar a Locotruz trepado en los árboles más altos creyendo alcanzarla de ese modo.

Pronto, ante el temor de que otro miau más avispado le madrugara; temor presente cuando miraba la luna en otra de sus fases, dejó de monear árboles y optó por ascender elevadas montañas.

Lamentablemente, Locotruz solo consiguió fatigarse, similar a un ratón acosado por un gato. Y que lo despidieran por undécima ocasión del hogar donde prestaba sus servicios. ¿Quién soporta al minino de la casa maullándole a la luna mientras los ratones saquean la despensa?

El satélite seguía invitándolo desde el espacio a hincarle el diente…

… pero Locotruz, escaldado, empezó a desesperar.

¡Demonios! ─pensó─ ¿Deberé andar toda mi vida acosando ratones mientras esa enorme torta, huérfana de comensal, sigue intocable…? ¿Por qué no soy como todos los gatos, que únicamente miran hacia arriba para cerciorarse de que ya pueden largarse a los tejados a maullar?

Correteando un cotejo para ahuyentar el hambre y sus preocupaciones lo consiguieron sus amigos; los fieles. Los otros se habían esfumado al perdurar Locotruz en su manía.

Locotruz ─le dijeron─, hemos conseguido una mujer que está tan interesada como tú por la luna.

El gato habituado a desconfiar de los humanos preguntó:

¿También ella quiere comérsela?

Eso no lo sabemos; pero pasa horas enteras contemplándola desde la ventana de su casa.

Si lo sabré yo ─terció una gatica blanca llamada Garrasegura─, que me vi obligada a buscar otra casa, pues con su maldita chifladura nada que buscaba comida para las dos.

¡No gile! ─chilló Locotruz a punto de mandarlos de paseo─. Insuperable aliado me buscan. ¿Es que no ven lo flaco que estoy?

Ya lo hemos notado, pero si deseas comer luna debes olvidar esas pequeñeces y unirte a la mujer… Por lo menos unas migas te tocarán.

Locotruz sacudió los bigotes con furia y gritó:

¡Migas? ¡Jamás! ¿Me oyen…? Mis años de espera merecen mayor recompensa. ¿Es que no lo comprenden todavía?

A decir verdad, algunos de los gatos al darse cuenta que el enjuiciamiento del amigo por el planeta iban en aumento, consideraron zambullirse en el monte y desaparecer. Pero dos barcinos sosegaron a los inquietos y aventuraron:

¡Cálmate, Locotruz! Nuestro deseo es verte comiendo queso lunar pronto.

Es verdad ─volvió Garrasegura─. Solo, ni siquiera las has olfateado.

La gatica bajó la cabeza; acababa de recordar el chapuzón que se diera Locotruz en una quebrada del cerro El Ávila por seguir el reflejo de la luna en las aguas.

Está bien ─concedió el gato soltando la cola del cotejo que tomara antes─. Indíquenme dónde vive esa mujer.

Era el primer piso de un edificio en Chacao, situado en una calle estrecha.

No terminaba Locotruz de ingresar por el balcón, cuando fue recibido con esta exclamación:

¡Bienvenido, felino de la noche! Con tu claridad surgiendo de las sombras me recuerdas a la amada luna. Acomódate por ahí, miso inspirador. Mi casa es tuya.

Locotruz no entendió del todo las palabras de la mujer. Pero se animó sin dejar de discurrir, mientras restregaba el lomo en las piernas de la dueña: «Primera casa donde no me ordenan, como saludo, cazar ratones».

Transcurrieron varias noches sin que apareciera la luna.

El gato, entretanto, se limitaba a observar en silencio a la mujer. Todo le gustaba de la casa, menos la escasez de alimentos; lo cual lo llevó a pensar un día: «Con razón no me ordenó exterminar ratones… si no hay».

A la quinta noche, luego de mucho juguetear con las nubes, apareció la luna en lo alto.

Locotruz no lo pensó dos veces, y se acomodó runruneando en la ventana al lado de la mujer.

Ésta, embelesada, la contemplaba. El gato, presa de emoción, estaba por pedirle la mitad del manjar. Pero, entonces, observó que la mujer en lugar de asir un cuchillo, lo que esgrimía era un lápiz y un trozo de papel donde empezó a escribir mientras declamaba:

Sales, luna, y dejas huella
en el sueño de cada hombre.
Volverás mañana o el verano entrante
Y las nubes excitadas correrán
a mostrarte el camino de la noche
Como hacen en mi pueblo las muchachas
cuando llega alguien importante.
Si cansada de inspirar
a pobres y poetas
rompieras el libro sin palabras
donde determinada está tu ruta,
tu ausencia no valdría
ni para la oscura noche.
Pues siempre habrá un niño,
que jurará haberte mirado
escondida detrás de una estrella.

Guardó silencio la mujer atesorando el lápiz en su seno, y el gato (aunque no lo supo por ser gato) se sintió igual al niño que espera para su cumpleaños una bicicleta, y solo le entregan una caja de galletas.

Locotruz bañó a la poeta con una mirada de momia, y saltó como un rayo hacia la noche callejera.

Pasaron dos meses y pico, y nuevamente fueron los amigos de Locotruz en su búsqueda.

Demás está decir, que cada vez eran menos los que seguían apreciando al lunático como amistad. A ello contribuía que los felinos se habían ido enterando de la rabia que consumía a Locotruz contra ellos por el asunto de la poetisa. Sin embargo, en los pocos gatos fieles ─aunque algunos humanos sostengan que los gatos sólo piensan en ratones y sardina cruda─, la solidaridad con el obcecado era más fuerte que el temor.

Donde sabían que empezaba la montaña donde se guarecía Locotruz detuvieron, precavidos, la marcha.

Tras unos instantes, comenzaron a darle maullidos.

Una lluvia de piedras aderezada con maldiciones gatunas los recibió.

El séquito frenó en seco. Y un gato rabopelado no lo pensó dos veces para devolverse vociferando:

¡Basirruqui! ¡Yo me largo!

Los otros gatos se miraron las caras considerando la posibilidad de imitar al gato rabopelado. Pero Garrasegura dio dos saltos hacia adelante y gritó:

¡Locotruz! Somos tus amigos…

Esta vez las piedras cayeron más cerca de ellos.

Queremos enseñarte algo… ¡Locotruz! ─siguió la gatica impertérrita─. Voy a subir sola, y si me das una pedrada y me matas, recuerda: únicamente queríamos ayudarte a comer luna.

Como se verá Garrasegura no se andaba con cuentos a la hora de dramatizar.

Siguió un largo silencio en la montaña de El Ávila, interrumpido quedamente por el ruido de las cornetas de los automóviles, atrapados en la cola urbana de cada día.

Garrasegura reanudó el avance. Los otros gatos, luego de un ligero titubeo, comenzaron a imitarla.

Déjenme en paz o ¡no respondo!

En un recodo del sendero apareció Locotruz.

Sus ojos eran dos ranuras, y en sus manos se balanceaba amenazadora una fonda, goma o china.

De nuevo renació en algunos gatos el deseo de zambullirse entre los palos y bejucos.

¡Locotruz!, por favor ─clamó la gatica a punto de ponerse a llorar─. Solo pedimos que nos escuches. Nada más. ¡Te lo prometo! Después nos iremos.

El gato le enseñó sus pupilas.

Está bien ─accedió─. Pero que sea rápido. Nada más de verlos se me enciende la sangre.

Los otros gatos alcanzaron a Garrasegura, y sentándose sobre las patas traseras, hablaron:

Estimado, amigo; comprendemos que sigas enojado con nosotros. Pero debes reconocerlo… todo fue producto del deseo de verte comiendo luna…

¡Bueno! ¡Ya! ─bramó Locotruz de mal talante, paseando una mirada inquisidora por el rostro de los gatos─ ¿Qué es lo que quieren?

¡Mira! Queremos mostrarte algo.

Locotruz inició un acercamiento hacia los gatos.

Pero de improviso, arrepentido, se detuvo e inquirió:

¿Y eso qué es?

Un recorte de periódico ─informó la gatica mientras lo desplegaba─. Entérate de lo que dice.

Locotruz se desesperó.

Garrasegura, no me vengas con otro de tus bochornosos planes…

Garrasegura, como dama ofendida, recogió la cola, y aclaró:

Disculpa; había olvidado que no sabes leer. ¡Escucha! «La humanidad entera aún no se repone de la noticia. El próximo 16 de julio se verá por primera vez a un hombre del planeta tierra, posar sus plantas en la luna. El cohete partirá desde la base de…»

Locotruz abandonó sus aires de «perdonavidas», y de un salto cayó al lado de Garrasegura.

¿Ahí dice eso?

¡Claro, tonto! Si desconfías de mí, pídele a otro que te lo lea.

Los gatos se removieron inquietos: ninguno de ellos sabía leer. Pero se tranquilizaron cuando oyeron que Locotruz decía:

No, no es desconfianza, pero me parece un sueño que al fin pueda… ¡Oye, gatica! ─se interrumpió el gato─ ¿No será ese el recorte de un libro que escribió un tal Julio Verne? ─la chiflada aquella siempre lo mencionaba.

Si serás bobo ─respondió Garrasegura, dueña ya de la situación─, este es un periódico de los que informan a los humanos. Tiene fecha de ayer y se lo quité al perico de su jaula esta mañana.

¿De ayer? ¡Canastos! Entonces debo darme prisa, pues 16 es la otra semana.

Locotruz echó a correr cerro abajo mientras gritaba:

Gracias, amigos míos. Prometo traerle un pedazo a cada uno. ¡Chao, Garrasegura!

Y llegó el 16 de julio.

La humanidad junto con los padres del proyecto, saludó alborozada la partida del cohete rumbo a la luna. Lo que desconocían en la base de la misión espacial es que muy lejos, al pie de la montaña de El Ávila, una pandilla de gatos igualmente seguía atentos el despegue. Y es que con los tres astronautas, escondido entre los complicados mecanismos del cohete también iba Locotruz.

Éste, nomás al remontarse la nave se quedó dormido. Solo él conocía las calenturas, sinsabores y empellones sufridos para llegar, primero hasta el sitio de lanzamiento, y luego, embarcarse… Pero ahí iba, dispuesto a comer gustoso queso.

Cumplimos con informar que un ser no identificado viaja en la nave con nosotros.

La alarma cundió por la base de operaciones.

¡Pronto! ¡Redúzcanlo! Aplique el gas paralizador. Puede ser un marciano o un…

¡Ya está identificado! Es un inofensivo minino, y está dormido. A través de las cámaras lo mostraremos a ustedes.

Desde la base soltaron una maldición.

¿Cómo pudo burlar nuestras extremas medidas de seguridad…? No lo enfoque más, ¡por Dios! Que el presidente ignore este incidente.

Queremos instrucciones: ¿Bajará con nosotros, o debe quedarse en la nave?

Una nueva maldición ascendió hasta el cohete.

Bueno, ¿qué? ─apremió la voz desde el espacio─. ¿Debe…?

Dentro de la base hubo consultas apresuradas.

El padre del proyecto dice que lo deja a vuestra elección. Pueden dejarlo alunizar, si creen que no representa peligro para la misión.

No, no parece. Sin embargo, veremos cómo se comporta cuando despierte.

Perfecto; queda en sus manos. Pero ya saben que el mundo no se entere de ese condenado gato.

Por supuesto, todos estos diálogos, de parte y parte, fueron hechos en clave. De ahí que el mundo no se enterara de este percance. Bueno… esto es lo que se desprende de la narración de los gatos.

Justo en el momento de alunizar despertaron a Locotruz.

Al gato se le cuajaron los ojos.

¡Oh, qué mala suerte! ─gimoteó por lo bajo─. Me han descubierto y ahora me bajarán.

En efecto, uno de los astronautas tomándolo delicadamente saltó con él hacia el exterior.

Cuando llegaron abajo, el gato pensó que deliraba: intuía encontrar un mar de rostros vociferando en su contra, y aquel silencio lo desconcertó. Seguidamente, lo inundó el temor de que los hombres, desalmados a más no poder, lo iban a desembarcar en aquel paraje desconocido de la tierra.

Pero no. El astronauta luego de mirar sigiloso hacia todos lados, hizo una señal al otro hombre que había quedado en la puerta de la nave, para que también bajara.

Éste bajó con unas bolsas y empezó a recoger piedras de la superficie ayudado por el otro hombre, que ya lo había soltado dándole una palmadita.

El gato quedó perplejo.

«Extraño comportamiento el de estos dos sujetos: detenerse a colectar piedras. ¿Desde cuándo se interesaban los hombres por las piedras?» Haciendo que se lamía una pata, miró con detenimiento una de las piedras… «Ni siquiera brillan», pensó. Pero de inmediato otro temor sustituyó su extrañeza: «¿Y si fueran desquiciados mentales…?» Locotruz ante esta interrogante, lamentó no haber exigido a Garrasegura que leyera completa la información de prensa. «Y todo por el maldito apresuramiento. Quién sabe si las piedras son para enterrarme».

Aprovechando que los dos hombres estaban entregados por completo a su faena, Locotruz empezó a caminar por los alrededores buscando orientarse. Vano intento, por más que miró y remiró no pudo reconocer dónde se encontraba. Y ese silencio…

Arriesgándose a precipitar los hechos, el gato se acercó al hombre que le diera la palmadita.

Oiga, amigo, ¿cuándo seguiremos el viaje hacia la luna?

El hombre dejó las piedras y lo miró unos segundos. Luego le gritó al otro:

¿Sabes lo que pregunta el gatito coleado? ¿Qué cuándo seguiremos para la luna?

El aludido soltó una carcajada que retumbó en la soledad del paisaje.

Locotruz dejó toda prudencia.

¿No veo de qué se ríe? ¿No iban ustedes para la luna?

Pero si estamos en la luna ─respondió el de la palmadita, sonriente.

Locotruz empezó a batir la cola.

Me creen tonto, ¿verdad? Miren la luna donde está con su tentación de queso.

El de la palmadita le explicó:

No querido gatico, eso que ves allá es nuestra amada tierra, que desde aquí luce igual a como vemos la luna desde allá.

Locotruz fue a decir «¡Maldición! Y pensar que por este tierrero vacío he sufrido hambre, sed y frío».

Pero el otro astronauta intervino:

¿No has notado, gato tonto, que por aquí no hay personas, ni carros, ni casas, ni árboles; ni siquiera gatos? Además ─agregó haciendo una cabriola que lo elevó por el aire─, ¿se podría hacer esto en la tierra?

El gato no quiso saber más.

Rabioso arrojó varios paquetes de galleta que llevaba para combinarlos con el queso selenita. Su furor aumentó porque los envoltorios, lejos de desparramarse como lo harían en la tierra, se posaron suavemente sobre el polvo lunar.

Esta harina, cuentan los gatos a sus hijos y nietos, son las manchas blancas que algunas veces nos deja ver el astro más cantado.

¿El epílogo? Locotruz volvió a la tierra sin queso ni luna, pero cargado de paquetes de salchichas; obsequio de los astronautas que deseaban darle lugar a tanta piedra lunar.

Buscó a Garrasegura, y unidos dieron vida a un par de inquietos gatitos. Estos, antes de dejar el hogar, debieron escuchar una y otra vez, la anterior historia narrada por su madre. Se las repitió tanto que ellos le hacían coro a Garrasegura cuando finalizaba con «Y recuerden, si al final del camino no encuentran nada, vuestro mérito será haber emprendido el viaje».

Sin embargo, desestimaron la recomendación final que consistía en no buscar refugio en casas donde habitaran poetas o pintores, si se quería frecuentar la buena mesa. Digo que echaron ese consejo en saco roto, porque usted va a visitar a un poeta o pintor y lo primero que lo saluda es un gato somnoliento.

Fin.

Fábulas del callejón iluminado es un cuento del escritor Juan Emilio Rodríguez © Todos los derechos reservados.

Sobre Juan Emilio Rodríguez

Juan Emilio Rodríguez Hernández nació en Caracas el 7 de enero de 1946.

Esposo de Carmen, padre de IsraelMaría y Noelia, abuelo de cinco nietos y bisabuelo de un bisnieto. Reside actualmente en la ciudad de Guatire, sitio donde ha redactado parte de sus obras.

Juan Emilio Rodríguez Hernandez - Escritor

«Yo primero me dedique a mi familia y después que habían crecido, es decir, mis hijos ya estaban grandes y eran adultos trabajadores, fue que comencé a escribir y me di cuenta de ese don que tenia para las palabras, lo hacia porque gustaba, no porque quería figurar en ninguna parte, pero cuando te llega alguna distinción eso te da doble satisfacción».

«Mi primera juventud se me fue realizando diversos trabajos, hasta que en 1970, recién casado, un accidente en una empresa textil me tronchó varios dedos de ambas manos. A partir de ahí, aumentó mi timidez, y mi autoestima por bastante tiempo estuvo por el suelo. Pero en en el año 1976, hicieron una convocatoria literaria para habitantes de los barrios, la convocatoria era para participar en poesía, cuento y ensayo. Yo envié un cuento llamado El retorno, y resultó ganador. De ahí en adelante, aunque seguí trabajando en labores ajenas a la escritura, participé en muchos concursos de narrativa».

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