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El comandante. Fragmento de la novela.

Prefacio

¿Cuántas veces han oído esta frase?: <<Nada sucede por casualidad>>…

No creo que el hecho de que algo ocurra sin haberlo previsto, sea cosa del azar, la suerte o la coincidencia; todo lo contrario. Pienso que esos hechos “aparentemente casuales”, tienen una estrecha e intima relación con el destino, y él es el causante de que se produzcan.

Que la mano del creador está detrás de todos ellos: ––ajustando una secuencia de la vida cotidiana con la siguiente; como quien hace coincidir las piezas de un puzzle––.

Quizás el hecho de pensar que no es la mano del hombre, la que hace que ciertos acontecimientos de nuestra existencia se produzcan sin haberlos preparado, o sin causa aparente, nos hace dudar de que una fuerza poderosa los programe, y nos conduzca involuntariamente hacia caminos que por propia voluntad nunca recorreríamos y que actúan en nuestro beneficio.

A esos sucesos alternativos, que se nos ofrecen como señales en el camino de nuestro programa evolutivo, que en muchas ocasiones no entendemos y no somos capaces de controlar, los disfrazamos con el nombre de casualidad.

Pero no hagan caso de nada de lo que estoy diciendo, duden

incluso de que esta historia que les voy a contar sea real y fruto de la casualidad.

Recuerden cuando y porqué se desencadenaron en sus vidas una serie de accidentes casuales tales como: signos de buena suerte y coincidencias. Recuerden durante esa época que fue lo que desearon, y cómo el destino propulsó sus pensamientos y los puso en movimiento…

… Porqué un trocito de la divinidad que llevamos dentro nos pertenece desde el principio de la creación.

Esa diminuta esencia hace que colaboremos continuamente con el creador, e interaccionemos con las fuerzas del universo.

Por eso somos capaces de destruir y crear, de odiar y de amar.

Y en ese continuo devenir de un lado a otro de la balanza, buscamos el equilibrio en nuestras almas; una luz al final del túnel y una nueva esperanza…

Maria Felicidad López Vila

 

Capitulo primero

El ruido de la puerta sobresaltó a Stella, que de inmediato y a su pesar, salió absorta de sus pensamientos.

––Buenos días––dijo aquel hombre robusto e impecablemente vestido.

––Buenos días––respondió Stella––. Mientras prestaba atención hacia unos papeles que sostenía en su mano derecha.

––¿Repasando los apuntes para tu próximo examen?

––Efectivamente––contestó la muchacha––. Evitando cruzar su mirada con la de su progenitor.

A Stella se le daba mal mentir. Se protegía tanto de sus propios sentimientos, desde que su madre falleció, que difícilmente conseguía  enmascarar  sus emociones; aunque su padre apenas se diera cuenta de ello.

––Si no necesitas nada más de  mí––dijo su padre––. Me voy al despacho, ya llego con retraso.

<<Necesito tantas cosas de ti…  pensó en silencio>>

En el mismo instante en el que el señor Power desapareció de su vista ella se sumergió de nuevo en sus pensamientos.

>> ¿Por qué su madre nunca le habló de la existencia de aquella carpeta azul?…

…Con información escrita en hebreo y sánscrito, incompresibles para ella.

Y unos símbolos impactantes, de los que desconocía totalmente su procedencia<<.

Lo que más llamó su atención fueron las fotografías de un lugar realmente paradisíaco.

Con un acompañante apuesto de cuerpo espectacular, del que no se podía distinguir el rostro, cubierto por una gorra y gafas de sol.

Y unas cartas de amor, dignas del puño de un auténtico poeta.

La curiosidad le corroía; se hacía muchas preguntas, de las que difícilmente podría obtener alguna  respuesta.

Rápidamente Stella miró su reloj, al igual que su padre, ella tampoco podía demorarse demasiado. Uno de sus últimos exámenes le estaban esperando en la universidad.

La prueba terrible había comenzado. La joven estudiante de psicología, se concentró para intentar recordar, todo lo que en días anteriores había sido capaz de memorizar: ––sobre el aprendizaje y  adquisición de nuevas formas de comportamiento.

<<Las obras clásicas dedicaron un lugar demasiado extenso a la memoria, pero se preocuparon poco del aprendizaje. Afortunadamente la moderna psicología experimental, utilizaba el método a la inversa>>, pensó Stella antes de ponerse a escribir.

Seguidamente, recordó literalmente lo que había estudiado,  plasmándolo en el papel:

––“El aprendizaje es el eje del comportamiento y su análisis permite entrar en la génesis de la conducta, tanto humana como animal”––.

Como ejemplo de abstracción y simbolismo, citó el juego del ajedrez; fue entonces cuando recordó fugazmente los símbolos desconocidos y las anotaciones de su madre acerca del aprendizaje evolutivo, combinándolo con el comportamiento innato: ––cuyo símil casualmente, hacia referencia al juego del ajedrez––.Un juego que podía asociarse a las circunstancias reales de la vida, con su amplio universo de estrategias.

Estaba divagando demasiado, debía concentrarse en sus asuntos. El tiempo transcurría rápido y era algo que ella no podía detener. Las manecillas recorrieron las horarias segundo a segundo con su sincronicidad perfecta y el  viejo pero puntual reloj de la oficina de Power, señaló el fin de la jornada.

Un sin fin de papeles,  se amontonaban en la mesa del prestigioso y afamado abogado, Charles Power.

Sentada frente a él, una mujer dulce  y encantadora de profunda mirada, observaba cada uno de sus movimientos. Se levantó de su mesa y se dirigió hacia él con paso firme y decidido.

––¿Cenamos juntos esta noche?––preguntó la pelirroja–– De voz agradable  y ojos color miel.

––Sí, cenamos juntos––afirmó él inmediatamente––. Pasaré a recogerte.

<<Valerie ¿qué hubiera hecho yo sin ti? >>, pensó con cierta melancolía.

Era un hombre de fuerte temperamento, pero con el corazón maltratado por las tristes desavenencias del destino.

Aquella mujer tan sofisticada y educada, hacía honor a su nombre.; poseía una vitalidad formidable y como solía decir Stella con cierto sarcasmo: Valerie, valía para todo.

Mientras Valerie y el señor Power degustaban una suculenta cena, la señorita Power no cesaba de dar vueltas de un lado a otro de su cama. Su cabeza era un hervidero de pensamientos, no había manera de conciliar el sueño.

En su mente de nuevo, reaparecieron las imágenes, de aquellas playas maravillosas de las fotografías. En las que supuestamente, el acompañante barbado de su madre, sería el  autor romántico de las cartas. Cuyo seudónimo era <<El Comandante>>.

<<Necesito unas vacaciones, así seria el lugar perfecto para perderme.>>, pensó con añoranza.

Seguía fantaseando con su anhelado descanso cuando el recuerdo de su madre se hizo presente:–– Realmente ella vivió su vida con una intensidad total. Poniendo entrega e ilusión en cada cosa que hacía.

El coraje y la constancia destacaban entre sus múltiples cualidades.

<<¡Ojalá algún día, yo también encuentre esa pasión por la vida y por mis proyectos!>>, decretó para sus adentros.

Entonces sucedió algo mágico de lo que ella no fue en absoluto consciente. Decretó su deseo con tanta fuerza, que la voluntad del destino se puso en movimiento.

<<Fue una verdadera lástima, que una conocedora de la mente humana como era su madre, no pudiese acabar la obra en la que estaba trabajando: –– “El poder del cuchillo”––, siguió Stella pensando>>.

Tal vez aquel hombre que mantuvo correspondencia con su madre y que le ayudó tanto en su libro, dándole información  privilegiada,  pudiera ahora despejar sus dudas.

Alguna cosa que leyó de lo que él escribió y la necesidad de saber la indujeron a querer conocerlo.

Necesitaba unas vacaciones y respuestas a preguntas que él podía responder. El lugar donde residía era totalmente de su agrado y uno de los pocos sobres en donde remitía su dirección estaba legible, así que caviló la descabellada posibilidad de ir a su encuentro.

El tiempo pasaba veloz y el proyecto inacabado de su madre le hizo volver de nuevo a la realidad, con los agobiantes  exámenes finales. Debía relajarse e intentar descansar, el día siguiente iba a ser para ella agotador.

Entre un cerrar y abrir de ojos el ruidoso despertador le estaba avisando que ya era hora de ponerse en movimiento.

Dio un gran salto de la cama apartando de ella las sabanas. Con rapidez se vistió y  aseo para bajar a la cocina a desayunar.

––Buenos días. ¿Has descansado bien?––le preguntó su padre––. Con una amplia sonrisa y cara de felicidad.

<<Últimamente sólo coincidimos en la casa para darnos los buenos días>>, pensó ella con una terrible frustración.

–– ¡Se te ve radiante esta mañana!––dijo con cierta suspicacia––. Mientras mojaba una  tostada en el café con leche.

––Me siento fenomenal.

––¿Lo pasasteis bien anoche?––preguntó con  su ironía  habitual––. ¡Tienes muchas ojeras!

––Si, cené con Valerie, fue una velada entrañable––respondió––. Sobre la información que más te interesa saber, pero que no te atreves a preguntarme… corroboró su padre con cierto nerviosismo, pero sin ningún tipo de pudor, hemos pasado la noche juntos.

Mientras contaba a su desesperada hija sus devaneos amorosos, se dispuso a coger su maletín de cuero marrón para marcharse a  la oficina.

––¡Papá siéntate, por favor, no podemos seguir así; tenemos que hablar!––imperó la muchacha, en un arrebato de rabia.

Él asintió con la cabeza.

––Después del trabajo pasa a recogerme––continuó diciendo––. Ahora no es  buen momento los dos tenemos prisa.

Estas demasiado nerviosa, no te alteres. Tienes un  examen.

––De acuerdo papá. Quedamos a las ocho, pero por favor no me falles––dijo Stella más serena––. Mientras mojaba su segunda tostada en el café con leche, a la vez iba repasando el temario de su próximo examen: “una objetiva higiene mental…”

<< El objetivo básico a nivel personal para poder alcanzar la felicidad individual>>.

La teoría era sencilla de memorizar, pero difícil de aplicar a la  vida cotidiana real: psicología, filosofía y psiquiatría uniendo sus conocimientos, para la obtención  de un mejor funcionamiento a las respuestas psíquicas.

Metió en su boca el último trocito de tostada, levantándose de la silla para ponerse en marcha, como de costumbre ella y el tiempo no sincronizaban demasiado bien.

Una vez dentro del recinto universitario Stella se disponía a entrar en el aula; cuando de repente una voz muy familiar la sorprendió:

––¿Qué tal Stella?¿Va todo bien?––. Con un brusco movimiento de cuello, dirigió la mirada hacia aquel hombre comprensivo.

––¡Nada va bien, John!––respondió angustiada––. ¡Mi vida es un completo desastre!

––En efecto––afirmó John con tristeza––.Y nuestra relación una montaña rusa, camino de estamparse hacia un caos total. Necesitas organizar tu vida aprender a ordenar tus prioridades––continuó––. No contestas a mis llamadas, evades mis preguntas y en las pocas ocasiones que tengo tu cuerpo a mi lado tu mente esta a kilómetros de ti.

Stella cabizbaja atendía  a sus reproches.

Cogiendo suavemente  sus manos le interrumpió diciendo:

––Sé que estas molesto con mi actitud de estas semanas, pero no creo que un pasillo con este trasiego, sea el lugar más apropiado para resolver nuestros problemas personales––continuó diciendo––. Tengo dos horas libres antes de empezar el examen. Salgamos de aquí.

Entrelazando sus brazos por la cintura e intercambiando miradas de complicidad caminaron lentamente hacia un parque cercano. Era una espléndida mañana primaveral y decidieron sentarse en un banco junto a una fuente.

John en alguna ocasión le había comentado que, el sonido del agua le relajaba el sistema nervioso. Dadas las circunstancias aquel lugar era el más adecuado.

<<Hoy es el día de las confidencias>>, pensó ella.

––¿De que quieres hablarme?––le preguntó, con un tono de voz que denotaba la  presión a la que estaba sometida.

John distrajo la mirada hacia el cielo observando el revolotear de unos pajarillos. Respiró hondo y, con el corazón en un puño le preguntó con miedo:

––Tu comportamiento hacia mí está siendo muy hostil. ¿Todavía estas enamorada de mí?

––Si lo estoy––afirmó con poco entusiasmo.

Un silencio sepulcral se hizo en el ambiente. John la inmovilizó con sus brazos fundiéndola contra su pecho en un abrazo apasionado.

––Sé que últimamente no has tenido las cosas nada fáciles––dijo él––. Debes ayudarme a mantener  nuestro amor en pie.  No puedo ser siempre yo el que este tirando de la relación, una unión es cosa de dos.

Ella asintió con la cabeza y él se disculpó por haberla puesto en tensión, horas antes de un examen. Con los ánimos más calmados, se interesó por el temario de su novia

––¿De qué va a tratar  tu próximo examen?––le preguntó amablemente.

John no era la típica persona que se preocupaba por los asuntos privados de los demás, ni tampoco solía estar atento en la actualidad de sus estudios. Para evitar que tuviese que pensar demasiado, lo simplificó todo a una sola frase:

––<<Del conocimiento de uno mismo>>.

––Sócrates, lo recuerdo vagamente de mis clases de filosofía––respondió  él, ante una sorprendida  Stella––. La antigua Grecia  y la famosísima máxima del  gran santuario de Apolo en  Delfos: << Conócete a ti mismo y conocerás el universo y… >>.

––Efectivamente…, y esto me recuerda que debo volver inmediatamente a mis clases––dijo la joven––. Mañana tengo todo el día libre, prometo dedicártelo por entero.

––De acuerdo, entonces mañana nos vemos––dijo John––.¿Te apetece algo especial para cenar?.

––¡Sorpréndeme!

Después de la despedida cada uno puso rumbo a sus respectivas obligaciones.

El examen fue bien, en las clases no hubo ningún acontecimiento especial. La tarde transcurrió tan monótona cómo de costumbre, exceptuando que la hora fatídica de hablar, largo y tendido con  su padre había llegado.

Mientras andaba por el pasillo oscuro hacia el despacho de su padre, iba organizando mentalmente, todas las cuestiones que de inmediato le plantearía. Una vez traspasada la puerta su memoria quedó totalmente en blanco.

––Veo que has cambiado la decoración del despacho––. dijo su hija observando con cautela––.¿Lo has decorado tu solo?.

El señor Power dudó que responderle y finalmente confesó que Valerie le había  ayudado.

––¿Por qué te han pintado las paredes de color amarillo, y has comprado unos sofás de cuero azul eléctrico?––inquirió Stella––.Un tono ocre en las paredes y unos sofás en tono marrón, quizás, hubiese sido más apropiado.

––Cariño, ¿no te gusta?––respondió sorprendido––. Valerie dice que necesito estos colores para mi trabajo.

Mi mente estará con lógica amplia y clara. Mi conciencia alerta, para saber discernir con sentido del humor.

¡El color amarillo da optimismo!.

Ante la parrafada de su padre, gesticulando una mueca de asombro, ella contestó:

––¿Desde cuando se interesa tu eficiente secretaria por la cromoterapia?. Sinceramente––prosiguió––. Tu amante tiene un gusto exquisito en la decoración. ¡Esta extravagancia en los sofás es incomprensible!

Mientras su padre trataba de justificar terapéuticamente la elección de su sofá, mostrando propiedades tan saludables del color azul como: la confianza, la serenidad y la integridad, Stella mantenía sus ojos fijos en un cuadro pintado por su madre, en su época de juventud.

Todavía seguía colgado en el lugar de siempre, quizás porque armonizaba perfectamente con la gama terapéutica de colores.

<<Aquella pequeña cabaña… con su verja de madera  plateada, rodeada por altas y verdes montañas. Aquel cielo celeste…  Aquel  lago tan azul>>.

Aprovechándose de la ocasión y haciéndose la despistada intentó sonsacar a su padre información sobre el asunto.

––¿Has mantenido el cuadro de mamá en su sitio por algún motivo sentimental?––preguntó  con picardía.

––Por un motivo muy especial––contestó––. Cuando tu madre contemplaba su propia obra, decía que las sensaciones que experimentaba la trasladaban  a su propio paraíso personal.

Utilizando la introducción de su padre, preguntó sin demora:

––¿Dónde está ese paraíso nostálgico de mamá?

––En ninguna parte hija––respondió con ignorancia––. Tan solo se encuentra en la imaginación de sus pinceles.

<<La evidencia era un hecho, aquella etapa en la vida de mamá fue un secreto que se llevó consigo a la tumba>>, pensó la muchacha.

Quince minutos pasaban de las ocho, tiempo suficiente para haber caldeado el ambiente y, poder tratar abiertamente el tema principal por el cual se habían reunido.

Sin perder  ni un segundo más, muy bien acomodada  en aquel  sillón chillón de cuero, Stella le preguntó a su padre directamente:

––¿Estas pensando en la posibilidad de formalizar  la  relación con tu amante?.

––No hables de Valerie en ese tono tan despectivo––replicó Power––. Tenle un poco de respeto.

––Quiero pedirle, en  breve, que se case conmigo––dijo con optimismo.

––Papá, ni en el mejor de tus sueños, pienses que voy a aceptar que esa mujer viva en mi casa––gritó alterada––. Si  lo  que pretendes es que ocupe el sitio de mamá,  es que acabas de perder el juicio y el sentido común.

Charles respiró hondo, quedó abatido y triste, aunque poco sorprendido, ante los aspavientos de su niña. No esperaba su aprobación pero sí su comprensión.

––Nadie va ocupar el lugar de tu madre, ni en nuestra casa ni en nuestro corazón––dijo resignado––.Nunca te  había dicho esto, pero quiero que sepas de una vez por todas, que ella dejó un listón muy alto en mi alma y en mi vida––prosiguió––. Tenía cualidades magnificas; difíciles de superar por Valerie o cualquier otra mujer.

Stella decaída y avergonzada escuchaba atentamente las palabras de su padre.

––Jamás dejaré que nadie empañe su recuerdo. No hay un solo día de mi existencia que no piense en ella. ¡Nunca dejaré de amarla!––declaró Charles emocionado, con los ojos completamente empañados––. Pero…,¡necesito rehacer mi vida, volver a vibrar, enamorarme!, o de lo contrario acabaré pensando que esta maltita existencia no tiene  ningún sentido.

¿ Eso lo entiendes?.

La señorita Power quedó petrificada ante las sinceras palabras escuchadas. La faceta de debilidad en su padre, fue totalmente desconocida para ella, hasta aquel momento. Deberían haber llorado juntos más veces, sin haber enmascarado sus sentimientos  en una falsa fortaleza que, en esos instantes no servía para nada.

––Papá lo siento, no he debido  hablarte así!¬¬––dijo Stella llorando––. He sido muy egoísta.

Todavía acomodada en el confortable sofá, sin salir de su asombro, perpleja  por la confesión de su padre.

Miró tiernamente sus ojos enrojecidos y con un gran sentimiento de culpa una vez más volvió a disculparse.

Su padre levantándose lentamente se dirigió hacia ella, se sentó a su lado y la estrechó fuertemente entre sus brazos.

––¿Te apetece que cenemos juntos o tienes otros planes?

––Deseo verte mañana feliz, con muchas ojeras––bromeó la muchacha––.  Su padre entendió perfectamente la sutileza de la indirecta.

Impresionada por aquella dramática situación, era consciente de que no podría pasar la noche sola y sacó el móvil de su bolso para telefonear a John. A continuación  pidió a su padre que la  acercara  hasta la residencia  de su novio. Una vez allí, Power  quedó tranquilo de dejar a su pequeña en buenas manos.

John vivía solo era cinco años mayor que Stella. Desde hacía tiempo su remunerado trabajo le había proporcionado su ansiada independencia.

––¡Cariño, qué agradable sorpresa!––exclamó entusiasmado––. ¿No has podido esperar verme hasta mañana?

––No, necesitaba urgentemente tu compañía––declaró   ella.

Él quedó dubitativo durante unos segundos al ver la palidez de su semblante. Dedujo con  rapidez que aquella inesperada visita no era mera cortesía.

––¿Tienes algún problema serio?––preguntó mirando como temblaba––.¿Prefieres charlar o descansar?.

Mientras Stella lo pensaba, John fue a la cocina a prepararle una infusión relajante.

John  regresó al comedor con un gran tazón de tila caliente, se lo ofreció a  Stella y se dispusieron a hablar. Ella le contó lo sucedido con su padre; él atentamente la escuchó.

Transcurrieron dos horas de placentero sueño, gracias a la tisana tranquilizante, pero su descanso se vio alterado por una  pesadilla horrible, aunque con las caricias de su compañero consiguió reconciliar nuevamente el sueño.

A la mañana siguiente a una hora prudente, para no entorpecer el reposo de Stella, desde su oficina John la telefoneó y quedaron en verse a la hora de la comida.

Ella disponía de toda la jornada libre y el día anterior en el parque le había prometido que se dedicaría a él por completo.

Eligieron un restaurante acogedor, pidieron un ligero menú para comer y agua mineral. No era conveniente alterar los ánimos con ningún tipo de bebida excitante.

––¿Cómo está tu estado de humor está mañana?––preguntó él, mientras llenaba las dos copas de agua.

––Me encuentro mucho mejor––respondió––. Sin levantar la vista del plato de sopa,  fingiendo que todo iba bien.

––No creo en una sola de tus palabras––dijo John––. No has pegado ojo en  toda la noche, las pesadillas se sucedían una y otra vez. El sudor frío no cesaba de caer por tu frente.

>>Tal vez este sea un buen momento para sincerarme<<, pensó la muchacha.

Estaba más tranquila que la noche anterior, durante breves momentos dudó en decir la verdad, pero en el preciso instante que acababa de tomar su plato de sopa, decidió que John no merecía  estar pasando por esa incertidumbre, debía conocer lo que sucedía en su mente. Stella respiró profundamente y con serenidad  se predispuso a hablar:

¡Necesito aprender a reflexionar  sobre mi misma.

Necesito aprender a dar, sin mirar, cuanto me dan los demás a cambio.

Necesito tener la mente abierta  para poder aceptar las verdades de la vida.

Aprender a saber perdonarme a mi misma y a los demás.

Dejar de vivir con miedos!

Últimamente no me reconozco––siguió diciendo––. Actúo  visceralmente,  no pienso lo que digo ni en las consecuencias de mis actos y esa nunca ha sido mi forma de ser.

John quedó perplejo ante semejante reflexión; haciendo gala de su  característico sentido del humor objetó:

––Si esto es lo que me has servido de segundo plato, ¿qué es lo que me espera para el postre y el café?–– continuó––. ¿Dónde entro yo en la degustación de tu menú?

Stella soltó una enorme carcajada sin poder parar de reír y eso a John le hizo muy feliz. Llevaba mucho tiempo sin ver en su cara aquella bonita sonrisa.

––Tú entras en el primer plato y postre especial de la casa––continuó ella con la broma culinaria––. Pero necesito quince días de soledad.

John recuperó la seriedad. Con tono firme, sintiéndose preocupado, mirándola de arriba a bajo le preguntó:

––¿Estás haciendo algún ejercicio experimental?¬¬.

––Explícate mejor, por favor.

––Me estoy refiriendo al proceso adquisitivo del sentimiento de identidad.

––¡Ahora eres tú quien me va a dar los postres!

Introduciendo en su  boca un trozo de pastel de manzana, quedó pensativa, reflexionando acerca de su  decisión repentina de  salir huyendo.

El camarero se acercó a la mesa, amablemente les sugirió si deseaban tomar  café o algún tipo de infusión.

––¿Por qué has inspeccionado mi carpeta sin mi permiso?––inquirió enfadada.

John se hizo el despistado e intentó desviar la conversación hacia otro tema menos comprometido, pero Stella sabía con toda certeza lo que había hecho, de lo contrario no hubiese sido capaz de hablar del sentimiento de identidad.

––Quizás mis cambios emocionales sean debidos a la decisión que ha tomado mi padre de rehacer su vida–– Continuó––. Sin embargo, lo más importante de todo este asusto es que una parte oculta de mi personalidad esta luchando por  ver con claridad.

––Agradezco tu sinceridad––declaró John––. Pero no es necesario que salgas huyendo, podemos resolver juntos tu problema.

––En este asunto no puedes ayudarme––dijo ella.

Entretanto, pensativo y desanimado John daba vueltas a la cucharilla  en la taza de café, sintiéndose avergonzado por haber husmeado en sus papeles sin su consentimiento.

Tomándose un respiro para ingerir un sorbo de aquella amarga bebida, continuaron hablando. Las palabras de John sonaban a suplica. Realmente, no entendía la importancia de lo que significaba para Stella reconciliarse con su yo más íntimo. Su decisión de irse sola estaba plenamente justificada.

No sería justo que por él renunciara a su ansiada búsqueda.

Ella siempre había respetado cualquier decisión tomada por John, sobre su propia vida. Jamás había coartado su libertad de movimiento físico o mental,  y esa cualidad era lo que hacía de Stella una mujer tan especial a los ojos de su enamorado.

John admiraba su gran belleza interior. Sin embargo estaba tratando de encajar el duro golpe de tener que respetar aquella parcela de su propia intimidad.

Decidieron después de tan constructiva conversación, dar un largo paseo, para poder digerir bien toda la información que ambos se habían dado y anduvieron varios minutos por una concurrida avenida de la ciudad, pretendiendo ignorar el miedo a los cambios, que aquella decisión tomada por Stella  les pudiera ocasionar.

Él la miraba con aparente serenidad, en breves instantes, ella dudó de estar haciendo lo correcto. Debía intentar proteger su estabilidad sentimental. Su novio la necesitaba a su lado, sin embargo, su preocupación primordial era poder huir de sí misma.

––Debo volver al trabajo––dijo él––. ¿Qué te apetece hacer esta noche?

–– Lo dejo a tu libre imaginación.

El semblante de John se iluminó. Parecía que finalmente podría pasar una agradable y romántica velada con la mujer de sus sueños.

Se despidió de ella con un fugaz roce de labios y se acercó hasta su automóvil comprobando que estaba abierto, después de utilizar el mando a distancia.

El tráfico en la ciudad era tranquilo y su conducción sosegada.

Por el contrario Stella decidió disfrutar de la urbe dando un paseo hasta el edificio de su padre, que quedaba a pocos minutos del lugar. Necesitaba reconciliarse con él y estaba muy  preocupada por su estado de ánimo.

Cuando ambos se vieron se alegraron mucho de volver a estar juntos.

––Papá, no te robaré mucho tiempo, sé que estás muy ocupado––dijo Stella sin más preámbulos––. Sólo quería que supieras que apoyaré total e incondicionalmente cualquier decisión que tomes a partir de este momento.

No juzgaré tu vida privada.––prosiguió––. Nunca volveré a entrometerme en tus asuntos personales.

¡Eres lo que más quiero en este mundo y deseo verte otra vez feliz y enamorado!.

Charles quedó en silencio, escuchando las sensatas y sorprendentes palabras de Stella.  Sin  reprimir la emoción  y con los ojos totalmente empañados, se dirigió hacia ella y la estrechó fuertemente contra su pecho.

––¡En estos momentos tu  madre estaría orgullosa de

ti!––exclamó conmovido––. Gracias por tu aprobación, necesitaba oír  salir esas palabras de tu boca.

El sonido del teléfono interrumpió tan breve pero fructífera conversación y  padre e hija se despidieron cariñosamente.

Stella se disponía a salir del edificio cuando de repente se encontró cara a cara con Valerie, que en ese mismo momento se dirigía a la cafetería de al lado a traer un cortado para Power pues odiaba el de la máquina de la oficina.

––¿Te apetece que tomemos algo?––le sugirió Valerie con cierto reparo.

––Si, conozco un sitio poco bullicioso––contestó la joven––. Ideal para charlar.

El ambiente era tranquilo y la música del local relajante. Valerie mentalmente daba las gracias a Dios por aquel momento tan esperado. Le parecía increíble que Stella hubiese aceptado hablar con ella.

––Agradezco la amabilidad con que me estas tratando––comentó Valerie––. No soy tan ingenua como para no darme cuenta que tu padre no está enamorado de mí,  pero se que me necesita.

Valerie era consciente que Stella era la mujer más importante en la vida del señor Power.

Jamás antepondría su felicidad a la de su hija, por eso si ella la rechazaba y no le daba una oportunidad para demostrarle que podía hacer feliz a su padre, la ruptura de su relación seria cuestión de poco tiempo.

Decidió arriesgarse y sincerarse completamente con la joven

sin importarle las consecuencias; decirle todo lo que verdaderamente sentía por él, sin tener miedo de ser juzgada por la muchacha.

Amaba a Power mucho antes del fallecimiento de su esposa pero sin la aprobación de Stella no podría permanecer  por mucho tiempo a su lado.

Cuando acabó de sincerarse totalmente, Stella miró a su rival con compasión y ternura contestándole:

––Mi madre siempre decía que en los pequeños detalles sabría cómo es una persona.  Tu acto ha sido de gran  valentía, digno de mi respeto y admiración––continuó––. Mi padre es un hombre coherente en sus decisiones y consecuente con sus acciones. Una vez más en lo referente a las mujeres ha vuelto a elegir bien.

¡Tenéis mis bendiciones!

Stella sintió mucho haberse comportado del modo en que lo había hecho. Esperaba que algún día Valerie pudiera perdonarla, escuchando sus palabras por primera vez se dio cuenta lo afortunado que era su padre teniendo una mujer tan sincera a su lado.

Entre el llanto y la sonrisa Valerie no salía de su asombro; se puso tan nerviosa que derramó su café encima del jersey.

–– ¿Qué sujetas en esa mano?––preguntó Stella intrigada.

–– Un bello cristal de  Calomela; significa<<miel>>cómo el color de mis ojos¬––le aclaró––. Es mi cristal de la suerte.

Afín con mi signo zodiacal; sus vibraciones son utilizadas para momentos como este que requieran serenidad y paz interior.

Ahora entendía porqué Valerie llamaba tanto la atención de su padre. Al igual que su madre, ella también programaba cuarzos, hacía meditaciones y visualizaba vibraciones positivas para su cuerpo y su mente.

Sin embargo Stella, aunque todo ello lo había practicado con su madre no le  prestaba demasiada atención. Se sentía atraída pero solía utilizar más la lógica. Tenía que poder comprobar las cosas que experimentaba para creer en ellas.

Se sentían cómodas con la charla, a través de uno de los temas preferidos de su madre, ambas mujeres habían conectado. La conversación fluía serena y tranquila, tal vez  aquel bello cristal estaba cumpliendo su cometido.

Finalizado el diálogo Valerie volvió al trabajo pletórica de felicidad.

Stella se dirigió a su casa, una enorme vivienda de dos pisos, ubicada en un lugar privilegiado de la ciudad.

Atravesó el jardín lleno de flores multicolores. Entró en la planta baja y subió al piso superior por una bonita escalera de caracol.

Se dirigió al cuarto de baño, el cual gozaba de unas dimensiones espectaculares, fuera de lo habitual.

Llenó su bañera redonda de agua con espuma y sales de mar, e introduciéndose en ella se evadió completamente del mundanal ruido y de sus propios problemas.

La noche se iba acercando. Había quedado con John y necesitaba prepararse para la ocasión:–– eligió un vestido de punto ajustado de color lila por encima de la rodilla, con un pronunciado  escote, zapatos con un tacón de vértigo y un bolso a juego.

Totalmente acicalada cogió su automóvil, un deportivo pequeño de color rojo y a gran velocidad se dirigió a su casa.

Entretanto en su salón-comedor, John intentaba crear una atmósfera íntima de auténtico lujo: rosas y velas rojas, adornaban una  inmaculada mantelería de lino, con estrellas bordadas.

A su llegada Stella quedó fascinada. La suave música de las guitarras amenizaba tan fantástica velada. Reían, charlaban y se dedicaban miradas luminosas de complicidad.

Después de un largísimo baile romántico ambos se confesaron  un diluvio de vocablos amorosos, con mucha pasión.

John aprovechó la ocasión para sacar de su bolsillo una cajita pequeña de terciopelo rojo en forma de corazón. Se la ofreció a  Stella como muestra de su afecto y cariño.

––¿Qué significa esto?––preguntó  abrumada––. Ante la magia de aquel momento.

––Significa fuerza, coraje y tenacidad. Tres de tus mejores virtudes––contestó John––. Es el  símbolo del amor y la felicidad eternos.

Con su peculiar encanto colocó el anillo en el dedo de su prometida.

––Aún no estoy preparada para esto––dijo Stella––. Muy emocionada y asustada.

––Lo sé––respondió él, sereno––. Va a ser una completa hazaña conseguir hacerte cambiar de opinión con respecto al matrimonio. Tienes toda una vida  para pensarlo.

Stella lo miró directa sin pestañear con sus grandes ojos verdes. El matrimonio no estaba entre sus prioridades. Habían discutido varias veces a causa del asunto.

Sin embargo, conmovida ante circunstancia de tal calibre las piernas empezaron a fallarle y el pulso se le aceleró.

La confusión invadió todos sus sentidos y la incertidumbre se adueñó de su corazón.

––¿Podré ser eternamente tu prometida o acabaras presionándome?–– susurró ella––. Mientras se refugiaba entre sus brazos.

––Intentaré no privarte de tu libertad––contestó, sabiendo el carácter posesivo que tenía.––El fuego de tu temperamento fortalecerá el defecto de mi impaciencia.

El aire olía a deseo y el momento clamaba pasión. En un lecho de estrellas doradas sus cuerpos desnudos se rindieron al amor, atrapando el momento presente en la memoria de su corazón. La noche y las sábanas de seda fueron los únicos testigos de su desbordante pasión.

Comenzaba a salir el sol y sus rayos se filtraban entre las cortinas finas de la habitación.

John despertó de una noche complaciente llena de excesos emocionales; centró su atención en Stella considerándose afortunado por tenerla a su lado.

Sentía por ella verdadera adoración y necesitaba pensar en una estrategia para conseguir hacerla su esposa cuanto antes, sin que ella sospechara lo más mínimo  sus pretensiones.

Stella era todo un desafío enigmático apunto de desvanecerse entre sus manos.

John estaba intranquilo debía actuar con mucha cautela ocultando sus verdaderas intenciones porque le iba a ser difícil esconder todas sus inquietudes.

La joven poseía  un sexto sentido extraordinario y una capacidad innata para penetrar en la mente de cualquier  adversario:–– Un Don tan Natural––que ni ella misma era consciente de cómo activarlo a voluntad, para su propio beneficio. Sin embargo su inconsciente lo utilizaba frecuentemente, cuando se veía obligada a ayudar a la gente para llegar a la raíz de sus problemas mentales.

Tarde o temprano ella acabaría descubriendo la verdadera intencionalidad del regalo de su novio.

Mientras despertaba de su profundo sueño con una sonrisa divertida Stella le preguntó:

––¿Porqué estás tan pensativo?. Debes estar arrepintiéndote de haberme regalado el anillo.

––En absoluto––contestó rápidamente––. Estaba pensando en adelantar mis vacaciones, me reuniría contigo de inmediato.

––No tengo ninguna intención en sincronizar nuestras vacaciones––dijo, firme en su decisión––. Creía que el asunto quedó suficientemente claro.

¡Necesito un tiempo de soledad y reflexión!.

Aprovechó la ocasión para confirmarle que ya había hecho la reserva para sus vacaciones. En un hotel localizado a unas horas de vuelo; cercano a un pueblo antiguo:–– El mismo pueblo en el que su madre pintó el cuadro de la cabaña junto al lago. Aquel lugar que la trasladaba a su paraíso personal, cuyo secreto fue descubierto por Stella a través de unas cartas encontradas por casualidad.

––¿Has pensado en la posibilidad de vivir juntos?––preguntó John, frunciendo el ceño––. Ante la contundente negativa de su prometida.

––Anoche dejaste bien claro que no ibas a presionarme, ahora, tus palabras me demuestran lo contrario––comentó ella––. ¡Por el momento no tengo ninguna intención de abandonar mi casa aunque Valerie viva con nosotros!.

Aclarados los sentimientos por ambas partes la atmósfera de calma volvió momentáneamente a la habitación.

A lo largo del día y sin motivo aparente John se mostraba irritable y bastante distraído, y se encolerizaba todavía más cuando Stella intentaba hablarle sobre la poca probabilidad de ir  vivir con él hasta no haber finalizado su carrera.

La verdadera naturaleza posesiva de John que tanto molestaba a su compañera salía a la superficie sin poder ser reprimida.

––¿A que se debe tu incontrolable cambio de humor?––preguntó ella preocupada, sabiendo la respuesta.

––Es un problema de biorritmo mental––contestó él––. Un fuerte altibajo emocional en mi actual estado de ánimo.

––¿Porqué estás atravesando precisamente, hoy, esa fase psíquica tan baja y pesimista?––insistió en la pregunta.

––No me gusta la incertidumbre por la que atraviesa nuestra relación––contestó John––. Tengo miedo de perderte.

Stella sabía que además de tener algún biorritmo alterado había perdido la confianza en el mismo. Estaba demasiado vulnerable y susceptible.

Encontró la solución perfecta para que, paulatinamente, obtuviera una visión más optimista de su  relación de pareja.

No soportaba verlo tan triste.

––Si el trabajo te lo permite ven a verme cuando puedas––dijo Stella––. Poniendo entusiasmo en sus palabras.

El estado ansioso y depresivo de John se esfumó instantáneamente. La sonrisa volvió inmediatamente a su rostro. Su tono mental alto retomó la normalidad.

John debía recordar más a menudo aprovechar el momento presente y disfrutar de él; olvidándose del mañana.

Hacía tiempo que no tenían momentos para poder estar juntos. Stella no quería estropear aquel instante tan especial por su propio egoísmo. Ella sabía que un anillo en su dedo no ataba o deshacía sus sentimientos de amor por Jonh.

Las cadenas que más le unían a él eran las que no se podían ver.

Los días siguientes transcurrieron con gran ajetreo. Ayudada por su padre y su prometido Stella ultimaba todos los preparativos de su anhelado viaje.

Finalmente el momento tan deseado llegó.

Directa a su destino dispuesta a disfrutar de unas vacaciones, buscando en un recóndito lugar lo que  para su madre fue tiempo atrás un paraíso, se despedía en el aeropuerto de sus dos seres más queridos.

––Llámame en cuanto llegues––dijo Power intranquilo.

Valerie, mirando con ternura la imagen familiar se despidió también de la joven en el aeropuerto, deseándole un feliz viaje y como muestra de su amistad le regaló un cuarzo pequeño en forma de corazón.

Stella sonrió ante el detalle de Valerie y aprovechó la ocasión para ofrecerle la posibilidad a su padre de invitar a su futura esposa a su nuevo hogar, en su ausencia, e instalarse momentáneamente hasta su regreso.

Con un fuerte abrazo, un beso interminable y temor en su mirada, John finalmente se despidió de su gran amor con enorme tristeza y abatimiento.

––Nos vemos el fin de semana––dijo él––. Si el trabajo me lo permite.

Stella subió al avión e instalada cómodamente en su asiento esperó tranquila el despegue. No sabía muy bien lo que estaba haciendo pero la aventura la cautivaba; le encantaban los acontecimientos imprevisibles. Para ella la vida era un reto en continuo movimiento…

Continuará…

Registro Territorial de la Propiedad Intelectual: 12/011420.9, de 25/07/03

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