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Carta de renuncia «No puedo defraudarlos, esperan mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo…»

Por Zunilda Borsani. Cuento sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.

La «Carta de renuncia» de la escritora uruguaya Zunilda Borsani invita a un emotivo viaje por los pensamientos de Amalia, una apasionada profesora de Literatura enfrentada a un sistema educativo desafiante. Con la brisa marina como confidente, Amalia reflexiona sobre las frustraciones, desafíos y desencantos que enfrenta en su labor docente. A medida que se adentra en un mar de dudas y conflictos, la narrativa destaca las tensiones entre métodos tradicionales y la realidad de unos estudiantes ávidos de comprensión.

«Carta de renuncia» es una conmovedora exploración de la pasión por enseñar y los obstáculos que amenazan con apagarla, dejando a los lectores con una invitación a reflexionar sobre la educación y sus desafíos.

Carta de renuncia

Carta de renuncia - Cuento

Ese viernes necesitaba caminar, poner en orden mis pensamientos. Dejé el Instituto confundida, angustiada y perdiendo las fuerzas necesarias para luchar en esta vorágine de incomprensiones.

Con mi portafolio bajo el brazo, comencé a caminar con pasos lentos por la rambla fresca y abierta. ¡Tantas veces mi cómplice, mi refugio! En ella no podía ocultar los más profundos sentimientos, su belleza era implacable, traslúcida y serena. Desde mi época de adolescente, siempre que debía resolver algo importante, o tomar una decisión difícil, recurría a ella.

Allá en el horizonte, el mar parecía regado de sangre por el atardecer, las olas ondulaban muy suavemente en la orilla, mientras una fresca brisa rozaba mi rostro. La gente se había concentrado en los muros de la playa, para disfrutar de los últimos y tímidos rayos de sol de ese clima primaveral.

La angustia y la confusión me producían un desasosiego incalculable. Desde mi época de adolescente, solía refugiarme en ella, bajaba hasta la orilla, descalzaba mis pies y corría por la arena hasta caer rendida sobre su tibio lecho, mientras miraba el cielo y el mar, que parecían unirse en el horizonte. Enhebraba mis sueños, mis proyectos y el mar complacido me inundaba de tranquilidad y sosiego, brindándome una paz interior infinita. El viento sacudía mis cabellos y mi rostro se encendía de luz.

Hoy, lejos de mis años juveniles las preocupaciones son otras, en mi cabeza rondaban los pensamientos sobre mis muchachos. ¿Qué sería de ellos? No puedo defraudarlos, esperan mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo, mi carta de renuncia es casi un hecho. Sin duda estoy caminando en un mundo hostil e injusto, un mundo prestado, en el cual por alguna razón pienso diferente.

Parece que caminara al revés del resto de la gente, los programas son rígidos, nadie puede apartarse de ellos, no se pueden abrir puertas, sin embargo hablamos de Unión Regional, la Era de la Tecnología, los cambios que nos mueven diariamente, Recursos Humanos, Sicólogos, Asistentes Sociales, Estrategias, Misiones, hablamos de este nuevo milenio, pero… ¿Qué ocurre con ellos, qué ocurre con estos jóvenes?

Los docentes tenemos en nuestro puño la calificación o mejor dicho la reprobación o no de cualquier alumno, muchas veces ni siquiera les permitimos discutir, nos manejamos con la simpatía por tal o cual. Me es difícil aceptar estas normas, soportar frases como las de Gustavo, el profesor de Matemática, que se jacta de poner problemas sin solución, para justificar el bajo nivel de su clase, simplemente dice “son burros, si fueran inteligentes se darían cuenta que no tienen solución”. Esta es una materia difícil y la seguirán reprobando por los siglos de los siglos. ¿Quiénes somos y adónde pretendemos llegar?

¿Por qué no se pide control de calidad en la educación? Tal vez es todo esto y mi discrepancia permanentemente, lo que hace que mis colegas me aconsejen que consulte a un especialista para resolver este dilema, según ellos yo no enseño, sólo disfruto como una adolescente que no maduró y se involucra demasiado con ellos. Hablamos de violencia, ¿y qué les damos?

Yo disfruto, claro que sí, aprendemos juntos a crecer y a comunicarnos. Muchas veces una sola mirada basta para entendernos, es por eso que no entiendo como los demás, pueden calificar de bajo nivel a esta clase, en la cual se manejan temas cotidianos de mucha importancia.

Ana, la docente de Español dice “nadie aprende, se distraen con cualquier cosa” “Además no me agradan las miradas que se entrecruzan determinadas parejitas que tengo en el grupo”, olvidándose que el amor florece en primavera y que basta una sonrisa para comprender. En más de una oportunidad escuché con dolor decir alguno de los chicos que Ana jamás se aparta del programa y si alguien trae algún pasaje para leer o comentar, sólo se enoja y les dice que no pueden perder el tiempo o simplemente tritura al autor desmenuzándolo gramaticalmente.

¡Pobrecitos! Están en nuestras manos, se hacen cargo de nuestras frustraciones, complejos y todas esas condenas que atacan a la mayoría de los docentes. Jamás admitimos que sepan más que nosotros.

En toda la ramas de la enseñanza, encontramos cosas como estas, he visto dormirse en la mesa examinadora a uno de los profesores, ante aquel alumno brillante que comienza a desarrollar el tema apasionadamente y cuando despierta, sólo dice: “Basta está muy bien, es suficiente» defraudando los conocimientos agolpados en aquella joven mente. ¿Acaso enseñar es dar sólo lo que uno sabe? ¿Y si no lo sabe, no sería más honesto aceptar lo propuesto por algún alumno? ¿Qué es la educación?

El maestro Tagore a quien admiro profundamente, expresó que el hombre debe luchar por lograr una armonía, también que hay que cultivar el intelecto junto con las emociones y la volición y que todos estos aspectos de la vida interior del hombre, deben desarrollarse armónicamente, él tampoco creyó en fórmulas de educación estrechas o rígidas, si no que es un sistema concebido en términos humanos amplios, hizo hincapié en el arte y la creatividad, también tuvo la convicción de que la educación, es la base esencial para crear una sociedad.

Evidentemente que estoy equivocada al creer que puedo escapar de esto. Viajo en el mismo tren que los demás docentes y salvo algunos con los que comparto determinadas ideas, el resto me es ajeno.

La mayoría dice: – “No debemos involucrarnos demasiado en sus vidas, los muchachos de hoy tienen demasiados problemas, demasiadas carencias, son agresivos, nos haría mucho daño escuchar el drama de cada uno”. – Pero yo percibo la soledad que tienen, la falta de proyectos en una sociedad que poco o nada les brinda, necesito liberarlos de algún modo para que puedan disfrutar de un buen libro, para que encuentren en el salón de clase, un lugar de disfrute, necesito crearles un ambiente en el cual desarrollen sus críticas y formen el sentido común, el criterio propio.

¿Es malo todo esto…? es por eso que la directora me observa siempre tratándome de inmadura, siempre me dice que lo único que he conseguido hasta ahora, es indisciplinar a mi clase – “Amalia, no te involucres tanto en sus vidas, mantén distancia”. He aquí lo curioso. ¡Me encanta involucrarme!

Me sentía desfallecer, lo único que me animaba a continuar eran sus rostros sedientos de conocimientos. Mis pasos me iban llevando lentamente hacia aquel consultorio en el cual debería dejar en claro mi situación. El viento fresco me empujaba hacia atrás como si tratara de detenerme, pero debía hacerlo. Cuando me dediqué a mis estudios docentes, estaba consciente de ello, evidentemente no era redituable, pero lo mismo me encantaba y a pesar de mis padres y sus consejos yo elegí.

Me resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos, impartir clases amenas, donde el aprender es mutuo y cada vez más emocionante, donde el escuchar las críticas del adolescente a veces crudas, significa que también seremos escuchados cuando sea necesario.

Era totalmente consciente que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar algunos libros, los apartados de fotocopia, algún material extra, en fin, lo sabía, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han preparado para educar en este mundo tecnológico? ¿Acaso nos han enseñado a respetar al alumno? ¿Estamos preparados para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto?

Yo vengo de un hogar donde el respeto por el otro siempre fue lo primero, aprendí amar desde muy pequeña, la ternura de mi madre colmó mi vida y aprendí que el amor hacia un niño, un joven puede cambiar su vida. Por eso y a pesar de lo manifestado por mis padres en la carrera que había elegido, considerando ellos que yo podría perfectamente ser una profesional destacada en otra área que no fuera la docencia, yo elegí.

Sentía la necesidad de dar todo ese amor que existe dentro de mí y compartirlo con los jóvenes y los niños, pues considero un aporte fundamental para el desarrollo de los individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran y sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de mis maestros y profesores, los cuales dejaron en mí una huella permanente que marcó parte de mi existencia.

Elegí Literatura, una materia rica en sentimientos y creatividad. Transformé mi clase en una mesa redonda donde conversamos como amigos y nos distendemos aprendiendo, una charla donde los protagonistas son ellos y no yo. Discutimos de mi materia, pero también del mundo, de la sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga, del sexo, sí del sexo. Opinan libremente.

Muchas veces me entero de cosas que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es evidente que todos estamos aprendiendo, a pesar de leer mucho e informarme, desconozco los entre telones de los muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es que cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase y es raro… Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro me rodean como locos…

¡Amalia mirá lo que traje!

Yo encontré una párrafo en la novela “Sangre Negra”, de Richard Wright, que me encantó ¿puedo leerla, Amalia?

Amalia, encontré en mi casa una revista con poemas anónimos ¡Dale! ¿Puedo decirlos? Son horribles, escuchá…

Amalia ¿qué opinás de las relaciones premaritales? ¿Estás de acuerdo?

¡Muchachos, por favor haya calma! Haremos todo y daremos la clase de hoy, pero para escucharnos debemos hacer silencio ¿Sí?

Mi clase vive, vibra, ¿es eso malo, tal vez? Mis colegas me reprochan, manifestando la indisciplina de mi clase. – “Te falta carácter, Amalia”. “Los muchachos te dominan” – Sin embargo, cuando comienzo la clase, el silencio es profundo…

Caminaba cada vez más lento para seguir pensando en mi decisión definitiva, la hora se acercaba y estaba llegando al edificio del Dr. Velásquez. Comienzo a imaginar la gente sentada en la sala esperando, aquellos, los locos como suelen llamarle los demás. ¿Por qué será que llamamos locos a todos aquellos que no piensan igual que los otros? Nunca pensé entrar a uno de estos consultorios, pero nadie está libre de caer en ellos y contarle todo lo bueno y lo malo que nos pasa, para que el especialista tome la decisión por nosotros.

Yo, solamente yo, decidiré si continúo enseñando o no, de eso estoy segura y por eso voy preparando mi mente. Metí la mano al bolsillo y saqué aquel papelito arrugado y viejo con la dirección exacta del psiquiatra, la calle la recordaba por haberla leído antes de salir, sin embargo el número del edificio se había borrado de mi mente.

¡Cuántos secretos conozco de mis gurises!

Una impotencia enorme me sube hasta ahogarme cuando pienso en lo que Felipe dijo el otro día en una charla sobre la clase… “estos gurises no saben nada de historia, lo vienen arrastrando desde primaria, hay varios que han dado el examen de Historia en más de una oportunidad, inútilmente, claro y me atrevo a decir que este año ocurrirá lo mismo, serán reprobados en la materia”.

¿Cómo se puede saber en mayo si un alumno puede rendir lo necesario al final del curso? ¿Cómo podemos saber nosotros si tal o cual alumno se esmerará de aquí a fin del curso, para no reprobar?

Cosas como estas me ocurren a diario… el otro día tuve que consolar a la hija más pequeña de mi amiga Agustina, ella concurre a uno de los Conservatorios más grandes del país, realiza una carrera brillante y con mucho éxito, destacándose entre los demás alumnos por su talento, no obstante, la profesora de educación musical que suele contar anécdotas de compositores, se refirió a uno que Clarita conocía lo bastante como para opinar y cuando manifestó que lo que ella decía no tenía nada que ver con la realidad, esta se enojó y le bajó la nota.

Mi amiga Agustina concurrió de inmediato al Instituto para conversar con la profesora, la cual le indicó que Clarita era una irrespetuosa, una alumna rebelde…

¿Qué podía decir? ¡Pobre Clarita! Su madre por fin logró defender su situación y a pesar de ser una materia que se exonera, la mantuvo por ahí nomás.

Seguía caminando, las luces se habían encendido, había caminado tan lento, que las horas transcurrieron casi sin darme cuenta, crucé los semáforos y no sé si lo hice con luz roja o verde, me detenía de cuando en cuando, observaba a la gente, pensaba y pensaba… ¡Cuántas y cuántas anécdotas se iban y venían por mi cabeza!

Laura es la mejor de mi clase, el otro día la sentí alejada, ausente, de inmediato noté que algo le sucedía… La clase terminó y sin decir palabra se acercó y me dijo:

Amalia, ¿me escuchás un minuto?

Claro Laura ¿Qué ocurre?

Es espantoso Amalia, espantoso.

¿Qué es lo espantoso Laura, qué te pasó?

Es la vieja esa, la profesora, la imbécil de Matemática.

¡¡Laura!!

Sí, esa tarada, la clase es un despelote total, todos tiran papeles, la relajan, son tantos los griteríos, que su clase no se escucha, nadie la quiere, es asquerosa Amalia.

¡Laura, por Dios!, nunca te vi de ese modo, tus expresiones me dejan estática, no sé que decir.

¿Qué más pasó para que vomites tanta violencia?

No la aguanto más Amalia – dijo – mientras sus ojos se enrojecían de llanto y de rabia – ¿Sabés lo que nos dijo? Que lo único que sabía hacer era enseñar y aunque no quisiéramos escucharla, debíamos hacerlo, pues ese era su único trabajo, su medio de vida y que aunque no le gustara, debía ganar dinero para mantener a su madre que estaba muy vieja y enferma. Algunas veces he sentido pena por ella, sobre todo cuando veo que todos se burlan y nadie la escucha. ¿Sabés lo qué pensé Amalia? que sería capaz de matarnos y aún así cobrar.

¡Laura! No, no es así.

¿Qué opinás, decime? Yo me sentí defraudada Amalia, frustrada y sentí ganas de llorar cuando me di cuenta que mis compañeros y yo, no éramos más que una carga para ella, sentí que nos odiaba.

¡Laura, por favor! No pienses de ese modo, el odio no hace bien a tu corazón, el odio sólo trae tristezas.

Miré su rostro tierno y fresco, los ojos húmedos de una adolescente extremadamente sensible y sentí ganas de llorar con ella ¿Qué podía decirle, de qué forma podía justificar esa conducta? ¿Qué es lo que anda tan mal?

La miré fijamente, había angustia en ella… pasé mi brazo por sus hombros y la sacudí.

¡Vamos Laura, ustedes deben haber provocados la ira de ella, sin lugar a dudas!

No Amalia, ella siempre es igual, es como una autómata, parece que no siente nada y todo le da lo mismo.

¿Qué podía yo decir? Muy en el fondo también rechazaba aquella actitud que jamás debió salir de esa docente, podía haber elegido cualquier otro trabajo antes de formar mentes y provocar iras como esa. Me sentí sofocada y mis ojos se humedecieron, pero tenía que disimular…

Bueno Amalia ¿qué pensás?

No sé qué decir…

¿Cómo qué no sabés? ¿Acaso vos no te das cuenta que ninguno de nosotros va a aprender Matemática en estas condiciones y que todos nos iremos a examen? ¡Contestame…! Todos venimos a estudiar, algunos presionados por nuestros padres y otros porque nos gusta, pero a veces cuando nos encontramos con estas cosas, nos dan ganas de dejarlo todo y huir… sí, huir de este liceo, de esa vieja horrible, sentimos ganas de decirle muchas cosas, pero nos callamos, ella es la profe ¿No? Aunque algunas veces alguien le contesta groseramente.

¿Cómo podía yo sólo con palabras, revertir esa ingrata situación? Me sentí impotente. ¿Podía yo acaso encarar a la profesora Dora? ¡Claro que no! ¿Quién era yo? ¿No tendría ella razón? ¿No venimos a este Instituto a ganarnos nuestro sueldo? Yo también debía cobrar mi sueldo y subsistir con él, pero debo reconocer que la diferencia está en que yo amo mi profesión, el contacto con los adolescentes, el intercambio generacional, el aprender a diario, poner a prueba mis ideas, recibiendo la reconfortante tarea, de llevar conocimientos con humanismo.

¿Realmente enseñamos cuando es imposible trasmitir conocimientos…? En una fábrica, pensé… nos descalificarían por bajo rendimiento o incapaz, si alguna de las piezas por la cual respondemos se desforma, o no funciona. ¿Qué ocurre entonces cuando un profesor no puede trasmitir lo que sabe, o no sabe hacerlo? Sin embargo no lo descalifican, nadie inspecciona o regula, no hay control de calidad.

Yo pienso… cuanto más alto sea el nivel del grupo, habría más puntos para el docente… ¿o no? No consigo encontrar la verdad, no sé si es real lo que pienso, o sólo es una fantasía de mi mente trastornada, porque a esta altura ya no comprendo, qué es lo que está bien o equivocado.

¿Qué decirle entonces a Laura? Ya todo estaba hecho, ellos querían huir del liceo, de nosotros. ¿Cómo detener esto? Es evidente que debo pedir ayuda para dilucidar mis interrogantes, mis ideas, mis dudas permanentes frente a los demás, al mundo. Necesito encontrar el camino correcto, o por lo menos el que más se aproxime a él.

Comencé a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos trabajan en varios liceos, tienen adjudicadas muchas horas, un salario pequeño, luego cuando llegamos a clase nos falta todo, desde un pizarrón desgastado y roto, un proyector que no existe, no hay tizas, muchas veces alguno de ellos ha contado, que debió llevar bizcochos temprano, en la mañana, porque tal o cual alumno no pudo tomar un simple desayuno en su casa por falta de medios, una ventana sin vidrio cubierta con una caja de cartón, las sillas rotas y despintadas, muchos graffiti en las paredes agrediendo quién sabe a quién, porque agreden aquellos que están agredidos y estos muchachos lo están, por nosotros, por nuestra sociedad, por el mundo que les resta un espacio.

¡Alto! aquí tenemos mentes que debemos rescatar y formar… Faltaba muy poco para llegar al consultorio y en mi mente aún se fundían las terribles dudas, que decidirían definitivamente mi conducta a seguir.

El viento fresco rasgaba mi rostro, parecía purificarme de aquellos opresores y confusos pensamientos, confusión ingrata y angustiante. Mis pasos se detenían ante aquella luz roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir, esconderme, no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas tenían razón, no existen los medios suficientes para atender las necesidades de la educación, sin embargo se producen gastos en otras áreas, que no son tan importantes para el individuo. ¿Por qué? La educación es fundamental, es la primera formación de valores.

Es el enriquecimiento diario de conocimientos, es el privilegio de un país, no podemos creer que colmando nuestras escuelas primarias de computadoras y dando alimentos en las aulas, estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta, debemos invertir en nuestros muchachos… ¿Invertir? ¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones humanas, en test sicológicos a los docentes, para saber si están capacitados en formar mentes, considerar sueldos acordes con la tarea que realizan.

Realmente a veces estoy cansada de hablar, me duele la garganta de esforzar mi voz, de cargar los escritos y corregir con justo criterio a cada estudiante, sin mirar su nombre para no verme prejuiciada… Educar es un trabajo como cualquier otro ¿o no?

No, claro que no, educar es compartir conocimientos, dilucidando dudas, es apostar a lo más alto, es invertir en esas mentes colmadas de interrogantes, educar es inversión. Un país que educa, es un país que va ha destacarse siempre, un país que cuida sus medios de comunicación, para que estos no violen las reglas gramaticales, los valores, o no utilicen la violencia y el sexo para vender tal o cual producto, es un país que apuesta a lo mejor de su gente, a la dignidad humana.

Es evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy cansada de seguir este camino de lucha interior, es algo que no puedo cambiar sola. ¿Y mis muchachos? Bueno quizás me olviden pronto…

Ya estoy cerca del consultorio… decidir es muy difícil ¿Cómo puedo apartarme de lo que más quiero en mi vida? ¿Cómo puedo dejar mis clases, mis charlas, sin sentir un dolor profundo muy dentro de mí?

Había caminado sin parar varias horas, recorrido la rambla, observando a la gente pasar a mi lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos absurdos. De pronto, crucé la calle sin mirar que el semáforo estaba en rojo y un coche frenó bruscamente, desde la ventanilla alguien gritó un sin fin de disparates, nada me importó, seguí caminando y me detuve en el edificio, donde supuestamente el Dr. Velásquez me esperaba. Me encontraba perdida, confusa, tropecé en el escalón, el portafolios se abrió y mis carpetas se desparramaron en el suelo. El portero se acercó muy amable y trató de ayudarme, pero yo sólo quería escapar, huir, desaparecer…

Guardé todo rápidamente y le agradecí, tomé el ascensor que me conducía al piso cuarto. Un corredor oscuro llevaba hacia el fondo, allí se encontraba una puerta cerrada, con un cartel que decía: Entre sin llamar. Entré. Las personas que allí se encontraban, se veían confusas y perdidas en un mundo diferente, sus rostros preocupados, repletos de interrogantes y sus manos estaban inquietas esperando ¿Esperando qué? ¿Una solución a sus problemas? ¿Una respuesta segura? ¿Una serie de medicaciones para conciliar el sueño? ¿Un ansiolítico para la angustia? ¿Un calmante para evitar suicidarse?

No, yo no puedo quedarme aquí, mi angustia es grande, pero no puedo escoger este camino, pensando que alguien como un doctor decida por mí. Creo que me sentía rara en ese consultorio, las miradas de los demás me recorrían como si quisieran adivinar lo que me ocurría.

Retrocedí y apreté con fuerza todo el tesoro que llevaba en mi portafolio, bajo la mirada perpleja de la enfermera que me interrogaba, mientras extendía su mano, solicitándome los datos personales para llenar la ficha. Me extendió un recibo por la visita, esa visita que debía pagar por unos minutos de alivio o desesperación que me daría el doctor. Sin decir palabra alguna, volví la espalda y me marché. Me pareció escuchar que me llamaba, pero corrí hacia afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé antes que alguien me indujera en esta decisión que yo misma debía tomar.

Era tarde ya, la noche había encendido sus estrellas y estaba algo fresco, sentía el aire del mar húmedo, mezclándose con mis lágrimas y mi desesperación. Me parecía escuchar…

Amalia ¿Cómo definirías el amor? Amalia hoy estoy horrible, mis padres se separaron. Amalia ¿puede existir el amor como Romeo y Julieta? Amalia, Amalia, Amalia…

Basta, lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis muchachos, ya no tengo respuestas, ya no puedo seguir educando con humanidad, me golpeo una y otra vez… La plaza estaba desierta y me senté en un banco, bajo el farol que iluminaba mi portafolio repleto de tantos y tantos escritos que ya no corregiría jamás, ya no volvería a verlos nunca. Tal vez cuando crezcan recordarán a una pobre loca, que sólo supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear por ellos…

Fin.

Carta de renuncia es un cuento de la escritora Zunilda Borsani © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autora.

Sobre Zunilda Borsani

Zunilda Borsani - Escritora

Zunilda Angelero Regusci, que utiliza el seudónimo Zunilda Borsani, nació en el departamento de Florida en Uruguay, pero la adoptó Montevideo desde los tres meses, cuando sus padres se instalaron en la capital. Allí realizó sus estudios: Bachillerato de Derecho, Escuela Nacional de Bellas Artes, Teatro, tercer año de Magisterio, curso de comunicación.

Su cariño enorme por los niños, niñas y jóvenes la llevó a escribir para ellos.Ha publicado cuentos y poesía en Uruguay y Argentina. «La princesa de los pies alados» y «El viejo de los relojes», fueron editados en Colombia y Puerto Rico, así como un libro digital en Venezuela. Ha obtenido varios premios.

Editó la Colección, «Un paseo por mi ciudad», integrada por cinco tomos en los que se plantea un recorrido por los barrios de Montevideo destacándose el arte escultórico, edificios emblemáticos, arquitectura, plazas, y nomenclátor.

Es autora de la colección de artistas nacionales editada por la Fundación Gurvich: «Conociendo a… de la mano de…». Tiene varios libros en proceso, entre los que se destacan: la historia de «Casapueblo» y «Un viaje en el tiempo».

Integró la comisión de amigos de la Biblioteca Pedagógica Central, así como varios Jurados. Asiste a cursos, cursillos y congresos de Literatura Infantil y Juvenil. Su creatividad se desarrolla también en la pintura. Ha realizado varias exposiciones en Montevideo, Florida y Punta del Este.

Un libro de Zunilda Borsani

Libro: El viejo de los relojes, de Zunilda Borsani

El viejo de los relojes

En ‘El viejo de los relojes’, Zunilda Borsani nos regala un relato encantador que transcurre en una época navideña, elevando la nostalgia de la festividad. La atmósfera misteriosa y encantadora se despliega en torno a la figura del anciano de los relojes, cuya morada antigua y desgastada parece un relicario olvidado por el tiempo. La vivienda, con su torrecita coronada de tejas marcadas por los estragos del tiempo, susurra secretos que solo los más curiosos descubrirán.

La autora pinta un escenario evocador donde la casa parece estar al margen de la vida cotidiana, pues ni el panadero, ni el lechero, ni siquiera los funcionarios de los servicios públicos se aventuran por sus alrededores. Este escenario, sin embargo, se transforma durante la temporada navideña, cuando la magia del espíritu festivo se cuela en la trama. Borsani, con su prosa sobria y llena de suspenso, nos introduce en la travesía de unos niños intrépidos y juguetones, desvelando capas de la historia que revelan conexiones sorprendentes.

Comprar libro «El viejo de los relojes» en España.

Otro cuento de Zunilda Borsani

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