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La prima Elsa, la que tuvo una infancia infeliz. Un padre que se fue temprano de su casa, tendría unos siete años, una madre que se consuela rápidamente con otro hombre, el que se transforma en su padrastro y cuando cumple los doce años comienza a perseguirla por los rincones.

Lo evitó hasta que pudo, a los catorce se fue a vivir con los únicos parientes que conocía. A los quince años con sus escasos conocimientos pudo entrar en la banca nacional de quiniela y ahí pasó casi cuarenta años, hasta que se jubiló. Pudo estudiar mucho más pero tuvo que hacer lo que hacían las primas de antes: casarse, cuidar a los demás, tener un hijo.

Se había enamorado de Gardel, amaba su forma de cantar y lo idealizó tanto que cuando él se murió, pensó por primera vez que la vida no valía nada. Una sola vez el mito vivo de Gardel pasó por su pueblo, pueblo costero de un Uruguay pequeñito, lo miró desde la acera, descalza, desde la calle donde pasó raudo el auto que lo llevaba. Pero ese simpático hombre morocho, algo gordo, con la sonrisa más linda del mundo, se asomó por un minuto y saludó. Fue un instante, nada más, pero la miró a los ojos y supo que nunca más amaría así. También supo que nunca lo tendría, que era quimera y utopía, pero se guardó la mirada en el rincón de su alma donde nadie jamás entraría.

A los diecisiete, ya estaba ocupando un pequeño cargo en la banca, era algo así como secretaria, en el tiempo que no era glamoroso serlo. De todos modos hacía de todo, hasta lavar los baños pero con los números le iba tan bien que poco a poco fue ganando espacios en el escritorio. En ese tiempo fue cuando vio al segundo hombre con el que pudo ser feliz pero, las trampas ya estaban colocadas. Se miraron con algo de descaro en la calle principal. Lo repitieron unas pocas veces más, se cruzaban y se miraban. La única vez que ella, salvo con Gardel, se atrevió a enviar ese mensaje que mandan las almas femeninas a través de las miradas y que sólo algunos hombres entienden.

Un medio día de sábado, día de limpieza en la casa, lo vio golpear la puerta de la casa de sus tíos y tembló. No tenía dudas que venía a preguntar por ella. Su corazón se agitó como pájaro enjaulado al que le muestran la puertita sin tranca. La voz de su tío sonó seria en el corredor:” acá hay un señor que quiere hablar con la “señorita Elsa” “, dijo contundente, ella tembló. Si el hombre llegó hasta ahí el noviazgo era casi un hecho porque no se iba a la casa de una chica decente y se preguntaba al tutor por ella sin una causa justificada.

El hombre, el que vio varias veces y cruzó con él miradas especiales, estaba en la puerta invocándola. Se miró al espejo, tal vez se pasó un cepillo en la larga cabellera…y cuando iba como pájaro trémulo hacia la puerta su prima, dos años mayor, se le apareció en el camino con las manos en jarras y le espetó un desafiante: “ni se te ocurra ponerte de novia con él, yo lo vi primero, es mío, estoy enamorada de él”

Un universo cae en pedazos, otro Gardel se muere, otro mito se desaparece, otra vida se frustra. Nada, el ser o no ser feliz ajustados a la rueca de los “debo ser una buena persona”. Se traga las mil lágrimas que nunca lloraría, se come la angustia que nunca confesaría, aparece en la puerta y lo mira con otros ojos, lo desafía con un tono imperial diciendo: “usted no me interesa, no me moleste, no venga nunca más a verme…” O algo así.

Al cerrarse la puerta siente que se ha cerrado a la fortuna de amar, se dice a sí misma que no puede ser. La prima, muerta de risa, se le aparece nuevamente con otra cara, con otra pose y le dice asombrada: “¿pero no me digas que te lo creíste y lo echaste? Tonta, si a mí no me gusta…”

Después vendrían los arrepentimientos, los pedidos de ayuda, los por favor vayamos a la calle a ver si lo ves de nuevo y le explicamos entre las dos. Pero Elsa nunca más, nunca. Pierde por primera vez la vista, se queda ciega, no lo ve nunca más.

Al año comienza a buscar un hombre para casarse, no quiere ser un estorbo en casa de sus tíos. No lo es, porque aporta buen dinero, ya es secretaria y hace cursos de secretariado para avanzar. Pero ella quiere irse. Mientras tanto la colección de discos de Gardel le insume todo lo que sobra de su sueldo y miles de recortes sobre el mito del tango, se acumulan llenando viejas valijas. El hombre que busca debe de ser, no lo piensa, solo lo intuye, la antítesis de lo que para ella hubiera sido el amor.

El baile se le da, los fines de semana con la custodia del tío atrás, van a los bailes, su prima, ya de novia formal, ella, esperando. Encuentra el hombre, familia trabajadora, conocida en el pueblo por su esfuerzo, no por su fortuna. Bien, piensa, alguien de fortuna no se fijaría en ella. Es tosco, trabajador y dado al único pasatiempo de beber e ir de putas los domingos. Es un empleado más del estado uruguayo, trabaja mucho, gana poco. Baila con él, sabe que le pedirá ser su novio, acepta sin asombrarse ni preguntarse. Es el destino, dirá años después.

Y como destino se vive su vida atada a un hombre tan tosco como dicharachero del que nunca se enamora y al que nunca deja, se ata a su persona, a su casa, tiene una hija para cumplir con su rol de madre, atiende los partos de todas sus cuñadas, atiende a sus suegros en penosas enfermedades. Mientras, trabaja más y más en la banca hasta que logra realmente ganar un buen sueldo. Jamás deja de coleccionar discos y artículos, luego vendrían los libros, sobre Gardel. Mientras trabaja en la banca, mientras atiende a una familia de once miembros que la explotan como a una Cenicienta, no se queja, sólo lo hace. Pierde su útero tempranamente, a los veintinueve años, se alivia toda ella. Ya no debe fingir con su marido, él puede seguir emborrachándose en los prostíbulos y nadie dirá nada, ella es una mujer “vacía”. Está vacía desde hace años solo que ahora, el certificado médico lo corrobora.

Años y años pasaron juntos. Tuvieron quizás algunos años felices o no. No importa ahora está ciega, inválida y la única forma que tiene de escuchar a Gardel es con un buen aparato y un buen audífono. Enajenada del mundo suspira con cada tango como si tuviera quince años.

Fin

Estas mujeres que habitan mis historias estuvieron en algún momento vivas, rezando, llorando, gozando o lo que fuera que hicieran. Les he dado el título de primas pensando en la gran familia que tuvimos y que ya no es la misma. También las he considerado parientas por la sangre loca que les habitó las venas, por sus dolores y por las pasiones que se gozaron.

Cuento perteneciente a TODAS MIS PRIMAS

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