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Una mañana, al despertar y levantar sus cubiertas, el Cuento se dio cuenta de que pasaba algo muy raro. Abrió sus hojas, primero un poco, luego más, y las agitó un poco para desperezarse; se frotó los números de las páginas y volteó hacia arriba. ¡¿Cómo…?! ¿Dónde estaba su título?

En la parte de arriba de la primera página se veía un horrible espacio en blanco, el que había dejado el título al irse. ¿Irse…? Pero, ¿a dónde?

El Cuento volteó para todas partes en la página, pasó las páginas para ver si el título estaba en alguna de ellas, y no lo encontró. Volvió a pasar las páginas, esta vez más despacio, revisando bien en todos los rincones, pero nada. El título no estaba. El Cuento se quedó consternado.

Lo peor de todo, pensó, es que ni siquiera se acordaba de cuál era su título; así, ¿cómo podría empezar a buscarlo? ¿Cómo podría preguntar a alguien si lo había visto por ahí?

Con todo ese movimiento los personajes se empezaron a despertar y, cuando se enteraron de que ya no tenían título, su asombro fue enorme. Primero se pusieron a llorar, desconsolados, pero luego se enfurecieron.

La abeja siguió haciendo su miel, pero como le salió amarga se enojó y quiso picar a alguien; revoloteó furiosa fuera del libro, pero como no había nadie ya iba sobre las letras del Cuento; éste, que se dio cuenta a tiempo, se cerró rápidamente y no se volvió a abrir hasta que la abeja le hubo asegurado que no le picaría.

La ballena lanzó un surtidor tan enorme que vació medio mar sobre la playa, en la tercera página del cuento. ¡Imagínense si estaría furiosa!

Y la pequeña lombriz de tierra, en lugar de cavar delgados túneles en la tierra, iba tan enojada que le salieron anchísimos, tanto que luego pudieron ser aprovechados para construir los túneles del metro.

Luego de un rato decidieron que lo mejor que podían hacer era calmarse para poder hacer algo.

El Cuento no se podía quedar sin título. Los tres personajes se dedicaron a pensar, tratando de recordar cuál era el título del cuento, pero nada. Como si alguien se hubiera llevado el título del Cuento no sólo de la página, sino también de la memoria de sus personajes. La situación era muy grave.

Lo primero que hicieron fue investigar entre los demás cuentos del libro. Todos los cuentos seguían dormidos, pues aún era temprano, así que hubo que despertarlos para buscar en sus páginas. Los personajes de los otros cuentos se indignaron. ¡Qué…!, además de despertarlos, registraban entre sus páginas como si ellos fueran ladrones.

Lo peor fue que ni así apareció el título perdido. Todas las páginas del libro, todos los otros cuentos, fueron revisados a conciencia por el Cuento y sus personajes, y el título no apareció por ningún lado.

Se le ocurrió al Cuento que, si los demás cuentos le ayudaban, sería más fácil encontrar su título. Pero los otros cuentos estaban enojados por haber sido tratados de tan mala manera y se negaron a cooperar. Luego de muchos ruegos, se reunieron todos los cuentos y sus personajes para discutir el problema. El Cuento tuvo que pedir una sincera disculpa por sus modales groseros, y aun así le costó trabajo convencerlos de ayudarle. Por fin, encontró dos buenos argumentos.

“Si falta el título de uno de los cuentos, todo el libro tiene un problema, ¿no creen?”

Los otros cuentos movieron sus letras, dudosos; no acababan de ver claro que el problema fuera suyo, pero luego el Cuento les dijo:

“Además, imagínense si un título desaparece así, nada más, y nadie hace nada por recuperarlo, al rato se van a empezar a perder los demás títulos…”

Ése fue el argumento decisivo; los cuentos se aterrorizaron al imaginar sus títulos perdidos, ¿qué pasaría entonces?

Cada cuento decidió enviar uno o varios representantes para formar una brigada de auxilio, y así se organizó la búsqueda del título. ¡Si por lo menos supieran cuál era el título que estaban buscando…! Pero ni el Cuento ni sus personajes habían conseguido recordarlo, así que habría que empezar de ceros.

Los piratas recorrieron los siete mares, aunque la ballena les dijo que ella ya había buscado hasta el fondo del océano; se asomaron, además, en todas las islas desiertas y en todas las costas bravías, por si en algún lado estuviera el título solitario esperando ser rescatado, pero no. El título no estaba ahí.

El hada de luces verdes y moradas movió su varita mágica de la que salieron millares de luciérnagas, también verdes y moradas, pero el título no apareció; entonces fue a buscarlo hasta las estrellas y regresó diciendo que el título no se había marchado hacia ninguna constelación lejana. Era un gran consuelo saber que no había salido del planeta.

Los peces de colores, sin dejar de hacer “blu-blu-blu”, buscaron por todos los arroyos, en el río y en la laguna, y sacaron la cabeza para ver si estaba en los bosques, en los montes, registraron entre las piedras del camino, pero el título no estaba ahí.

Los comejenes y las hormigas, como son tan pequeños, se metieron en las madrigueras de los topos, los conejos y las zarigüeyas, y como no encontraron al título se pusieron furiosos en el nido de la serpiente de cascabel, pero estaba tan ocupada haciendo sonar sus cascabeles y gozando con su música que no había pensado en robar al título.

El príncipe buscó al dragón para pelear con él y rescatar al título si es que él lo había raptado, pero el dragón lo dejó entrar a su cueva y buscar por todas partes. El dragón tampoco tenía al título.

Se reunieron todos los personajes para discutir qué hacer. Si el título no aparecía por ningún lado, ¿cómo podrían resolver el problema?

El caracol y el elefante del cuento “La banda de los superanimales” pusieron en juego todos sus superpoderes para buscarlo, pero no dieron con él.

La cebra de rayas rojas sugirió buscar otro título, quizá en alguno de los grandes supermercados habría un departamento de títulos que estuviera bien surtido, o tal vez en una tienda especializada, una titulería.

Pero surgieron muchas dudas y preguntas:

“¿Dónde habrá una buena titulería por aquí?

“¿Y si no encontramos ningún título que nos guste?

“¿Y si ningún título es adecuado para los sucesos y personajes del Cuento?

“¿Y si los títulos son demasiado caros y no nos alcanza?”

La princesa, que estaba cansada de ser princesa y se había sentado sobre un montón de hojas secas, se movía inquieta como si algo le molestara. Finalmente se inclinó hacia un lado y levantó las hojas, sólo un poco, para ver qué había debajo que le estaba molestando; tal vez era un chícharo, tal vez una piedra u otra cosa.

“¡Vaya, si aquí estás…! −dijo, sorprendida.

Trató de tomar una punta para sacar a quien estaba escondido, pero éste, con timidez, se metió más entre las hojas.

Ella metió la mano bajo el montón de hojas y finalmente logró asirlo por en medio y sacarlo, aunque se revolvía entre sus manos. ¡Era el título! Todos se apresuraron a ayudar a sujetarlo y lo estiraron para verlo. El Cuento, en primera fila, miraba curioso pues necesitaba saber, antes que nada, cuál era su título.

Cuando entre todos lograron detenerlo y estirarlo, lo pusieron en su lugar, en la página y todos pudieron ver que el Cuento ya tenía título: “El cuento que perdió su título”.

Lo colocaron en su lugar, felices porque el cuento ya tenía título. A ver esta vez por cuánto tiempo se queda ahí…

Fin

Cuento infantil sugerido para niños a partir de diez años.

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