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Las ilusiones de los adultos – Reflexión

Las ilusiones de los adultos – Reflexión

Las ilusiones de los adultos. Liana Castello, escritora argentina. Reflexiones.

: ¿Qué pasa con los sueños y las ilusiones de las personas adultas?, ¿por qué nos cuesta tanto darnos cuenta que los sueños pueden estar más cerca de lo que nosotros mismos los colocamos? ¿Por qué no pensar en cómo vivir la maravilla de ilusionarnos como niños? El resultado, será sorprendente, sin duda.

Cuando uno es niño, todo nos ilusiona, un paseo, un regalo, un juego con amigos, un postre, una golosina, en fin, todo o casi todo pareciera ser motivo de ilusión y está bien que así sea. También es cierto que a medida que pasa el tiempo, no nos ilusionamos tan fácil ni con tantas cosas.

El tiempo transcurre y con él llegan, no sólo las cosas lindas, sino también las dificultades. Pareciera como que la capacidad de soñar, de hacerse ilusiones va menguando. ¿Qué nos pasa con las ilusiones, con los sueños?. Me pregunto por qué parecen tan difíciles de alcanzar. Imagino que cuando nos hacemos grandes, sin darnos cuenta, es como si colocáramos las ilusiones y los sueños en estanterías muy altas, a las cuales no se accede fácilmente, como si fueran productos muy frágiles, y por eso no los podemos dejar a la mano de cualquiera, ni siquiera de nosotros mismos.

Queremos cosas “grandes”, de esas que no se logran con facilidad. Perdemos la noción que hay infinitas ilusiones pequeñas y posibles al alcance de nuestra mano, y que surgen a cada ratito, me atrevo a agregar. Al adulto le cuesta hacerse ilusiones y sin embargo, es tan hermoso… No hace falta ilusionarnos con cosas caras, importantes en apariencia.

Si pudiéramos entender lo bien que nos haría tener pequeñas ilusiones a lo largo del día, cosas que, a primera vista, no parecen grandes y sin embargo lo son. Encontrarnos con un amigo, jugar con nuestros hijos, hacer algo por alguien, tantas cosas que podemos proponernos cuando el día comienza y que, a medida que las vayamos logrando, nos harán sentir bien.

De corazón creo que el secreto es saber que no está mal ilusionarse con cosas “grandes” (como una mudanza, un auto nuevo, cosas de la adultez ¿no?), pero mejor sería hacerlo también y más seguido con las pequeñas y cotidianas, disfrutarlas, acariciarlas, hacerlas realidad. Pues, si la capacidad de soñar e ilusionarnos la reducimos sólo a cosas materiales y de valor considerable, al ser difíciles de alcanzar, vendrá la decepción.

Qué bueno sería que pudiésemos bajar de esa estantería alta, al menos una ilusión por día, un sueño, por pequeño que sea, algo que nos deje ese sabor dulce en el alma. Si lográsemos hacer eso, veríamos que aquella estantería con ilusiones y sueños de difícil acceso, se va vaciando.

Y llegará el día en que nos daremos cuenta que esos mismos sueños están allí bien al ladito, tocándonos el hombro. Por eso creo que sería muy bueno aprender del niño que fuimos. ¿Les digo algo? En mi opinión, ese niñito jamás nos abandonó. Créame, está escondido en algún rincón de nuestro corazón y si lo rescatamos, aprenderemos a bajar las ilusiones y los sueños a un plano más accesible y real. Y la vida, será algo más digno de vivir.

Para terminar, comparto con Uds. una frase del Padre Víctor Manuel Fernández (Director de Estudios del Seminario de Río Cuarto, provincia de Córdoba) que creo resume y cierra perfecto esta reflexión, y que está dirigida ni más ni menos que a Dios. Es un pedido hermoso, humilde, maravilloso:

“Coloca dentro de mi un sueño sencillo, una ilusión posible”.

Pidamos a Dios esa gracia infinita de ilusionarnos y soñar como niños, pero en la adultez, con las cosas de todos los días, con esa bendita cotidianeidad que tiene la vida, si sabemos mirarla con los ojos que la mira Dios.

Fin

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