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Me confieso… cuento infantil

Me confieso… cuento infantil

Me confieso… Página para niños. Cuento infantil. Material educativo. Literatura hispana.
– Puedes empezar, te escucho, -se oyó una voz desconocida, cansada, lenta, rutinaria…

– Yo, yo, bueno yo…-sonó un voz niña que azorada elevaba sus ojos hacia el cielo cerrando sus manitas junto al pecho- yo…bueno yo… me confieso…

Me confieso amante de la naturaleza, de los buenos paisajes de día, de noche, de luz, color y deseos buenos.

Me confieso soñadora, creo en las estrellas y en lo que se esconde detrás de ellas, en lo que no se ve, siempre nos miran tantas bellezas desde el cielo, en ello creo.

Me confieso pescadora de momentos, creo en los impulsos que recibe un corazón sano, creo en los rincones de frescura que hay que conservar de un corazón lastimado o enfermo, en dos corazones dándose un abrazo, creo.

Me confieso enamorada, de la vida, de los espacios de calor de un sueño, de los desafíos por dar un cariñoso beso a quien me da la espalda, de los pensamientos ajenos que son brillantes, de los míos cuando son tiernos, de las manos que ayudan, de las voces que escuchan, de quienes suspiran en silencio, de quienes gritan que les hacen daño, creo y me enamoro a cada instante de los destellos que provoca en mi alma el amor de la familia, de unos amigos desprendidos en abrazos, de un trabajo hecho por mi y bien hecho, de un luminoso y amoroso te quiero, me confieso enamorada de sus ojos, con esos bellos reflejos.

Me confieso arrepentida, me arrepiento de los instantes en que no veo cielo abierto, de los lugares en los que pienso que no hay Sol, de los escondites donde mantengo mis secretos en soledad, de los anhelos que a veces no le concedo a mi cuerpo, también de aquellos excesos a que le someto, de los descansos sin paz que se hacen eternos, de mis palabras cuando se vuelven en otras mentes desasosiego. Me arrepiento de las voces que no hago callar, de los silencios que no consigo escupan su miedo, de la desesperanza que me invade la vida cuando pienso que todo lo pierdo o cuando algo no lo recupero, de todo ello me arrepiento.

Me confieso equivocada de palabras precisas, solo las expongo, muchas veces, no las escojo, no las pienso, brotan de mi alma desordenadas y yo, en mi sentir espontáneo, las voy haciendo un hueco, cuando me equivoco, lo lamento, cuando sin pretenderlo hago daño con ello también lo siento.

Me confieso retadora, rebelde para decir te quiero, confusa para entender mis pesares, dolida y asustada para expresar lo que realmente siento, esforzada en conseguirlo, sé que tal esfuerzo conlleva un hermoso premio, yo lo intento, siempre lo intento.

Me confieso idealista, de esas que llevan el alma entre las nubes y caminan con los pies en el suelo.

Yo así me confieso…

En esto la niña calló, el sacerdote con los ojos muy grandes y la voz abierta en sorpresa le dijo:
– ¡Extraordinario niña!, es como un milagro, apenas alcanzas trece añitos y hablas así, con esa soltura, con esas ideas claras, con ese manejo de palabras ¡tan profundo!… ¡tan extremo!.

– Es fácil – contestó la niña… – para mi es fácil decir todo eso.

– Pero ¿cómo lo haces? ¿de dónde salen tan hermosas palabras? – dijo impulsivo el sacerdote y emocionado mirando sin darse cuenta a las alturas.

– Pues veras, – contestó la niña, – cuando estoy muy triste, pero muy muy triste y necesito sentirme bien yo voy y me encierro en mi habitación, acerco una sillita a la ventana y me pongo a mirar al cielo…

– ¿Y es así como te llegan esas palabras tan bellas?, – dijo el sacerdote interrumpiéndola sin poder apenas aguantar en su voz la emoción que le embargaba por lo que estaba escuchando…

– No, es que no he terminado, – dijo la niña. – Yo miro al cielo y entonces extraigo de mi bolsillito el libro que me regaló mi mamá ante de irse con los ángeles… y sencillamente lo leo.

Y llevo tantos días leyéndolo… exclamó la niña con emoción que ya me lo sé de memoria. Así que hoy que me ha dicho mi abuelita que tenía que venir a confesarme, pues he recordado algo que me decía mi mamá; ella decía: hija mía tú cuando estés en un momento en que las palabras se te queden ahogadas en la garganta, en uno de esos momentos en que no sabes qué decir, un momento de esos que a veces tiene la vida que no entiendes por completo o que te hayan impuesto, tú mira al cielo y recuerda… las palabras surgirán, brotarán de ti como un rezo.

Y eso hago… yo, recuerdo.

Fin

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