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Los dinosaurios de abu

Los dinosaurios de abu. Cuento infantil de dinosaurios sugerido para niños a partir de ocho años.

Mi abuela es modista… y dibujante. Dibuja y pinta muy bien. Pero no tiene mucho tiempo. Los domingos era el día que dedicaba a pintar, cuando abandonaba las tijeras, las tizas, los dedales, las agujas y los hilos, la máquina de coser y las telas.

Se sentaba a la mesa y con lápices, crayones, acuarelas, pinceles, témperas y pétalos de florcitas y unas cartulinas, dibujaba caballos. Se había criado en el campo y extrañaba a los caballos que tuvo que dejar cuando su familia se radicó en la ciudad. Como en el patio de una casa no se los puede mantener, ella eligió pintarlos y tenerlos a todos juntos.

Pintaba caballos bayos, nevados, rosillos, oscuros, a lunares, amarillos, bicolores, azules, fucsias… caballos de patas blancas, verdes, moradas, las de adelante de un color y las de atrás de otro; caballos con cuernos, con alas, con sombreros, con caretas; caballos que trotan, que levantan las patas delanteras, que saltan un cerco, relinchan o simplemente descansan; caballos solos, en manada, en pareja; caballos y más caballos. Y después los colgaba en la pared. Así que el salón de costura estaba repleto con sus dibujos.

Todas las señoras que venían a probarse un vestido se asombraban de ver tan lindos caballos. ‘Tan reales que parecen’, decían.

Y algunos hombres que las acompañaban, se quedaban boquiabiertos observando tan magnífica muestra. Embobados se quedaban, hasta que la mujer les tiraba de la manga y los sacaba de ese estado tan particular de estar papando moscas… o caballos, que es lo mismo.

Pero un día de lluvia, de esas lluvias inesperadas que llegan calladas, en puntas de pie; que llegan sin golpear la puerta, mi abuela estaba en la cocina, porque le parecía que era un lindo día para comer tortas fritas.

-¿Abu, y si en vez de tortas fritas, cocinás aquellos animalitos que hiciste cuando yo era más chiquita y que te salieron preciosos, además de muy ricos?

-¡Es verdad! Me había olvidado de aquellos animalitos… -dijo abu, dándose un golpe en la frente- ¡Qué cabeza la mía! Mavi, rápido, manos a la obra. Traé el tarro de la harina y ese otro que tiene el azúcar… Y… ¿ya pensaste qué animales querés comer?

-A ver… a ver… ¿cocodrilos?…no, ¿caballos y elefantes?… tampoco… ¿serpientes cobra?… ¡uy, no, me dan miedo… acaso ¿gorilas y rinocerontes? ¡glup!… Y no sé, abu.

-Yo sí que sé… Hoy vas a comer dinosaurios…

-¿Dino… saurios, abu? ¿De esos gigaaaaantes, con graaandes dientes, ojos y colas enooormes?

-Esos.

Dinosaurio es muy glotón
come carne y mucha fruta,
dinosaurio es muy glotón
y que nadie lo discuta

–cantaba la abu, con esa voz que tienen las abuelas cuando están alegres.

Come queso cuartirolo,
y zapallos en almíbar,
dinosaurio es gordinflón
y nos mira desde arriba…

Dinosaurio come mucho
y se peina con gomina.
Come puré de zapallos
y le gusta la sardina.

Dinosaurio es muy glotón
y que nadie lo discuta

–seguía cantando abu, mientras estiraba la masa y con sus hábiles dedos mágicos elaboraba aquellos temibles monstruos de harina y azúcar que luego de pasarles unas pinceladas con clara de huevo, colocaba parados en una bandeja enmantecada.

A mí se me hacía agua la boca de sólo pensar en tan singular manjar, por lo que esperaba ansiosa que abu sacara los primeros dinosaurios del horno, para devorarlos en un santiamén.

-Bien Mavi, en media hora tendrás tu colección de dinosaurios… Mientras tanto voy a pintar mis caballos, que los tengo abandonados.

-Sí abu. Te acompaño.

Abu pintó un caballo, y estaba empezando un segundo, cuando, de pronto, escuchamos una explosión que venía de la cocina, la que nos dejó impactadas, perplejas, bizcas de miedo, si hasta me pareció que los caballos colgados en la pared, bufaron también de terror, cuando ésta empezó a oscilar.

-¿Qué…qué fue eso? –dijo temblando abu, dejando caer un chorrete de témpera color naranja sobre el ojo de un caballo blanco.

-Pa…pa…parece que se desplomó el techo de la cocina… -dije yo cuando me dejaron de castañetear los dientes.

-Cre…creo que saltó la puerta del horno… ¿Se me habrá pasado la temperatura o le puse demasiada levadura a la masa? –agregó abu, preocupada.

-Me… me parece que… tendríamos que ir a ver, abu… Pero vos adelante. Yo te sigo…

No tuvimos ni tiempo de dar dos pasos cuando un tremendo gruñido, seguido de un atronador ronquido ¡GRRROOAAARFFFF!! hicieron que el piso y el techo comenzaran a vibrar y a sacudirse, que casi me hago pis encima.

-Que…qui…co…pa… -dijo abu trabalenguada, abrazándome fuerte, muy fuerte, que casi me sofoca- Un…tete…

-No-no ess el me-mejor momento pa-pa-ra tomar té, abu –le dije.

-Un…un… tete…rrerre… momo…tototo… -completó finalmente la frase.

Pero no era un terremoto ni nada parecido. Con otro movimiento de la casa se entreabrió la puerta que daba a la cocina y vimos lo que nunca imaginamos, ni en nuestras peores pesadillas.

Aquellos apacibles animalitos de harina y azúcar se habían escapado del horno; ¡sí! ¡Estaban vivos! y se dirigían hacia nosotras, dispuestos a atacarnos. Enormes y feroces monstruos que habían triplicado su tamaño; cuando comprobamos que se aproximaban en manada y a los saltos, con sus bocas babeantes y esos enormes ojos que despedían chispas, y con sus colas destrozando techos, paredes, muebles y todo lo que estaba cerca, atinamos nada más que a escapar de allí. Y detrás nuestro vinieron todos los caballos que estaban en las cartulinas, que ni locos se iban a quedar colgados en la pared, imagínense.

De un manotazo, abu tomó su valijita de pinturas y yo, con la punta de los dedos, pesqué mi mochila de la escuela y salimos más que volando hacia la vereda, en medio del trote y el relincho de los caballos azules, lilas, a lunares, rojos y verdes, que armaron un desbarajuste en la calle, que mejor ni contar.

Al doblar la esquina, bajo la lluvia, escuchamos cómo la casa de abu se derrumbaba con un estruendo. Ni miramos hacia atrás y nunca más retornamos al barrio.

Hoy vivimos con tía Julia, la hermana de abu y su marido Clemente, que nos cobijaron en su amplia casa en un pueblo del interior. Con la abu jamás volvimos a tocar el tema de los dinosaurios y a los tíos ni jota.

Ella continúa cosiendo vestidos y trajes para sus nuevas clientas y pintando caballos los días domingos; tengo nuevos amigos en la flamante escuela y en los días de lluvia, abu prefiere tocar el piano y cantar y yo de ningún modo, me tiento de sugerirle que vuelva a cocinarme animalitos de harina y azúcar. Por las dudas nomás.

Fin
Cuento infantil de dinosaurios sugerido para niños a partir de ocho años.

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