La brisa corretea las nubes
y la lluvia cae
por las calles de mi pueblo.
Un pajarillo aletea
asomado a mi ventana
despojándose de las aguas que le bañan.
Ahí, contemplando,
respirando el puro ambiente,
corrí a las afueras de mi pueblo.
Torrentes de agua
corriendo por vertientes y riachuelos,
bañando las piedrecillas esparcidas en el suelo.
Cargando un morral a cuesta,
llevando conmigo mis flechas y encajes,
protegida un tanto
de la casualidad que me depara.
Me fui orilleando el río
que corría en dirección al norte
buscando ese cálido sol
que necesitaba en ese instante.
Rayitos de sol
entibiaban mis manos entumecidas.
Los bosques estaban tristes,
inofensivos, obscuros.
¡¡Qué tristes están los abetos,
líquenes y mañíos!!
¡¿y el cálido sol no ha venido?!
El aire estaba fresco,
respiraba, una y otra vez,
saboreando el aroma,
la frescura de esos bosques
llenándome de gozo.
Fin