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Catalina saltarina

Catalina saltarina. Cuentos para niños.

Desde que el día que nació (e incluso antes) Catalina no paró de moverse.

Ya en el vientre de su madre, la pequeñita se movía cuánto podía. A sus padres les divertía darse cuenta como la niña iba de un lado para el otro. Donde hoy parecía notarse en piecito, mañana parecía ser una manito y así Catalina iba y venía dentro del vientre de su mami como un pececito en el agua.

La pequeña nació y siguió moviéndose. Catalina era una niña alegre y con ojos vivaces. Estando en su cochecito o alzada en brazos, movía sus piernitas y realmente parecía que quería saltar, arriba, abajo, abajo, arriba, Cata no se quedaba quieta.

Aún dormidita y sin darse cuenta la pequeña iba de un lado para el otro. Amanecía siempre del revés, donde había estado su cabecita, ahora asomaban sus pies y así todos los mañanas.

El tiempo pasó, Catalina aprendió a caminar y ahí todo se comenzó a complicar.

La pequeña no paraba de ir de un lado hacia el otro, era casi imposible que se quedase quieta.
Corría, se subía a los sillones, se bajaba, se metía en un placar, salía y saltaba porque si algo amaba Catalina era saltar.

De la mano de su madre saltaba, cuando iba por la calle saltaba, cuando escuchaba música saltaba también, definitivamente a Catalina le gustaba saltar.

-¡Qué vigor!-Decía su abuela Elvira.

-¡Qué energía!-Decía su abuelo Roque.

-¿Qué come esta niña?-Preguntaba su tía Elsa.

Era difícil que la niña se quedase quieta por lo que se hacía por demás complicado peinarla sin que sus dos colitas quedaran torcidas, bañarla, sin que el baño quedase hecho un desastre, vestirla sin que alguna prenda quedase por el camino.

Los padres y la familia entera ya empezaban a preocuparse, parecía que a la niña no había otra cosa que le interesara más que saltar.

No la entretenía la televisión, tampoco dibujar, menos pintar y menos aún las muñecas, por lo cual a la hora de pensar un regalo para Catalina siempre se resolvía con prendas de vestir.

Cierto día, la abuela Elvira despertó con una gran idea, compró una soga para saltar y se la regaló a la pequeña y para Catalina fue el mejor regalo que había recibido en su corta vida.

-¡Mamá!¡Nos quejamos porque salta y salta y tú le compras una soga para saltar!-Dijo molesta la madre de la pequeña.

-Por lo menos con esta soga saltará siempre en un mismo lugar, no tendrás que ir y venir por toda la casa. Bien entretenidita estará, ya verás, ya verás.

Y la mamá de Catalina vio que su madre había tenido razón. La pequeña era tan feliz con su soga que saltaba sin parar, eso sí, sin desplazarse demasiado de un lugar a otro, cosa que su mami mucho agradeció.

Sin embargo, la preocupación de la familia aumentaba. Cierto era que la niña no le hacía mal a nadie saltando y saltando (excepto al perrito de la casa al que pisó más de una vez), pero no era bueno que no se entretuviese de otro modo.

-¿Y si dejas de saltar un ratito y juegas?-preguntaba su mami.

-No gracias-contestaba Cata muy educada.

-¿Y si conversamos un ratito sentadas tomando un tecito?-preguntaba la abuela Elvira.

-No gracias-contestaba Cata.

-¡Basta ya con esa soga!-Dijo firme su padre.

Y Catalina dejó la soga y se fue a su cuarto (a seguir saltando pero con la puerta cerrada).

Nadie encontraba la solución a los saltos de la niña, era evidente que no se entretenía con otra cosa que no fuese saltar ¿Era eso posible? Preguntaban algunos, ¿No se cansa nunca? Eso lo preguntaban todos.

Un día el que se levantó iluminado fue el abuelo Roque. Despertó, se puso sus lentes para “pensar mejor”, sí el abuelo veía tan mal que no podía vivir sin sus lentes y sostenía que también lo ayudaban a escuchar y pensar mejor. Nunca nadie se lo discutió.

-¡Lo tengo! ¡Lo tengo!-Gritó sobresaltado.

-¿Qué tienes hombre? –preguntó asustada la abuela.

-¡Ya sé! ¡Ya sé!-Continuó gritando.

-Deja ya el misterio de lado y dime que sabes y que tienes por favor-pidió la abuela.

-Se me ha ocurrido algo que puede entretener a la pequeña y que no se trata de saltar, algo que no le hemos ofrecido, que no se nos ha ocurrido antes ¡Qué extraño! No entiendo por qué no se nos ocurrió, habría que pensarlo ¿no te parece?

-Bueno basta por favor ¿qué se te ha ocurrido?-Pregunto impaciente la abuela.

-Cuentos, libros de cuentos, no le hemos regalado libros de cuentos.

-La niña es pequeña, no sabe leer, seguirá saltando yo sé lo que te digo-contestó la abuelita.

-Eso ya lo sé, los cuentos habrá que leérselos ¿Cómo nunca le hemos leído un cuento? Creo que esa puede ser la solución.

Y el abuelo no se equivocó.

Esa mañana compró un hermoso libro de cuentos, gordito bien gordito, llenito de historias de hadas, de brujas, de príncipes, de sapos, de reinas y muchas cosas más.

Fue a la casa de su nieta y se lo regaló.

Catalina lo miró sorprendida.

-¿Quieres que te lea un cuento?-preguntó el abuelo.

-Bueno- dijo la niña mientras saltaba con sus sogas.

El abuelo estuvo a punto de pedirle que dejara de saltar, que se sentara a escuchar, pero prefirió esperar.

Comenzó a leer y Cata comenzó a escuchar. Al rato y mientras las hadas, los duendes y las brujas hacían de las suyas, la niña dejó de saltar y se sentó.

Por primera vez en su vida, Catalina estuvo sentada un largo tiempo, el tiempo que su abuelo contó muchos cuentos. Su mundo cambió, descubrió un universo nuevo aún más bello que su mundo de saltos.

La vida cambió para Catalina y para su familia también. A través del universo infinito de los cuentos, hadas, duendes, hechiceros buenos y brujas bondadosas lograron con su magia que

Cata confirmara que saltar era bello, pero que le leyeran historias lo era aún mucho más.

Y a partir de ese momento, Catalina pudo estarse quietecita porque ahora era su imaginación la que saltaba libre de un lado hacia el otro de la mano de los cuentos que escuchaba.

Fin
Todos los derechos reservados por Liana Castello
Ilustración de María Bullón
[email protected]
Face: DejArte Huella F B

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