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El secreto de Hermenegilda es uno de los cuentos de vacas de la colección cuentos de animales de la escritora Sara Cartes Muñoz. Para niños a partir de ocho años.

Había una vez una vaca inconformista llamada Hermenegilda, que vivía en un gran establo. Ahí mismo vivían muchas otras vacas, pero ella estaba siempre sola, pues se lo pasaba regañando por todo.

Le parecía poca la comida, oscuro y maloliente el establo, demasiado grande su cuerpo, descariñados los toros, largo el camino al estero donde bebía agua; en fin, siempre estaba malhumorada.

Las otras vacas cambiaban de dirección y miraban a otro lado, para no verla ni saludarla.

Hermenegilda tenía un sueño secreto, pero como carecía de amigas, a nadie podía contárselo. Aprovechaba la tarde cuando rumiaba bajo los árboles, para pensar en cómo hacerlo realidad.

Nadie reparaba cuando fisgoneaba por una ventana de la casa cercana al establo observando cómo la señorita Moli cepillaba su largo pelo, encrespaba sus pestañas, pintaba sus labios, se perfumaba y salía luego en dirección a su camioneta, luciendo unas apretadas calzas que se hundían en unas empinadas botas.

Un día, en vez de ir a rumiar su alimento, disimuladamente se dirigió a la casa aprovechando que Cuchicha, la vieja gata, había dejado la puerta mal cerrada. Buscó en los cajones de la cómoda. ¡Estaban repletos de todo lo que deseaba! Parece que la señorita Moli era bastante desordenada con sus cosas.

Sacó una peluca, delineador de ojos, lápiz labial, calzas, y del clóset, unos tacos aguja de color fuego. Puso todo en una bolsa y la colgó de su cuello. Agregó una pequeña radio a pilas, con audífonos. Nadie la vio salir y se dirigió al desocupado establo. En su espacio asignado para dormir escondió su tesoro bajo un fardo de pasto. Luego, se fue a gozar de la sombra para rumiar su alimento y sus sueños.

Esa noche, cuando las otras vacas dormían, Hermenegilda se alumbró con un frasco repleto de luciérnagas. Sentada sobre el fardo, se delineó los ojos y las cejas. Con la tapa de un tarro se encrespó las pestañas; pintó sus labios, y luego, con un poco de dificultad, se colocó la peluca de lisa y colorina melena.

Lo más terrible fue poder deslizar las apretadas calzas por sus piernas y subirlas por su barriga. Tuvo que hacerles una abertura para poder dejar en libertad a sus ubres que estaban dolorosamente aprisionadas. Sus pezuñas a duras penas entraron en los relucientes zapatos aguja. Se irguió sonriendo y mirándose en la brillante tapa metálica, caminó coquetamente por el estrecho cubículo. ¡Qué bella estaba! El corazón le latía más de prisa de tanta felicidad. Pasó más de la mitad de la noche observándose, pero el sueño comenzó a vencerla. Entonces, cuidadosamente fue guardando nuevamente todo para que nadie lo encontrara.

Y sucedió que, al amanecer, sus ubres parecían punto de estallar cuando le tocó el turno de ser ordeñada. Los trabajadores dieron grandes voces de asombro, fueron a buscar al padre de la señorita Moli. ¡Era increíble! ¡Todos vinieron a felicitarla! Y pensar que habían querido desasirse de ella, porque era la que menos aportaba.

Ese día las otras vacas la miraron con extraña curiosidad, y ella, de milagro, ¡no ponía cara de malhumorada!

Así transcurrió una semana. Por las noches, cuando nadie la veía, Hermenegilda repetía sus coquetos paseos toda acicalada; además, metía los audífonos en sus orejas y bailaba alegres rancheras hasta que el sueño la vencía.

Pero sucedió que un día, cansada de tanto bailar, se olvidó de guardar la pequeña radio, y el encargado de asear los comederos la descubrió y se la llevó al papá de la señorita Moli.

¡Parece que hemos descubierto el secreto! ¡Esta vaca escucha música y por eso produce tanta leche!

Al día siguiente, cada cubículo tenía su propio parlante, y durante la mitad de la noche, se oyeron alegres sones. Las vacas amanecieron de excelente ánimo y se saludaron cortésmente unas a otras.

Poco antes de comenzar a ordeñarlas, la exquisita Sinfonía Pastoral de Beethoven las relajó completamente. Ninguna empujó a nadie, ni se molestaron por tonterías. La leche fue fluyendo a torrentes acumulándose en sus grandes ubres.

Hermenegilda rebosaba de felicidad. ¡Nadie la regañó por haber tomado esa pequeña radio a pilas! Ahora, todas vivían en un ambiente de relajada camaradería, sin envidiar a nadie, pues todas eran importantes y tratadas con amabilidad! Tanto fue, que ya no sintió la necesidad de ser diferente.

Devolvió las cosas que había sacado de la casa y vivió feliz de ser como todas las demás.

Fin

El secreto de Hermenegilda es uno de los cuentos de vacas de la colección cuentos de animales de la escritora Sara Cartes Muñoz. Para niños a partir de ocho años.

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