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La visita de Funfinfá es un cuento de una hermosa niña de la colección cuentos de niñas de la escritora Sara Cartes Muñoz  sugerido para niños a partir de ocho años.

Había una vez una hermosa niña llamada Gabriela, que vivía con su madre y su abuela, en un pequeño pueblo de una isla encantada del sur del mundo.

Muy temprano asistía a la escuela, y por las tardes, jugaba en su habitación ideando historias, cantando, bailando, dibujando y leyendo entretenidos cuentos.

De todo lo que hacía, lo que más le gustaba era imaginarse rodeada de un mundo completamente dulce mientras saboreaba sus golosinas preferidas.

El único gran problema era, que Gabriela olvidaba lavar sus dientes después de comer dulces, por más que su abuela insistía en ello.

Un día, en medio de sus ensueños, la cubierta de su escritorio se transformó en un oloroso chocolate con almendras que fue comiendo una a una, mientras desde la ventana veía a las nubes como brillantes algodones de azúcar, rodeando al sol. Se sintió tan feliz que hasta le dieron ganas de lamer los coloridos bastones navideños transformados en patas del escritorio.

Ese dulce mundo la envolvía y por él se dejaba llevar.

Colocó sobre su cabeza una reluciente corona y bajó sus manos tocando su larga y brillante cabellera rosada. El espejo le devolvió la imagen de una bella princesa de grandes ojos y hermosa sonrisa. Recordó que muy pronto iría a recortar su cabello, pero antes, se tendió sobre su cómoda cama de malvavisco, para leer la historia de los duendecillos que vivían bajo las hojas secas en el piso del bosque, y que se habían escapado a la ciudad, pero después no supieron cómo regresar.

Cuando terminó de leer cogió un puñado de calugas de un colorido bote bajo la mesa, y comenzó el ruidoso proceso de abrir los envoltorios, para luego comerlas. Primero, lentamente, dejándolas remojar sobre su lengua; después, como si tuviese un gran apuro, mordiéndolas con exagerada rapidez, tanto que desaparecían una tras otra, en un santiamén, y cada vez quería otra, otra, y otra más.

A través de la ventana, fijó sus ojos en las algodonadas nubes y ni cuenta se dio cuán pesados sentía los párpados. Se tendió sobre la mullida cama y se durmió.

Ahí estaba, cuando llegó la traviesa hada Funfinfá, y al ver a Gabriela tan profundamente dormida, inmediatamente pensó en gastarle una de sus buenas bromas.

Con su rosada y brillante varita mágica, tocó los labios de la niña, diciendo:

.¡Bran, brin, bron, brun, bren!
¡Cuando despiertes, no podrás hablar bien!

Dicho esto, se marchó.

De pronto, se oyó la preocupada voz de la abuela Nancy llamando:

_ ¡Gabriela! ¡Gabriela! ¿Qué haces? ¿Dónde estás?

Haciendo un esfuerzo, ella se incorporó y respondió:

– ¡Aquí estoy abuelita!

Pero grande fue su sorpresa, cuando ningún sonido salió de su boca, y vio su respuesta escrita con calugas pegadas en la pared.

Entonces, asustada, se metió de nuevo en la cama y se hizo la dormida, para que Nancy no se diera cuenta de nada.

Ella, al verla dormir, amorosamente ordenó las frazadas, y salió en puntillas para no despertarla.

Gabriela esperó un momento; luego cerró la puerta, para probar nuevamente y ver qué sucedía cuando hablaba.

Tomó el libro de cuentos y comenzó a leer en voz alta:

«Los duendecillos verdes llegaron hasta la plaza de la ciudad y se quedaron entre las plantas que allí había».

Pero, al igual que la vez anterior, ni un sonido salió de su boca; sólo calugas que se iban pegando en la pared, formando las palabras.

Estaba asombradísima, y a la vez, asustada. Le dieron ganas de llorar. ¿Qué le estaría pasando? ¿Sería por permanecer demasiado tiempo en su encantado mundo de los dulces? ¿Cómo solucionar tan tremendo problema?, pensó.

Entonces, se le ocurrió una idea: en vez de hablar, iría escribiendo en un cuaderno.

Tomó un lápiz y anotó: Tengo ganas de tomar jugo de naranjas.

Pero, ¡ah, que no saben lo qué pasó esta vez!?

En el cuaderno nada apareció, y fue la alegre voz del hada Funfinfá, la que dijo:

– ¡Tengo ganas de tomar jugo de naranjas!

– ¿Quién eres? _escribió Gabriela, abriendo más sus grandes ojos oscuros.

– ¡Soy el hada Funfinfá! Cuando quieras reír, ¡llámame ya!

– Pero no tengo ganas de reír; más bien, quiero llorar. ¿Cómo voy a conversar? ¡No se escuchan mis palabras! -anotó Gabriela en el cuaderno.

-¡Mm! Eso es porque te hice una bromita. Como vi que comías tantos dulces y no fuiste enseguida a lavar tus dientes, pensé que sería mejor ocupar tus calugas escribiendo con ellas en la pared -dijo la traviesa hada.

– ¡Te prometo que nunca más lo haré! ¡Comeré sólo algunas golosinas y, cada vez, lavaré mis dientes con dedicación -respondió Gabriela en su cuaderno.

Entonces, sólo ahí, Funfinfá se hizo visible para Gabriela, que quedó maravillada de lo hermosa y brillante que era. El hada alzó su varita mágica, le rozó con ella los labios, al tiempo que decía:

– ¡Pequeña boquita hermosa,
como un botón de rosa,
desde ahora puedes hablar,
en todo momento y lugar!

Gabriela la abrazó, prometiendo ser muy cuidadosa con sus dientes. Además, le pidió que siempre viniera a verla, pues todas las tardes estaba ahí, en su habitación.

De pronto, se abrió la puerta. Entró la abuela Nancy y caminando hasta la cama, dijo:

-¡Gabrielita, Gabrielita! Me parece que has dormido mucho. Despierta, o no te quedará sueño para la noche.

La niña abrió sus grandes ojos e inmediatamente miró a la pared, pero nada había ahí.

Comprendió, entonces, que todo lo vivido había sido un sueño.

– ¡Ay, abuelita! _suspiró aliviada. Sí, creo que dormí un rato muy largo.

– ¡Mira lo que te traje: un gran vaso de jugo de naranjas! Anda, bébelo todo.

– ¡Gracias abuelita! ¡Adivinas mis pensamientos! ¿Me habías venido a ver? -preguntó la niña.

-No. Estaba preparando la comida; pero ya era hora que despertaras.

_ ¡Te quiero mucho abuelita! -dijo Gabriela, poniéndose de pie. Después dibujaré lo que soñé, pero antes iré al baño a refrescar mi cara y principalmente, para lavar mis dientes, pues estuve comiendo golosinas.

Y colorín colorado, este dulce y azucarado cuento, se ha acabado.

Fin

La visita de Funfinfá es un cuento de una hermosa niña de la colección cuentos de niñas de la escritora Sara Cartes Muñoz  sugerido para niños a partir de ocho años.

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