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Bulimia y anorexia: Testimonio real de padres

Testimonio de Silvia, madre de Jorgelina (16)

Mi hija comenzó con los problemas a los 13, siempre embromaba de sí misma con palabras como GORDITA o PULPOSA pero la verdad es que nunca le di importancia ya que en verdad la notaba muy segura de sí misma y capaz de superar esos complejos.

Creía que lo hacía todo como chiste, como una forma más de tomarse las cosas. Pero de a poco comenzaron los problemas desde el colegio, cuando ella volvía llorando diciendo que la cargaban por su condición física o la insultaban haciendo referencia a su peso. Ahí fue cuando la empecé a notar cada vez más incómoda y triste, intentaba hablar con ella pero sólo me contaba que el problema eran sus compañeros de clase.

Por eso decidí ir a hablar al colegio varias veces, pensando que ello podría solucionar algo. Luego observé que mi hija había empezado a comer menos.

Siempre comíamos dos platos aproximadamente cada una y de repente empezó a ser sólo uno, sólo repetía si yo le insistía. Con el tiempo ya intentaba evadir ese plato, pero yo conciente, nunca la dejé.

El peso digamos que siempre lo mantenía, por ese lado no había un signo de alarma al comienzo. Pero su cara siempre denotaba cierta preocupación, por lo que cada tanto yo volvía a conversar con ella sobre cómo le iba en el colegio, alguna vez sugirió que quería cambiarse de colegio pero luego se arrepentía, la verdad que a pesar de las burlas de los chicos, en ese lugar se sentía bien. Raramente después abandonó ese complejo por la comida, si bien no comía lo mismo que antes, sí mantenía una regularidad.

Hasta que la encontré una noche vomitando en el baño. Yo había notado antes que cuando yo me iba a dormir al rato, siempre ella iba para el baño. Entonces una noche que no me podía dormir muy bien me levanté y me acerqué y escuché los ruidos de las arcadas. No lo dudé ni un segundo, quise abrir la puerta y no pude porque la había trabado, entonces cuando dijo “ocupado” me quedé afuera esperándola.

Tardó en salir, pero cuando salió le dije qué estaba haciendo y como se dio cuenta que yo sabia que la había escuchado me dijo que no se sentía bien y que había vomitado, quise darle la oportunidad de que se de cuenta entonces la traté como si estuviera enferma y al otro día faltó al colegio y la llevé al médico.

En ningún momento se le dio por hablar conmigo y tampoco se quejó de algún dolor de panza. Obviamente el médico dijo que estaba bien y solo le aconsejo hacer una dieta. Después de ese episodio me quedé todas las noches despiertas esperando a que repitiera el acto, pero no fue así.

Entonces indagué con alguna de sus amigas para que le prestara atención cuando iba al baño después del almuerzo, para mi sorpresa, ella me dijo que últimamente la notaba rara porque regularmente iba al baño hace un tiempo después de comer y siempre tardaba, pero nunca le dio mucha importancia hasta que yo le dije eso. A la semana me dijo que cada vez que salía del baño andaba tomando mucho líquido o comiendo chicles, que le llamaba la atención.

En ese ínterín, me di cuenta que los pantalones comenzaban a quedarle más sueltos a mi hija, algo a lo que antes no había prestado atención. Esa percepción no tardó en acentuarse con el tiempo cuando de repente noté que la pérdida de peso era grave, entonces me decidí contactar con un médico especialista en nutrición conocido de la familia.

Le diagnosticó un cuadro de bulimia y me dijo que empiece un tratamiento psicológico. Para mi la verdad que era muy costoso y complicado en ese momento y se lo expliqué y me recomendó ver a una psiquiatra que podía darnos una solución alternativa. La psiquiatra recetó Prozac, yo dudaba de la efectividad del método y después de que ella hablara bastante con mi hija, sumado al trabajo del médico ella aceptó tomarlas.

Su peso más o menos se mantuvo y a las seis o siete semanas, me convenció de que ya había superado su conflicto, que no volvería a dañarse y que se sentía bien como estaba. Yo la verdad que le creí y al principio me convencí de que realmente estaba bien. Pero su actitud respecto a la comida no había cambiado, ella ya no era la misma y con el tiempo me día cuenta que su peso no volvía a aumentar, incluso me parecía que podía llegar a estar más flaca.

No quise retomar el tema porque habíamos quedado en que lo habíamos superado pero creí que lo mejor iba a ser investigar por mi cuenta. Descubrí entonces que durante las salidas con sus amigas, o cuando iba de visita a lo de ellas, iba al baño y vomitaba. No sabía que hacer y decidí empezar a acotarle las salidas para que tenga menos oportunidades de hacerlo, pero sentía que lo podía hacer en todos lados, hasta cuando se bañaba.

Eso lo descubrí preguntándole a las amigas cómo era ella cuando salía y algunas que la acompañaban cuando iban al baño me comentaban que después de ir hablaba poco, masticaba chicles, tomaba agua de la canilla, todo como para sacarse el olor a vomito de la boca. Una ayuda que me resultó buena fue que en la tele dijeron que era bueno hacer control de peso regular ante estos casos y la invité a que nos pesáramos regularmente.

Ella hizo muchos problemas con esto me empezó a decir que sólo le estaba haciendo peor porque la hacía volver a pensar en su sobrepeso y demás. Hasta que accedió y la balanza marcaron 53 kilos. Yo me acordaba muy bien que la vez que se pesó en el médico pesaba 58. 5 kilos menos!!! Muchísimo para una chica que estaba en pleno crecimiento!!!

Entonces volví a consultar al médico que insistió en el tratamiento psicológico y ahora estamos aquí para cambiar la historia.

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