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Más allá de la realidad – relatos cortos

Más allá de la realidad – Relatos Cortos: Hoy Los Rizos de mi Jardín y Abrigate bien, esta noche hace frío . Kike el duende, escritor español. Cuentos fantásticos.

mas alla de la realidad

Las historias que a continuación se relatan son producto de un batido de acontecimientos, de vivencias, de esencia de cuentos y una pizca de imaginación. Todo se mezcla de tal manera que a veces no se sabe donde está la realidad y donde la fantasía, es como cuando despertamos de nuestros sueños y no nos damos cuenta de cual es esa línea que nos confunde.

Nuestra materia gris se alimenta de los cinco sentidos: la vista, que capta y elabora a su manera los espacios, los movimientos y los colores; el oído, que guía, agita, relaja, emociona y deprime; el gusto, que crea adiciones, placeres, sensaciones; el olfato, que nos transporta a momentos y recuerdos; y el tacto, que por encima de todo, estimula. Las historias que estos cinco sentidos me cuentan son historias que a fin de cuentas no dejan de ser mas que eso, historias. Cuando era pequeño me encantaba viajar en tren porque alucinaba viendo correr las farolas a través de los campos y cuando iba al colegio saltando cogía un palo para golpear los barrotes de las barandillas, creaba mi propia música y cuanto mas corría mas ruido y cuanto mas ruido mejor sonido.

Cualquier pequeño detalle de la vida cotidiana podía convertirse en la mejor historia, tan solo con el único propósito de disfrutar de ella y atravesar esa estupidez imaginaria para convertirme en el protagonista de ella, de mi historia. Escapaba del sol y saltaba de sombra a sombra hasta llegar a mi destino, un rayo de sol que pisara con mis pies me desintegraría. Contaba las escaleras y me encantaba como las aceras eran capaces de llevarme a todos los lugares. Tan solo lamento no poder descubriros cuales son los momentos reales y cuales los imaginarios, eso lo dejo para que tu lo adivines.

LOS RIZOS DE MI JARDIN

el cesped de mi jardin

Aquella tarde esperaban, con ansia demasía, el camión que traería las cuatrocientas dosis de crece-pelo. El pueblo tenía en los últimos años una alta tasa de hombres calvos, es más, durante los últimos años también las mujeres comenzaban a tener el mismo problema. A cien metros de la peluquería un fuerte estruendo se escuchó a las siete menos cuarto. El camión cisterna que traía las esperadas cuatrocientas dosis volcaba esparciendo el preciado líquido.

El asfalto, las aceras y los jardines se bebieron literalmente el maravilloso crece-pelo. Los ahorros de un pueblo tirados, nunca mejor dicho, por los suelos. A la mañana siguiente, poco después de que los primeros rayos de sol bañaran las calles, los jardines víctimas del accidente habían cambiado. Un césped totalmente quemado daba lugar horas más tarde a una abundante capa de pelo. Cuanto más se cortaba con el cortacésped más rápido crecía y día a día se extendía, efecto de una extraña polinización, a los demás jardines. En una semana todas las zonas verdes del pueblo se habían convertido en raros jardines de pelo color castaño.

Tras comprobar que era inútil intentar deshacer este entuerto, cada ciudadano comenzó a cuidar su peculiar jardín. Verónica lo teñía de negro y dejaba largas coletas a ambos lados de su acera. Matilde y Paco lo alisaban para que su perro Sony pudiera correr con mayor facilidad. Virginia hacía trenzas de setos a los lados de la entrada principal y adornaba con bolas de colores las puntas y, en mi caso particular, le practicaba una bonita permanente a mi pequeño jardín.

Resultaban especialmente curiosos los rizos de mi jardín. Días más tarde y, sin saber porqué, todos despertamos con un hermoso césped verde sobre nuestra cabeza, después nos salieron flores y la maleza se asomaba, en casi todos los ancianos, por los agujeros de las orejas. Éramos macetas andantes que paseábamos exhibiendo sobre nuestras cabezas el privilegio que la madre naturaleza nos había otorgado. Ahora curiosamente me gusta salir también en los días oscuros de lluvia, unas gotas que son oro para mis verdes cabellos.

Fin

ABRIGATE BIEN, ESTA NOCHE HACE FRIO

lorito

Tras escuchar estas palabras cerré la puerta y bajé las escaleras. Me fui muy pensativo. A ti te ocurriría lo mismo. Nuestra relación nunca fue muy buena, desde que los dos nos metimos simultáneamente en el piso las cosas no fueron bien. Me persigue con la mirada cuando me desplazo por el salón, chilla por nada y cuando me enfrento un poco, me ignora. Abrígate bien, esta noche hace frío. Nunca me había dicho esto, es más, creo que nunca me había dicho prácticamente nada.

Subí al coche asombrado y mientras el semáforo se ponía en verde no paraba de darle vueltas a la cabeza. Lo cierto es que sí que hace frío. Quedé a las once con los colegas y llego un poco tarde. Ya puestas las cervezas sobre la barra les cuento: No os lo podéis creer, me ha hablado, os digo más, con buenas palabras y en un tono casi amigable me ha dicho “abrígate bien, esta noche hace frío”. Las carcajadas no lograron que me sonrojara porque sabía que no me creerían.

¿Y qué me dijeron?- Felipe, no bebas antes de salir de casa anda. –Está bien, les dije, ahora mismo vais a venir conmigo. Subimos todos en el coche y con dos kilómetros de pitorreo llegamos a casa. Plum, plum, plum y plum, cuatro golpes de puertas y subimos, casi de malhumor los senté en el salón, me quité la cazadora y la colgué –Ahora mirar, les aseguré. Fui a la cocina, esperé, volví al salón, me acerqué a la puerta y cogiendo la cazadora abrí la puerta de la calle, miré al loro y dije en voz alta: Hasta luego, voy a dar una vuelta. Pero, esta vez, no dijo ni mu.

Orgulloso como siempre ni me miraba, en su jaula de oro se entretenía jugando con el palo de pipas acarameladas. – ¡Me voy a pasear! dije en voz alta casi gritando, el loro azul turquesa que mi hermano me había regalado por mi cumpleaños no dijo nada de nada. – ¡Os aseguro que me habló, antes me habló! Risas y cachondeo entre los colegas. –Vale, nos vamos, ir bajando que voy un momento al aseo. Mis amigos se fueron, me esperan en el coche, abro de nuevo la puerta para marchar y le digo a mi loro: ya te vale a ti, ya te vale. Me mira, e inclinando la cabeza me dice: – ahora, ya no hace tanto frío.

Fin

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