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Gregorio y Gorosito es uno de los interesantes cuentos sobre colegio para niños escrito por Maria Luisa De Francesco, sugerido para niños a partir de 9 años.
Eran amigos, más que amigos, eran como hermanos. Se veían de todas formas, aunque las madres dijeran que no porque, qué cosa con las madres, siempre culpaban a Gregorio, esa era la mamá de Gorosito, y la mamá de Gorosito siempre culpaba a Gregorio. Pero ellos igual, se veían, se juntaban, se amontonaban a mirar películas desde las ventanas o se prestaban los lápices o compartían la merienda.
Gregorio tenía diez años cuando conoció a Gorosito, se hicieron amigos porque la maestra dijo

  • Ustedes,- los llamó,-  las dos G…vengan para acá.

Era el primer recreo del año y ya fueron los dos en penitencia. Apenas empezaba el recreo y justo ese día Gregorio tenía merienda, eso era algo fabuloso. Aburridos de empezar con el primer recreo empenitenciados Gregorio le mostró el pan con salame a Gorosito y este empezó a hacer unas caras cómicas de hambre y a pedirle de una manera que se empezó a reír y ahí nomás lo convidó. Medio pan le dio, un poco menos de salame, que era carísimo y casi nunca lo probaba.
A partir de ese día fueron los más mejores amigos como decían ellos. No fue fácil ser así de amigos. Porque a los demás les da envidia cuando tenés un amigo así de bueno, siempre te quieren hacer pelear y las madres también, siempre te dicen que por culpa de esto o lo otro, y por eso  no podés juntarte con tu mejor amigo.
Pero ellos habían decidido ser siempre unidos y lo serían. Claro el problema de ese día, el que te cuento, es que Gregorio y su familia se iban del barrio. El barrio era tan lindo, pero se mudaban, para siempre había dicho la mamá con voz triunfante.  Y su mamá si lo decía, lo cumplía, era muy terca su mamá eso decía su abuela que vivía con ellos, por terca se quedó sin marido, por no fijarse bien el marido se fue con otra, eso decía la abuela que sabía todo.
El papá de Gregorio se fue justo cuando él cumplió los cinco y su mamá se quedó enferma, encerrada, ni miraba por la ventana.  Justo cuando empezaba la escuela y  estaba feliz de tener amigos, porque Gregorio era único hijo y no tenía amiguitos, entonces zaz su papá se va, su mamá queda como enferma y su abuela,  se viene a vivir con ellos  para decir qué hay que hacer. Así fue que llegó a 5to año  Gregorio.
Ahora de golpe, su mamá se casaba y se iban del barrio. Iba a tener todo nuevo, hasta padre nuevo, había dicho su mamá. Pero él decía que padre no, él sabía que era su padrastro. Era bueno el novio de su mamá, jugaba a veces a la pelota con él pero tanto como padre, no era. Y por eso empezó a pelearse con su mamá y todos los días se escapaba a jugar o a charlar con Gorosito.
Gorosito no era hijo único, tenía cinco hermanas, era el único varón y por eso su mamá lo rezongaba menos. Pero el padre de Gorosito sí que rezongaba, sobre todo de tardecita cuando empezaba a tomar vino sentado  en la vereda y se le ponía  la cara roja. Entonces, cuando  le quedaba la cara como un tomate, Gregorio se iba a su casa. Ya sabían que terminaba a los gritos, se sacaba el cinto y tiraba cinturonazos a diestra y siniestra. El papá de Gorosito era bueno hasta que le quedaba la cara roja.
Y por eso, por la cara roja del papá de Gorosito y por la mudanza de la mamá con padre nuevo para Gregorio es que decidieron escaparse de la escuela.  La directora que era buenísima les tenía muchísima confianza y se olvidaba dos por tres la puerta principal, abierta. Les daba una lástima escaparse de la dire, pero bueno, de alguien se iban a tener que escapar. La maestra nunca dejaba la puerta abierta, la maestra sabía que un día ellos se podían escapar. Era como maga la maestra.
Pero la puerta mal cerrada o abierta tampoco fue el motivo. El real motivo, el verdadero, es que no querían que los separaran ni la cara roja, ni el padre nuevo.

  • Al final es mejor tener solo madre, como vos.- había dicho Gorosito un día en el campito donde jugaban a la pelota.
  • Estás loco, respondió Gregorio, – si tenés solo madre, se le ocurre que tengas padre nuevo.
  • Ah bueno, tenés razón…pero padre nuevo que no toma vino, mucho mejor…
  • Ah eso, como dice la abuela, escoba nueva barre bien…
  • Y qué tiene que ver la escoba, tu abuela es metida como dice tu mamá…
  • No, es cierto- aseguró Gregorio que siempre defendía a la abuela- lo que quiere decir es que no toma vino ni le pega ahora, porque son novios, porque es todo nuevo, pero después vamos a ver…
  • Y entonces… ¿te vas a ir a vivir con ellos o te quedas con tu abuela?
  • Y tengo que irme dicen…pero dicen porque yo, no sé.
  • ¿Te podés quedar con tu abuela o no? Si te quedas seguís viviendo acá, vas a la misma escuela y seguimos jugando acá a la pelota… ¿no?
  • Sí pero mamá dice que no, que me tengo que ir con ella, que es mi madre, que la escuela nueva es más grande, que vamos a vivir en una casa más grande y que voy a tener un cuarto para mí solo….
  • ¿En serio?- agranda los ojos Gorosito que vive compartiendo cama con sus hermanas.
  • Y ella dice, pero yo no sé…- afirma Gregorio que es desconfiado.
  • Entonces te vas.- dijo el mejor amigo, triste
  • Yo estaba pensando,- dijo Gregorio en un susurro- que mejor nos escapamos vos y yo.
  • ¿Nos escapamos? ¿Adónde?
  • Mirá…

Ese día comenzaron a tejer el sueño de escaparse los dos, de irse a vivir como el niño aquel de la novela que leía la maestra los viernes,  ese que se llamaba Tom y su mejor amigo, que se iban navegar, a andar por el río.  Se irían buscando el río ancho y grande hasta donde estaban los botes viejos de los pescadores, eso era cerca. Gorosito era el que conocía todo porque su padre era pescador. Cuando llegaba la tarde, cuando se iba el sol todos dejaban los botes ahí nomás, en el río, amarrados como se podía. Y era fácil porque Gorosito sabía remar bien y le había enseñado a Gregorio un día que el papá fue de pesca y los llevó a los dos. La madre de Gregorio nunca supo eso, pero él sabía remar, un poco nadar también porque se bañaban en verano en la playita que estaba cerca y aprendían a dar brazadas. Era fácil escaparse en un bote.
Gregorio se encargó de guardar un poco de comida, porque desde que la mamá tenía novio nuevo y trabajo nuevo, había más comida en la casa, pudo guardar algunas cosas. Gorosito no podía pero él sí sabía de los botes, eran los mejores amigos perfectos para escaparse.
Todo estaba como ellos pensaron, hacía calor, se acercaba el verano, el final de las clases, los días distendidos, la directora olvidaba la puerta abierta y ellos tenían algo de comida.  Se escaparon después del recreo, corrieron como locos a la orilla del río, tenían la cara roja cuando llegaron, Gorosito estaba parecido a su papá pero sin tomar vino.  La vieja canilla del puerto les llenó las botellas de agua fresca. Después más despacio y mirando siempre para atrás, fueron caminando por el borde del río para encontrar los botes de los pescadores. Era  muy temprano, había que esperar que oscureciera.  Se amontonaron detrás de las matas esperando, se aburrieron hasta que  vieron a los pescadores caminar con sus peces hacia el centro, había llegado la hora, se dijeron.
El sol estaba rojo como el fuego y dibujaba los últimos rayos de luz que les permitió llegar a los botes y elegir el que estaba menos amarrado, el más desprolijo de un dueño confiado como la directora. Arriba del bote, Gorosito se puso nervioso de la emoción. Se sentía capitán de aquella aventura. Se puso un sombrero de diario viejo y se reían a carcajadas de las voces que daba. Gregorio había llevado su merienda favorita de pan con salame y se sentaron a comerla bien contentos arriba del bote.
Comieron y charlaron hasta que la luz del sol se fue, entonces recurrieron al farol del bote y se dieron cuenta que no tenían con qué encenderlo. Cómo haría aquel muchacho Tom,  el de la novela que leía la maestra, no se acordaban.  Buscaron en todos los botes y no encontraron ni un encendedor, ni un fósforo, nada, sin luz las cosas se pusieron complicadas y no sabían qué hacer con la noche, no habían pensado en ella.
Aburridos y cansados de tamaña aventura sin finalizar, se acomodaron en el bote y al poco rato, estaban profundamente dormidos.

  • Che, Jacinto, mirá tu hijo durmiendo en mi bote, tu hijo… ¿no era el que buscaban anoche?

Ese fue el grito que los despertó al amanecer del día siguiente.  Fue sentir ese grito y correr, porque vieron al papá de Gorosito venir con la cara roja y el cinto en la mano, huyeron sin descanso hasta ganar el centro de la ciudad.
El centro, otro mundo por descubrir lejos del agua mansa del río. No había novela que les enseñara qué tenían que  hacer. Pero se dieron la mano y juntos comenzaron a pedir una moneda para comprarse algo para comer.
Aprendieron a hacer de todo en el centro, cosas buenas y de las otras. Pero eso sí, siguieron siendo los mejores amigos hasta que los encontraron un día de esos y los llevaron al albergue municipal.*
* (La mamá de Gregorio dijo que ella no iba a dejar a su nuevo esposo por un guacho atrevido que se le dá por escaparse cuando ella ya tiene arreglado casamiento y mudanza.   El papá de Gorosito dijo que si se lo devolvían, lo mataba con el cinturón, así que se tuvieron que quedar en al albergue)
El albergue
El albergue es una casona grande y vieja que ocupa media cuadra de un lado y un gran patio del otro lado, está en una esquina. Ahí hay todo tipo de niños y jóvenes hasta los dieciséis años, hay niños abandonados, otros que se los han quitado a los padres, otros que han robado, otros que han vendido droga, hay de todo. Gregorio y Gorosito ingresaron de la mano de una policía comunitaria que fue la primera persona que los trató más o menos bien.
Desde el día que robaron, que los encontraron enseguida porque era la primera vez que lo hacían, los habían tratado peor que el padre de Gorosito. Los policías les habían dado un par de golpes en la cabeza, nada grave pero sí dolorosos, les habían dicho todo tipo de palabrota, eso no los intimidó porque ya estaban acostumbrados, pero lo peor fue que los dejaron horas y horas sin comer. Y ellos ya tenían hambre, si para comprar comida robaron en la tienda de la esquina de las dos calles enormes. Vieron la plata y se tentaron, habían entrado a pedir. Intentaron distraer al señor mayor que  los atendía y luego, sacarle algo de plata de la caja que vieron, con billetes de todos los colores. Pero el hombre se dio cuenta y llamó a la policía y ya está, los acusaron y se los llevaron. No llegaron ni a robar. Pero los padres de ambos, bueno la mamá de Gregorio y el papá de Gorosito pensaron que era buenos dejarlos en el albergue como lección.
Cuando llegaron al día siguiente que los agarraron, pensaron que se iban a ir en unos días, pero los otros chicos que estaban ahí, apenas se conocieron les dijeron que los padres, ahí, en ese lugar, se olvidan de los hijos y los dejan para siempre.
Y les tocó tomar una cama para cada uno, eso les pareció bien. Luego les tocó bañarse y ponerse un uniforme limpio, eso nos los disgustó del todo. Luego les hicieron una ficha con todos los datos, nombre, edad, familia, escuela y un montón de cosas más que no sabían y no respondieron.  Después uno de los más grandes los llevó a conocer el lugar y luego, los dejaron solos en el dormitorio enorme, lleno de camas. Que ese día no iban a hacer nada, les dijeron, a medio día irían a hablar con el encargado que les daría sus tareas. Por primera vez en mucho tiempo se sintieron sin ganas de hablar. De pronto, el mundo se había derrumbado alrededor y ellos, no sabían que hacer.
Lo más importante, se animó a decir Gorosito, es no separarnos y seguir siendo amigos. Gregorio no respondió porque sentía un nudo en el estómago de tanta hambre y otro en el corazón de tanta tristeza y miedo.
Cuando llegó el señor director, los llamaron a ambos y los llevaron a su escritorio.
El señor director dijo llamarse señor Jorge, que le dijeran siempre así, señor Jorge. Era un hombre algo canoso, gordo y enorme, impresionaban los bigotes que ocupaban toda la cara. Los cachetes eran colorados, y hablaba despacio pero con vos bronca, como impartiendo miedo. Acá no van a tener problemas, les dijo casi enseguida. Si van a la escuela y se portan bien, acá, no van a tener problema, por lo que veo, dijo el señor Jorge, es la primera vez que meten la pata…pero el problema es que sus padres decidieron dejarlos con nosotros para que aprendan a portarse bien.
El señor Jorge no habló mucho más, les dijo que vayan al comedor, mañana les damos las tareas y vemos lo de la escuela. Y ellos salieron casi contentos porque les pareció buena gente ese señor bigotudo y gordo, más bueno que mi padre, seguro, dijo Gorosito y se rieron por primera vez desde que los había atrapado la policía.
En el comedor una señora enorme y negra, los llevó a sentarlos en un rincón de la mesa larga y llena de niños. Algunos grandes, otros, más chicos que ellos. Les dieron un plato de sopa grande, enorme y con pocos fideos. Pero con aquel hambre que llevaban, ni cuenta se dieron se la tomaron hirviendo. Cuando terminaron vieron como los otros chicos se reían.
Después les llevaron fideos con un poco de salsa con carne picada, eran riquísimos, los devoraron. El chico que estaba al lado de Gorosito, uno que le faltaban los dientes, les dijo, ahora les parece rico, en un par de meses, vas a ver cómo ya les notas la porquería de comida que te dan. Nosotros no vamos a estar dos meses, aseguró Gregorio, a mí mi madre me viene a buscar en unos días. La carcajada de los chicos cercanos llegó hasta los otros y todos, todos, comenzaron a decir, éste cree que lo va a llevar la madre en unos días, y seguían repitiendo la frase y riéndose. Acá una vez que te dejan, no vienen más, tarado, le gritó uno del otro lado de la mesa y le tiró un pan como si fuera una piedra. Como no conocían el lugar y estaban muy asustados, sólo les dio por cubrirse con las manos de esos misiles de pan que venían, que luego fueron tres o cuatro. Apareció la señora morena y gorda y todo volvió a la normalidad, nadie tiró nada y todos se quedaron quietos. La señora morena, los miró, les adivinó el miedo y les dijo que se llamaba Fany, que si se hacían los vivos, que hablaran con ella. Por atrás de la enorme figura de Fany, el chico que había comenzado a arrojarles pan les hacía una señal de silencio y otra de cortarles el cuello. Entonces respondieron que no pasaba nada y volvieron a meter la cabeza en el plato de comida que ya casi estaba vacío.
Gregorio y Gorosito es uno de los interesantes cuentos de colegio para niños escrito por Maria Luisa De Francesco, sugerido para niños a partir de 9 años.

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