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Pedir imposibles, pedir peras es uno de los cuentos de niños humildes de la colección cuentos infantiles del escritor  Sergio Mercado Ruíz para niños a partir de diez años.

El bueno de Lozano Torres metió mano en la bolsa del desayuno. El tacto duro y piriforme no daba pie al equívoco. Se acabaron los omnipresentes bocadillos de queso untable, había comenzado la temporada de peras. A su madre le daba igual que las aborreciese ya hacía dos cursos.

El abuelo traía cada tres días una bolsa repleta y -¡Hay que gastarlas!-Oía como réplica a cada queja. Lozano Torres quería uno de esos pastelitos con cromos de futbolistas que les compraban a los de las bambas de marca o al menos un bocadillo de algo que no fuese queso de tarrina.

Pero cada año a finales de enero aparecía el frutero repleto de peras. Ya sabía de carrerilla las propiedades casi mágicas y la vida y milagros de tan grumoso fruto –“vitaminas A, B1, B2…C, K, hierro, potasio, magnesio…propiedades astringentes…”-repetía el abuelo. La realidad era que el comer pera de almuerzo, pera de postre, y pera de merienda únicamente lo propiciaba que fuesen gratis.

Sólo el abuelo sabía de la existencia de ese maldito peral de peras de Anjou, seguramente en un huerto abandonado más allá del polígono industrial. Lozano Torres no entendía cómo su madre trabajaba tantas horas y no les llegaba para nada. Suerte que el abuelo estaba al despertar y le acompañaba o recogía en los quehaceres diarios. No tenía ni bambas de marca, ni vídeo consola, ni la pelota de la Eurocopa, ni pastelitos con cromo. Únicamente peras o queso, abuelo y madre para cenar.

El abuelo guardaba en secreto la localización exacta, aseguraba que si lo rebelaba se quedarían sin postre de invierno lo que daba más motivos al nieto para saber de dónde salían tantas peras.

Un sábado de los que había fútbol del equipo del barrio, Lozano Torres vio subir por el camino de detrás de la portería Sur al abuelo con la reiterativa bolsa rebosante de peras. Estaba más cerca de esclarecer el secreto. Abandonó su porción de cemento de la grada y sin que nadie se percatase bajó tras la senda de su abuelo. Poco sabía de árboles, algo aprendió en la clase de ciencias, pero no hacía mucha falta.

El camino era familiar, lo había recorrido cientos de sábados buscando la pelota perdida del partido. Había montañas de escombros y una furgoneta abandonada pero ninguna planta digna de dar peras. Más abajo el camino era paralelo al río y llevaba a una explanada yerma. A lo lejos, casi pegado al muro del puente de la autopista descubrió un único árbol inmenso. ¡Era ese! No había ninguna duda. Corrió rápidamente hacia él. A medida que se acercaba sus pasos se ralentizaban y su perplejidad aumentaba. No era un árbol cualquiera. Nunca se sintió tan desafortunado por su buena suerte. Tenía ante sí un “olmo.”

Fin

Pedir imposibles, pedir peras es uno de los cuentos de niños humildes de la colección cuentos infantiles del escritor  Sergio Mercado Ruíz para niños a partir de diez años.

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