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Paticorta y Patitieso estaban preocupados. A ellos, los patos más trabajadores del juncal, les tocaba organizar el festejo navideño para todo el bicherío.

Las garzas habían prometido ayudar, así como los teros. Los biguás, el resto de los patos silbones, las ranas y los sapos también habían ofrecido su colaboración. Los cisnes de cuello negro, tan elegantes, se encargarían de decorar el lugar. Las tortugas de agua venían en camino desde la navidad anterior. Se ocuparían de los platos a fuego lento…

Por fortuna, la sabia lechuza Córcholis tenía listo su libro de consejos. Estaba marcado con una hoja de sauce en la página que decía CÓMO PASAR UNA NAVIDAD HERMOSA.

En el fondo del hueco del tercer ceibo a la derecha, yendo hacia la lagunita de las palmeras, esperaba que su dueña lo consultase.

¿Por qué se afligían Paticorta y Patitieso? El asunto parecía bien encaminado…Había algo que no lograban resolver: la rivalidad de las dos patas más viejas: Pataleta y Patefuá.

La primera quería que el banquete se sirviese justo a la orilla de los juncos, donde ella vivía.

Éste es el mejor lugar-comentaba- La vista es hermosa y ningún bote viene para este lado.- afirmaba con seguridad Pataleta.

Patefuá, por su parte, se ufanaba de habitar cerca del puente, diciendo:- Aquí, donde vivo, es como estar en París… ¡El arroyo es igual al Sena! Sé lo que digo, soy de origen francés…

-¡Qué disparate!- le respondía Pataleta- Es solamente un arroyito de campo. La corriente de la compuerta es demasiado fuerte para los pichones. En el juncal nadie corre peligro…

– Pero es el lugar más tonto del mundo- aseguró Patefuá con cara de pata aburrida, porque conocía otros arroyos y lagunas. Había venido de lejos, nadando en una inundación.

En tanto una y otra hablaban, buscando nuevos argumentos para ganar la discusión, los patos, las garzas y los biguás trabajaban cocinando gusanos para el banquete. Los teros hacían adornos navideños con las cáscaras sus huevos, tan vistosas. Los de cuatro patas escribían invitaciones para amigos de otras lagunas. Los cisnes de cuello negro las decoraban con elegancia.

Los demás voladores las llevarían en sus picos.

Paticorta y Patitieso, al frente de la organización, cuidaban todos los detalles para que esa Navidad fuese perfecta: que a nadie le faltase un amigo para abrazar, una copa de agua de lluvia para brindar, un turrón de lombrices para saborear. Querían que el festejo tuviese sus villancicos y canciones.

Por el caracolófono, su aparato especial de telefonía, llamaron al grupo Patapúfete. Eran unos patos muy divertidos que se encargaban de animar fiestas. Ellos les aseguraron que habría música y baile para todos. Tocarían hasta que el sol viniese a despertar a las cotorras de la plaza, que no salían de noche por miedo a los chismes de sus vecinos, los fantasmas de la plaza.

Aún restaba algo importantísimo: el lugar preciso del festejo, aquél donde brillaría la ESTRELLA DE NAVIDAD que los iluminaría. Pero Pataleta y Patefuá continuaban discutiendo, sin ceder ninguna de las dos…
¡Así era imposible la reunión!

Era el turno de Córcholis y su libro. Paticorta y Patitieso se fueron hasta el hueco del tercer ceibo a la derecha, cerca de la lagunita de las palmeras. La lechuza los estaba esperando. Había marcado con la hoja de sauce una página.

Tenía un título: EL MEJOR SITIO PARA SU FIESTA NAVIDEÑA. Más abajo, había una serie de preguntas tales como:

¿Hay mucha nieve?
¿Hace demasiado calor?
¿Su abuelita no puede subir escaleras?
¿Hay demasiados mosquitos?
¿Le falta luz y no hay luna llena? Etc, etc., etc.

-¡Chist! ¡Chist! ¿Dónde dice cómo elegir el lugar?- chistaba Córcholis recorriendo los renglones con la punta del ala.

Paticorta y Patitieso aguardaban la respuesta. Un poco más allá, Pataleta y Patefuá seguían su pelea. Pataleta parecía a punto de explotar de enojo, insistía con su idea del juncal. Patefuá la miraba con aire suficiente, sin abandonar su elegancia, pero firme con su opinión de tender la mesa al lado del puente.

-¡Chist! ¡Chist! ¡Vengan, aquí está lo que buscamos!- chistaba Córcholis llamando a Paticorta y Patitieso-

¡Chist! ¡Chist! ¡Chist! ¡Chist!- les susurró. Los patos sonrieron… ¡Ya sabían adónde ubicar la mesa y colgar la ESTRELLA DE NAVIDAD!

Nadie quedaría disconforme y los bichos de la laguna podrían festejar y abrazarse. Irían todos, por lo más bajo del cauce, hasta la isla redonda, a mitad de camino entre el juncal y el puente.

Al conocer esta decisión, patos, teros, garzas y bigúas, sapos, ranas, tortugas de agua y caracolitos paseanderos –últimos en llegar- aplaudieron de alegría. También los cisnes de cuello negro. Ni Pataleta y Patefuá dijeron un ¡Cuac! de desagrado.

Fue la mejor NAVIDAD en mucho tiempo…

Fin
 

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