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Dagoberto regador. Cuentos de reyes

Dagoberto regador. Cuentos de reyes

Cuentos de reyes. Cuentos para toda la familia.

Dagoberto vivía en el palacio desde que había nacido y no porque tuviese sangre azul. Era hijo del bufón del rey y como en el palacio vivían de fiesta en fiesta, ese lugar fue siempre su hogar.

Había crecido feliz no sólo porque sus padres lo amaban mucho, sino porque era querido por casi todos en el reino y en el palacio.

Dagoberto había heredado cierta gracia de su padre y la cabellera abultada de su madre. Lucía siempre un pequeño sombrerito, moño y un chalequito a lunares. Era un joven bueno, inteligente y sencillo.

El consejero del rey jamás lo quiso, siempre vio en Dagoberto un peligro. Siendo joven e inteligente, de buen corazón y criterio lo consideraba que el joven también podrías ser un buen consejero y no tenía ganas de perder su trabajo. Por esa razón, siempre lo desmerecía y sobre todo ante el rey:

-Ridícula vestimenta, si yo fuese usted su majestad, lo obligaría a vestir de otra manera y si se rehusase, lo echaría del palacio.

-Me gusta su estilo-contestó el rey-además siendo tan bueno e inteligente, poco importa cómo vista.

Al consejero no le gustó la respuesta del rey, temía más que nunca ser desplazado por

Dagoberto y pensó que algo debía hacer.

-Su majestad, creo que deberíamos ocupar el tiempo de este joven en alguna tarea útil. El ocio no es bueno ¿No lo cree así?-Preguntó con picardía-Si usted quiere, yo me ocupo de buscarle un trabajo y si se rehúsa a hacerlo, lo echamos del palacio.

-¡Basta ya hombre con echarlo del palacio! Parece que quisieras sacártelo de encima. Considero buena tu idea, habrá que pensar un buen trabajo para este joven que tanto tiene para dar-Contestó el rey.

El consejero tenía claro que dentro del palacio no lo quería, no podía tampoco darle alguna tarea donde el joven se destacase, no le convenía. Debía ser una tarea sencilla, hasta tonta en la cual el joven pasara desapercibido y no mereciera elogio alguno. Por días y días pensó cómo podía sacarse de encima a Dagoberto, sin echarlo del palacio claro está.

Finalmente se le ocurrió algo. Lo nombraría “Regador de Flores Altas”.

-¡Regador de Flores Altas! ¿Qué estupidez es esa? Ya tenemos jardinero en el palacio ¿Es que no lo recuerdas? ¿Para qué necesitaríamos alguien que riegue flores y solo las altas? Dime, te escucho.

El rey estaba furioso y el consejero nervioso. Tenía que darle un buen argumento para un puesto de trabajo tan extraño.

El consejero también era un hombre inteligente y conocía muy bien al rey, sabía que el rey amaba las flores y que justamente las altas no estaban pasando por su mejor momento. Sin dudas, Dagoberto no las mejoraría y con eso perdería imagen ante el rey.

-He pensado su majestad que, considerando el amor que profesa usted por la naturaleza y teniendo en cuenta que estas flores no están en su esplendor ¿Quién mejor que Dagoberto para darles esa vida que hoy les está faltando? ¿No le parece? El jardinero del palacio jamás alcanza a regar esas flores tan altas.

-No, no me parece-Contestó el Rey-Dagoberto no es jardinero.

-¡Qué razón tiene usted, su majestad! El joven no es jardinero pero tiene una sensibilidad que pocos tienen, además de juventud, criterio e inteligencia, ya verá usted cómo no se arrepiente.

El rey estuvo de acuerdo y el consejero se sintió feliz, aunque por muy poco tiempo.

El joven aceptó gustoso el trabajo, él también amaba la naturaleza. Se preparó muy bien para dar lo mejor de sí. Buscó una hermosa regadera de color rojo que era el que más le gustaba.

Practicó grandes saltos para poder llegar hasta las flores más altas y también practicó cómo sentarse en ellas sin dañarlas. Sabía que las flores, para crecer sanas y bonitas, no sólo necesitan agua, sino mucho amor y por qué no algo de magia. Si bien Dagoberto no era mago, de su padre había aprendido ciertos trucos.

Fue así que comenzó a regar una por una las flores, con agua, amor, estrellas y mucha alegría, algo indispensable para que las flores y las personas crezcan bien.

Su trabajo fue un éxito, las altas flores jamás se vieron más sanas y bellas. Dagoberto estaba feliz, el rey también y sus padres ni les cuento.

¿Y el consejero?

El consejero por supuesto que no. Maldijo la hora en la que tuvo esa idea. Sin embargo, con el tiempo aprendió que no hay trabajo que no sea valioso si se hace con amor. Que las cualidades que los otros puedan tener, no son un peligro, sino un ejemplo a seguir y merecen respeto y admiración.

El consejero tuvo entonces la actitud más sabia que se le hubiera conocido, aprendió la lección y dicen por ahí que muchas veces se sienta al lado de Dagoberto, riega las flores y hasta le pide prestado el pequeño sombrerito.

Fin
Todos los derechos reservados por Liana Castello

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