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Dior. Escritor de Alicante, España.
dior
¿Cómo se llama aquel país o aquella ciudad?, que importa eso, por allí siempre pasea Dior, la pequeña niña de piel oscura y aún más oscuro pelo, de ojos vivos y mofletes hinchados, sonriente siempre sonriente, saluda al panadero a través del cristal, saluda a la mujer gorda que alimenta con una mano y un puñado de migas de pan a las palomas, mientras que con la otra y ayudándose de su basta mandíbula arranca feroz la mitad del bocadillo, saluda a los gatos negros de azules y verdes ojos que sentados en familia sobre la cornisa de los tejados tararean la melodía de armónica suave que inunda la ciudad, nadie sabe de dónde proviene, nadie sabe quién es el artista creador, el músico maestro, nadie… menos Dior.
Está acercándose, feliz, a su tienda, la tienda de su madre, donde vende los más deliciosos pastelitos de chocolate del mundo, y ella, la repartidora de dulces a domicilio, que por mucho que los viejitos y amables andantes se empeñen en darle una propina, ella jamás la acepta, y aún así devuelve las gracias con una sonrisa, ella sabe que se cobró el esfuerzo antes de entregar el dulce, espolvoreando en su bolsillito de tela los trocitos de chocolate negro que cubren cada pastel.
Y a la vuelta, justo cuando va a abrir la puerta de su tienda, una mirada al suelo y un alto tono en la melodía de la armónica, un momento cumbre, dramático y mortal para el corazón, que a despaso sigue el compás de las notas que inundan el momento… un pajarito, un pequeño pajarito que no pudo volar, tumbado de lado en el suelo, sin moverse, asustado en un terreno desconocido, con gigantes pies que desfilan junto a él y extraños rugidos con humo en monstruos coloridos de cuatro patas que pasan rápido, demasiado rápido… el pajarito mira de reojo a Dior, se pregunta si ese pequeño gigante será peligroso, quizá lo devore en el momento o lo agarre con el pico para dárselo después a sus crías…
Pero ese pequeño gigante lo recoge con sus diminutas manos y con
mucho cuidado y preocupación lo envuelve en su falda, corriendo,
corriendo rápido entra a su tienda y sube escaleras arriba hasta la
terraza para dejarlo en una mesita de madera, tan rápida es Dior que
el viento resopla de cansancio al intentar alcanzarla, y girando la
cabeza con energía y locura busca una pequeña caja de cartón sin
tapadera para que el pajarito pueda descansar.
Mala cara tiene el pajarito… y Dior parece ser que también comparte
este pensamiento, lo mira con el cuello torcido hacia un lado y la
boca más torcida aún, una mueca un tanto cómica de una niña
onírica, de una niña de arena y cristal.
¡Seguro! Encontró la solución, y buscando entre las mesitas de la
tienda saca un dedal, un chicle del mostrador, la minúscula envoltura
de los pastelitos y sube de nuevo a la terraza saltándose un escalón
de cada dos.
El pajarito la ve llegar con las manos cargadas de extrañas cosas, y ya
sin miedo levanta una ceja y se medio incorpora para ver qué planea
el pequeño gigante.
Como todo en la vida tiene su razón, por muy escondida que esta
esté, Dior cubre los agujeritos del dedal con el chicle y lo llena de
agua, ¡ese será el nuevo bebedero de su huésped! Después con la
palma de la mano chafa la envoltura del pastelito y levanta los
bordes para formar un intento de cuadrado, mete esa misma mano
en el bolsillo y deja caer sobre el casi cuadrado una lluvia de trocitos
de chocolate negro, ¡ese será su comedero!, ella no sabe si los
pajaritos también comen chocolate, pero deben comerlo, está tan
bueno… Descargar el texto completo

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