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Nochebuena en el circo. Escritores de cuentos infantiles de Buenos Aires, Argentina. Cuentos de Navidad.

Los integrantes del circo «A las tres» habían incorporado diferentes costumbres de los lugares por dónde habían pasado y también de los artistas de diversas localidades que se iban integrando al elenco estable y que viajaban juntos por las ciudades que recorrían para llevar su espectáculo. Y, algunas costumbres las inventaron ellos al unir varias ideas para hacer las cosas tomadas de aquí y de allá. Por ejemplo, nadie podía decir con exactitud cuándo había sido la primera vez que se habían reunido los adultos que integraban la troupe del circo para preparar los regalos de Navidad. Sin embargo, hacía años que repetían el mismo ritual y no se perdían ningún detalle para que todo resultara perfecto.

Una noche cercana a la Nochebuena, a medianoche, mientras los niños dormían, padres, abuelos y tíos se levantaban de sus camas, salían de sus carromatos y, despacito y sin despertarlos se reunían detrás del escenario. La gigantesca carpa del circo parecía diferente esa noche. La ausencia de público y la oscuridad aportaban un clima de misterio increíble. Nadie podía imaginar que ese lugar tan transitado, tan a la vista de todos, albergaba el escondite de los regalos. Claro, porque los chicos sabían que, en algún momento, alguien compraba los regalos que les daban en Nochebuena y ellos, cada año, organizaban grupitos de búsqueda por los alrededores del lugar donde se habían instalado en esa ocasión. Siempre estaban atentos a cualquier movimiento sospechoso y observaban a los que ingresaban al predio donde estaba instalado el campamento, con bolsas o cajas que pudieran esconder el preciado tesoro; los buscaban con dedicación, pero jamás los habían encontrado.

A veces intentaban, en los días cercanos a las fiestas, quedarse despiertos para seguir sigilosamente a sus padres si los veían salir de su carromato después de acostarse, pero los adultos eran suficientemente precavidos como para no caer en las trampas de los chicos e, incluso, despistarlos notablemente. Lo principal es que nunca repetía la misma fecha para dedicarla a la preparación. Sí; así llamaban a esa jornada nocturna: La Preparación. Una vez que se ponían de acuerdo con respecto a cuál iba a ser la noche en cuestión, se lo comunicaban a Asunta, la cocinera; ella, durante la tarde preparaba termos con café y galletitas de manteca que iba cocinando con anticipación y las mantenía escondidas en la cocina dentro de unas latas preciosas.

El año pasado, una noche cercana a la Navidad, Darío, el más chico de los Milton, los equilibristas, fue despertado por su mamá y su papá.

–Vení, levantate, vamos a preparar los regalos.

Darío no lo pudo creer; ese momento era muy esperado por las chicas y los chicos del circo  ya que era la señal de que ya no eran considerados «niños» y que podían participar de las actividades de los adultos. Rápidamente se puso una remera, pantalones cortos y zapatillas y con una sonrisa de oreja a oreja salió de su carromato junto a sus hermanos mayores, acompañando a los papás.

Mientras iba caminando sin hacer ruido pensaba en la importancia de ese momento. Ya estaba siendo admitido para La Preparación y, además, descubriría esos secretos que hasta ese momento desconocía. La mamá lo llevó en medio de la oscuridad hasta detrás del escenario donde toda la compañía, que ya sabía que Darío se iba a incorporar a ellos ese año, lo estaban esperando con un aplauso de dedos para no hacer ruido. Darío vio que la tarima de los músicos tenía una tapa falsa. En realidad era un gran cajón en donde escondían los regalos.

Ya se le había develado el primer secreto, pero le quedaba una pregunta: ¿Cómo llegaban esos regalos allí?

Enseguida comprendió; Asunta era la encargada de esa tarea. Cuando llegaban a un pueblo, mientras los chicos estaban estudiando y preparando las lecciones de la escuela con una maestra particular que contrataban en la comunidad del circo, Asunta hacía las compras y buscaba regalos para la Navidad.  Ella compraba lo que estaba dentro del presupuesto y, al regresar, escondía cada paquete en aquel gran cajón con trampa y anotaba prolijamente la lista de regalos. Cuando llegaba el día de La Preparación, se clasificaban según la edad y los gustos de los chicos. Había libros, juguetes, pelotas, muñecas, cintas, ropa, CDs de buena música…

Siempre alcanzaba lo que Asunta había guardado durante del año y, a veces, hasta sobraba. Darío disfrutó esa noche tan especial en la cual, además de envolver con papel de regalo los paquetes y preparar tarjetitas con los nombre de los destinatarios, se contaban anécdotas y se recordaba a seres queridos.

Pasaron unos días y llegó la tan esperada Nochebuena. Junto al pesebre y al pie del árbol de Navidad, aparecieron los regalos. Darío participó del reparto saltando de un lado a otro y haciendo piruetas sin parar. Uno de los más chicos, observó que Darío no había recibido ninguno de los regalos que estaba repartiendo para los demas. Entonces se acercó y le preguntó porqué estaba tan alegre si ese año no había recibido ningún regalo. Darío le contestó que hay regalos más importantes que un juguete y que, en realidad, esa noche, él había recibido el más grande de su vida.

Fin

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