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Nacieron del mismo saco embrionario y a pesar de eso, no eran gemelas idénticas, algunos rasgos las distinguían. Nélida, la más grande al nacer, fue la más alta y delgada, Ana, en cambio, era más menuda y algo más rellenita.

Cuando nacieron su madre gritaba, no sólo por el dolor, ya había parido once hijos, sino por la desesperación de su miseria que se vería aumentada por dos bocas más. Su hermana, también habían sido gemelas, vivía en la capital del país y como en una burla del destino, nunca había podido tener hijos. Cuando se enteró que su hermana gemela tenía dos niñas, sacó un pasaje y se fue a visitarla.

Se llevó a Ana, en un buen acuerdo, la hermana de la capital tenía una posición económica más cómoda y no tenía ninguna boca para alimentar más que la de su marido que era un hombre manso como el agua de un arroyo quieto. Las gemelas fueron separadas, en esos tiempos las teorías nefastas sobre el tema, eran ignoradas o desconocidas, como en este caso.

La vida fue transcurriendo, cuando las gemelas fueron a la escuela, comenzaron a escribirse. Al principio pequeñas esquelas mal escritas, luego, con el tiempo, cartas largas con dibujitos a todo color.

Compartieron pocos momentos juntas, no sé si era temor a que no quisieran separarse, cuestionamientos de los porqué, pero la verdad que las gemelas madres, propiciaron pocos encuentros con las gemelas hijas.

Cada una creció a un lado del mapa y con el tiempo apenas un par de cartas y algún llamado telefónico para el mutuo cumpleaños.

Nélida se casó con un hombre alcohólico, por más que sus padres intentaron de todos modos, sus once hermanos la cuestionaron, hizo lo que quiso y se casó igual. A los cinco años con una niña de cuatro golpeaba la puerta de la casa materna y pedía auxilio.

El auxilio tuvo que llegar más de una vez, el esposo dolido y lleno de alcohol solía golpear la puerta a altas horas de la noche gritando su nombre a los cuatros vientos. Varias palizas tuvo que recibir para alejarse, emborracharse como nunca y luego, morir sin pena ni gloria.

La prima Nélida comenzó a coser porque no quería ser una carga. Comenzó con tímidas confecciones, pero se iba de noche a estudiar y su habilidad con las telas se le dio como a otros lo de ser artista. Con esas manos de artesana de la costura levantó con el tiempo un pequeño imperio. Tuvo otras mujeres en su taller ayudándola, pudo pagar la universidad de su hija, comprarse una linda casa y un auto para cuando la hija fue profesional.

De los vestidos sencillos pasó a ser la modista favorita de los casamientos de alcurnia. Había días en los que su jornada iba desde las cuatro de la madrugada a la media noche. Más de una hermana se acercaba a ayudar, cebar mates y escuchar con ella los infinitos radio teatros que podía escuchar. Romántica por naturaleza su forma de expresarlo era escuchando aquellos amores contrariados que se pasaba en la radio de los años 60. Después en su casa, tuvo televisión pero como ya tenía, además del taller, nietos y su hija trabajaba todo el día, ponía el volumen alto y escuchaba los teleteatros como lo había hecho con la radio.

Era una mujer alta y delgada, elegante por naturaleza, tenía un pelo gris tempranero que nunca quiso teñir y le hacía juego con los ojos claros. Creo que perdió más de un postulante para marido en aras de coser para ganar y educar a su hija, ganar para tener su pequeño imperio de mujer independiente con el único don de la costura. Siempre pensé que si mi prima hubiera nacido en el primer mundo, hubiera sido otra “Cocó”.

Cuando su hija se casó se fue a vivir con ella. Mi prima entonces debió repartir aún mejor sus tiempos porque comenzaron a llegar los nietos. Pero nunca dejó de coser.

Los que la conocíamos y la veíamos en fiestas o velatorios, la vimos adelgazar más de la cuenta en los últimos años. La relación con la hija y el yerno no funcionaba, a veces en algunas navidades, nos contaba en parte sus pesares. Le gustaba sentarse en la gran casona de la abuela, fumar un cigarrillo, algo que hacía una vez al año, tomar sidra y contar sus cosas. Los últimos años no contó casi nada, solo elogió los nietos, se puso su rol de abuela y los mistificó. No nos dimos cuenta o no quisimos, o no pudimos. Ahora ya no importa.

Un día de primavera cálida dejó su casa, con todo el taller artesanal que había construido de la nada, con casi toda su propia ropa, con todos sus amores ahí adentro, se fue y alquiló una habitación en una pensión de otro barrio. Cuando nos enteramos hubo quién gritó de enojo, otros nos encogimos de hombros, otros ni se molestaron en opinar. La familia inmensa que habíamos sido andaba desperdigándose por el mundo.

El día que tomó el veneno era uno de esos donde el viento norte te hace doler el calor. Cuando la dueña de la pensión la encontró ya estaba rígida. Había dejado una carta pero no llegamos jamás a leerla, su hija la leyó primero y la ocultó al resto de la familia. La muerte fue firmada como falla cardio respiratoria. Las bolsitas de venenos las vimos antes de que su hija tirara la basura.

Después nada, las discusiones, los reproches, las culpas. Y quién pudo proporcionarle un veneno en semejantes cantidades. Y cómo la dejaron irse de su propia casa, cómo puede ser que ella estuviera tan mal y nadie se diera cuenta. Resultado de todo esto y muchas ofensas más, un velatorio que rayaba en la ironía y el sarcasmo de un mal teleteatro como los que a ella tanto le gustaban.

Cuando fueron a tomar el teléfono y avisarle a su hermana gemela que Nélida estaba muerta, del otro lado la voz de la madre tía que grita que no puede ser, que Ana también ese mismo día se había quitado la vida.

Tal vez fue a la misma hora. Ana tomó tantas pastillas para dormir que se durmió más que en serio y para siempre.

Iguales en las manos por lo habilidosas, Ana había elegido el oficio de peluquera. Igual que su gemela había realizado sus primero pasos en su propia casa y fue ascendiendo hasta llegar a una de las avenidas principales de la capital. También ella peinó familias enteras de clase alta para magnánimos casamientos y cumpleaños. También ella ganó dinero como para comprarse un lindo departamento en pleno centro.

También ella se enamoró del hombre equivocado, no bebía en exceso pero mentía en exceso, la traicionaba en exceso y la humillaba en exceso.

No pudo dejarlo, lo siguió amando a su loca manera, de todos modos él se casó con otra, ella lo perdonó, siguió recibiéndolo y perdonándolo a lo largo de más de treinta años de una relación enferma.

Y un día la gemela Ana no quiso despertar. No sabemos cuál fue la última humillación, pero sí sabemos que tragó tanta pastilla como pudo hasta que más o menos a la misma hora, murió igual que su hermana gemela. Una a cada lado del mapa como habían vivido pero unidas como en el nacimiento, eligieron la forma y el día para morir por voluntad propia.

Fin

Estas mujeres que habitan mis historias estuvieron en algún momento vivas, rezando, llorando, gozando o lo que fuera que hicieran. Les he dado el título de primas pensando en la gran familia que tuvimos y que ya no es la misma. También las he considerado parientas por la sangre loca que les habitó las venas, por sus dolores y por las pasiones que se gozaron.

Cuento perteneciente a TODAS MIS PRIMAS.

Cuento sugerido para jóvenes y adultos.

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