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Barra brava de vizcachas. Cuentos de insectos

Barra brava de vizcachas. Cuentos de insectos

Cuentos de insectos. Cuentos para niños.

Afligido Pérez Sinsuerte era muy trabajador. Le encantaba el campo. Tenía un perro ladrador y bochinchero.

También una camioneta destartalada que le daba lástima a la policía de tránsito. Todas las mañanas, se levantaba bien temprano, tomaba unos mates amargos y rumbeaba para el lado del arroyo. Allí, tenía un pedacito de tierra donde pensaba poner en marcha sus proyectos. No quería hacerse rico, ni mucho menos, pero amaba ese campito que había sido de sus abuelos y quería ponerlo a producir. Era su forma de amar a la Patria también.

Afligido comenzó con las colmenas. Consiguió una buena abeja reina y algunas otras obreras, fuertes y trabajadoras. Ese año las flores hicieron huelga. Se escondieron, se fueron para Córdoba, qué sé yo. Por el campo no aparecieron. Las mariposas protestaron, los pajaritos cantaron fuerte, los caranchos se pararon en los postes de alambrado para anunciar la lluvia, la lluvia cayó…

Las abejas se miraron desconsoladas . Tuvieron que dedicarse a tejer al crochet. Flores no hubo y miel tampoco. Afligido Pérez Sinsuerte comprobó que en su nombre y apellido estaba escrito el destino. Pero él no iba a aflojar así nomás.

Al año siguiente se dedicó a las vacas. Criaría vacas bien gorditas y saludables. Llevó algunas a su campo, les preparó bebederos con agua fresca. Hizo trabajar al molino para que aquélla no le faltase en el verano. Creyó que con el buen pasto, las vacas engordarían y le darían rica y abundante leche.

Esa temporada se pusieron de moda las modelos flacas, estilo esqueleto. La vaca más joven-una que le coqueteaba a los toros del campo de al lado-encontró una nota sobre el tema en una revista. Se lo comentó a las otras. Resolvieron, en una asamblea y entre mugidos susurrantes, (para que Afligido no se enterase), hacer dieta. Desde ese momento, sólo comieron tres plantas de gramilla por día.

Al poco tiempo, estaban como para revista de modas o desfile en los programas de televisión. Les colgaba el cuero como sábanas en la soga de la ropa. Se les marcaban los huesos de tal forma, que parecían carpas para campamento en la laguna. Carpas con patas. Los caranchos se agarraban la cabeza al verlas tan espantosas .Las mariposas se asustaban, los pastitos se ofendían y los pajaritos tenían ganas de llorar. Las mismas ganas que sentía Afligido…

Una vez más el infortunio lo perseguía y lo alcanzaba. No se desanimó. Probaría con la siembra. Su amor a la tierra podría más. Les avisó a las vacas que desde ese momento eran libres de comer o no. Él estaba dedicado a otra cosa. Las vacas lo escucharon mirándolo con sus ojos de vaca, más tristes que nunca debido a la dieta. Los toros de al lado no les dieron ni la hora…

¡Estaban horribles! Afligido Pérez Sinsuerte comenzaría con las semillas.

Pasó un tiempo. Comenzó la alfombra marrón de la tierra a transformarse en una pradera verde y suave. Los pajaritos cantaban con entusiasmo, las mariposas bailaban chacareras de la alegría, las flores llegarían pronto…Las abejas estaban atentas y vigilantes ¿Y las vacas? Se pusieron a comer en sus potreros, mirando con ganas las plantitas recién nacidas para un lado y a los toros vecinos para el otro lado. Ellos habían decidido no darles ni la hora hasta que les desaparecieran los efectos de la dieta. Afligido ya pensaba ir al Registro Civil para cambiarse el nombre y ponerse Esperanzado. Empezó a dormir mejor y a soñar con una buena cosecha para esa temporada.

Una mañana, al recorrer el sembrado, encontró algo que lo preocupó mucho: unos pozos muy misteriosos. Comenzó a investigar y de pronto, salieron de ellos unas vizcachas muy maleducadas que se dedicaron a reírse y a burlarse de él:

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Jaraijajá! Mirá adónde va a parar tu siembra, pavote- y hacían gestos feos mientras le cantaban cantitos de cancha llenos de insultos al pobre Afligido.

Éste ya no se sentía sin suerte, sino perseguido y alcanzado por la peor de las suertes perras.

Con esas malvadas vizcachas todo estaba en peligro…¿De dónde iba a sacar dinero para terminar con esa plaga? ¡Ah, si él pudiese cazarlas a todas, las transformaría en escabeche y vendería los frascos con la preparación en la Feria Artesanal! Pero estaba casi en la ruina, había trabajado de sol a sol y todo su esfuerzo se iba a la nada. Adentro del pecho el corazón se le achicaba como una pasita de uva…

Los caranchos estaban atentos, compartían su preocupación. Entonces pasaron los patos silbones y las garzas blancas. Los caranchos los llamaron y hablaron con ellos en secreto. A los pocos días, el campo estaba con muchos pozos y con los periodistas hablando con Afligido. Se había corrido la voz que los extraterrestres le habían transformado la siembra en colador y querían conocer la opinión del dueño del lugar. Se hablaba en el pueblo de que todos sufrirían los mismos ataques y la preocupación visitaba todas las casas. La gente pensaba hablar con el Intendente y con el Comisario. ¡Algo debía hacerse!

Mientras tanto, venía llegando a la rotonda de la ruta una sulky antiguo, pero muy prolijamente pintado. Tenía las riendas el paisano Don Ecológico Mansilla y venía de Tandil. Los caranchos se habían parado nuevamente en los postes del alambrado para señalarle el camino a Don Ecológico. Algunos de ellos le habían avisado de la novedad a los periodistas y otros, acompañando a Afligido, le explicaban el mensaje que los patos silbones y las garzas habían llevado a las sierras.

A Don Ecológico lo fotografiaron, lo filmaron y lo llenaron de preguntas:

– ¿Es cierto que lo manda el Presidente? ¿Tiene novia? ¿Sabe inglés? ¿Es usted el representante de las vizcachas? ¿Le gusta el queso y dulce?

Él se limitó a declarar que había que tener prudencia. Le hizo una seña a los caranchos y éstos, sin decir nada, lo fueron guiando hasta la tranquera de Afligido. El pobre hombre lo vio llegar y realmente, se le vino el alma al suelo. ¡¿Qué podría hacer ese viejito de boina de vasco, bota y bombachas, trayendo muchas cajas agujereadas y atadas con hilo grueso en cada mano?! Como era educado, se sacó su propia boina y le dio la mano, diciendo:

-Afligido Pérez Sinsuerte a sus órdenes. Tenga buenos días.

-¡Buenos días, m’hijo! Acá vengo a darte una mano. ¿Sabés lo que traigo en estas cajas?
-¡Alpargatas con olor!- pensó Afligido- pero no lo dijo porque no quería ofender al viejo-¡Ni me lo imagino!-prefirió exclamar.

-Ya vas a ver- contestó Don Ecológico al tiempo que desataba los piolines y salían de las cajas montones de lechuzas chiquitas y simpáticas.

En un instante las lechuzas se fueron hasta las vizcacheras que perforaban el campo. Las vizcachas salieron de sus cuevas y comenzaron como cada mañana su ronda de burlas, insultos y gestos de mala educación. Las lechucitas les cayeron encima llenándolas de picotones y gritándoles con energía.

-¡Váyanse lejos si no quieren terminar siendo escabeche!

-¡Vamos, vamos, ligerito, corriéndose, corriéndose!- gritaba la que parecía la jefa de todas, haciéndose la colectivera.

Los bichos dañinos se metieron en sus pozos para no volver a aparecer nunca jamás. Afligido Pérez Sinsuerte pudo lograr una buena cosecha, las abejas sacaron polen de las flores y fabricaron mucha miel. Las vacas se casaron con los toros, bien gorditas como a ellos les gustaban. Tuvieron un montón de terneros meses más tarde.

¿Y Don Ecológico Mansilla? Se quedó una temporada en la casa de su amigo. Hizo muchas notas periodísticas explicando los beneficios que proporcionan las lechuzas a la naturaleza y la importancia de no matarlas, porque ayudan a la buena suerte, como se había comprobado.

Afligido no se cambió el nombre. Se le modificó la cara con una sonrisa colgada desde la nuca y siguió trabajando con ganas.

Cuando el viejo decidió volverse a sus pagos de Tandil, para despedirse, los dos se hicieron una linda parrillada de verduras y brindaron con jugo de naranjas. El vino y el asado de vaca hacen subir el colesterol. Los caranchos y las garzas blancas le ayudaron a atar el sulky y los patos silbones, junto con los pajaritos, le dedicaron una huellita pampeana muy bien cantada que decía:

¡A la huella, la huella de las lechuzas
que saben lo que es bueno y lo que se usa!
¡A la huella, la huella de las vizcachas,
que se fueron bien lejos, cabezas gachas!

Fin

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