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Misterios en la noche: «El bosquecito»

Nahuel se despertó repentinamente, creía haber escuchado voces. Pero luego de esperar un largo rato en la oscuridad de su cuarto, llegó a la conclusión de que sólo había sido un sueño, así que decidió volver a dormirse. Justo cuando estaba por cerrar los ojos… voces; voces provenientes del exterior. Allí estaban de nuevo, perturbando el sueño del niño.

Sin pensarlo dos veces, el pequeño salió de la cama y se dirigió a la ventana, estaba decidido a descubrir de dónde provenían las voces. Miró atentamente más allá de la ventana, aguzando el oído, en busca de los perturbadores nocturnos. Nada. Por mucho que lo intentaba no podía distinguir absolutamente nada. Quien fuera el responsable de aquel alboroto no se encontraba a simple vista. Decidió salir al patio trasero a echar un vistazo.

Para su sorpresa, el niño descubrió que las voces provenían del pequeño bosquecito que se encontraba detrás de su casa. Como ya se encontraba fuera de esta, a altas horas de la noche, creyó que una pequeña incursión nocturna no dañaría a nadie; así que saltó el muro que dividía su terreno del bosquecito y se adentró en él.

El bosquecito cubría una superficie equivalente a las dos hectáreas aproximadamente, en la cual predominaban arboles de gran tamaño y arbustos pequeños.

El pequeño caminó a través de la oscura noche en busca de los dueños de aquellas misteriosas voces, cuyo volumen iba en aumento a medida que él se acercaba al lugar de origen de las mismas. Mientras caminaba se dio cuenta de que por mucho que se esforzaba por entender lo que decían aquellas voces no lograba comprender ninguna palabra.

No había caminado los cien metros cuando se encontró con una escena aterradora. Figuras espectrales danzaban en aire describiendo un círculo imaginario mientras vociferaban algo ininteligible por los oídos humanos; bueno, o al menos esa era la conclusión a la que había llegado Nahuel, quien contemplaba horrorizado. Quería correr, pero su cuerpo no respondía producto del miedo. Intentó gritar en busca de auxilio, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Solo le quedaba rezar para que aquellos extraños seres no se percataran de su presencia. Sin embargo, sus plegarias no surtieron efectos ya que en un abrir y cerrar de ojos se había transformado en el centro alrededor del cual orbitaban las fantasmales figuras.

Hombres, mujeres y niños, por decirlo de alguna manera, conformaban la multitud que flotaba en torno a Nahuel, todos ellos, compenetrados en una especie de danza y cánticos. Todos iban vestidos estrafalariamente. Pero lo que más llamó la atención del pequeño Nahuel fueron sus rostros vacíos: ni ojos, ni nariz, ni boca, ni nada. Absolutamente nada. Esas personas, o lo que fuesen, carecían de rostro. El niño profirió un grito sordo mientras un mar de lágrimas se vertía sobre su rostro.

De pronto la danza se detuvo y los cuerpos etéreos permanecieron inmóviles en el aire, dando la sensación de que por primera vez reparaban en la presencia de Nahuel. Rostros vacíos escudriñaban al niño. El silencio aumentaba y los segundos pasaban. Sin embargo, las espectrales figuras continuaron con su aparente escrutinio, como si de un juicio se tratara.
Nahuel estaba a punto de desfallecer, estaba haciendo un gran esfuerzo para no desmallarse. No sabía que le asustaba más, si los fantasmas en sí o el hecho de no saber lo que eran capaces de hacerle. Lo cierto era que sentía mucho miedo, más que miedo, terror. Y allí estaba él, indefenso, sin poder hacer nada, hasta que…

El aparente juicio dio por terminado y los jueces fantasmales dieron su veredicto final. Todos los espectros, al unísono, se abalanzaron contra el pequeño indefenso quien no pudo hacer más que cerrar los ojos, arrodillarse y protegerse del supuesto ataque con los brazos.

Un destello de luz. De pronto la oscuridad que envolvía al niño se desvaneció y este fue abriendo los ojos de a poco hasta que los tuvo bien abiertos. Alzó la vista y la dirigió hacia el lugar de donde provenía aquella luz. En su mente un pensamiento cobró fuerza: “¡oh!, ¿acaso estoy muerto y esa es la luz de la que tanto hablan? Si, tiene que ser eso, estoy muerto y estoy a punto de encontrarme con Dios… Debo seguir la luz “. Pero, ¿qué estaba sucediendo? Alguien lo había agarrado del hombro y comenzado a sacudir suavemente pronunciando su nombre.

Conocía esa voz. Era la voz de… ¡su madre!

– Nahuel, hijo, ¿Te encuentras bien?

Como recién salido de un trance, el niño, sorprendido, miró a su madre y luego exclamo:

– ¡Mamá! – Luego se abalanzó sobre ella abrazándola fuertemente–. Tenía mucho miedo – confesó el niño.

No pasó mucho tiempo hasta que Nahuel se diera cuenta de que no sólo su madre se encontraba en el lugar sino que también su padre lo estaba, parado a unos cuantos metros sosteniendo una linterna. Su rostro lo decía todo, preocupación y alivio al mismo tiempo.

– Hijo, me alegra que te encuentres bien. Nos tenías muy preocupados.

Por la mañana, Nahuel le contó a sus padres cómo había llegado al bosquecito, obviando algunos detalles. Les dijo que un ruido extraño lo despertó y, después de escudriñar por la ventana y no encontrar al responsable de aquel ruido, decidió salir de la casa e inspeccionar afuera. Una vez en el exterior, pudo identificar que el ruido extraño provenía del bosquecito, así que saltó el muro y se puso a caminar en medio de la noche en busca del culpable. Pero cuando ya había caminado unos cuantos pasos, tropezó con la raíz de un árbol y cayó, y antes de que se levantara llegaron ellos para ayudarle.

En el desayuno, mientras su padre tomaba café y leía el diario, y su madre preparaba unas tostadas; Nahuel, quien perezosamente revolvía con una cuchara el vaso de leche que tenía enfrente, recibió una sorpresiva noticia.

– ¡¿Ya se han enterado de la noticia?! – Dijo el padre de Nahuel–. Al parecer van a echar abajo el bosquecito para construir un complejo de viviendas. ¡Eso sí que es una buena noticia! Por fin podremos disfrutar de nuestras parrilladas al aire libre sin la interrupción de esos molestos mosquitos.

– ¡Vaya! Sí que es una gran noticia – dijo afablemente la madre de Nahuel–. Además, sin mencionar que vamos a contar con nuevos vecinos. Me encanta la idea.

Por su parte Nahuel sólo se limitó a asentir, dio un sorbo a su tasa de leche, luego dirigió su mirada a través de la ventana de la cocina, la cual daba al patio trasero de la casa, y pensó para sus adentros: “Me pregunto qué sucederá con “ellos”.

Fin

Cuento infantil sugerido para niños a partir de nueve años.

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