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Relato sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos. El rayo de luna es uno de los cuentos de fantasmas de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente.

Aquí puedes publicar cuentos infantiles gratis.

De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

A veces me toca hacer guardia durante el día, pero me agrada más en la noche porque el trabajo es mucho más tranquilo. Durante el día hay que estar muy atento a la gente que entra en las salas: que no lleven mochilas, que no vayan comiendo, que no usen flash para tomar fotos, que no toquen las piezas y un largo que-no más.

En la noche, en cambio, todo está tranquilo; a veces es un poco aburrido y me dedico a leer mis fotonovelas, aunque algunas las termino pronto y las leo luego dos o tres veces más, hasta que me chocan porque me las sé de memoria. Uno diría que no se oye nada si no hay gente, pero no es así.

Llegan ruidos de la calle, los motores de alguno que otro coche con un chofer desvelado, también se oyen algunos grillos y otros bichos y, de cuando en cuando, el crujir de la madera del artesonado de los pasillos del museo; algunas personas se atemorizan al escuchar esos crujidos, pero yo sé que sólo es la madera que todas las noches cruje, en la casa de mi abuela había un techo que hacía el mismo ruido.

Otras veces se escucha el viento soplar sobre la lona que cubre el patio, y, cuando llueve fuerte o graniza, el ruido es ensordecedor. En algunas áreas, donde estamos los guardias nocturnos, permanecen las luces encendidas toda la noche; el resto del museo se queda casi a oscuras, con una que otra luz prendida por ahí.

He escuchado hablar de fantasmas y aparecidos en el edificio; alguno de mis compañeros hablaba el otro día de un fraile al que vieron cruzar la bóveda, y otros dicen que han oído los gritos de una niña llamando a su papá, algunas noches.

Yo como que no creo en eso de los fantasmas, han de ser figuraciones suyas. Aunque me parece que sería interesante y hasta divertido ver uno.

* * * * *

Hoy la noche está especialmente tranquila y silenciosa. Ni un grillo canta, no hay viento y apenas muy lejos, de repente, el chirrido de unas llantas. Algún borracho manejando sin control. Y está especialmente iluminada, pues además de las luces que se quedan prendidas, la luna ovalada cuelga del cielo negro justo arriba y se refleja en el piso del patio de laja alrededor del que hago mi primera ronda.

Sólo oigo el retumbar de mis propios pasos encerrados en la bóveda, donde el eco magnifica los ruidos; para salir abro el viejo portón de madera y las paredes me devuelven el tintineo de las llaves.

Empiezo a caminar hacia la derecha, el silencio y la soledad me imponen. En la esquina del patio doy la vuelta y recorro el otro y el otro lado, paso frente a la monumental escalera que sube de la planta baja y llego a la otra esquina, frente a los baños. Al dar la vuelta para cerrar el cuadrado y volver a la bóveda me sobresalto: alguien está parado a mitad del pasillo, recargado en la balaustrada y mirando hacia abajo.

¿Quién es, y por dónde pudo entrar? ¿Será que alguien se quedó adentro cuando cerramos…? Doy un par de pasos rápidos para ir hacia donde está la persona, pero algo me detiene de súbito.

Es una monja y se voltea hacia mí. Puedo ver su cara blanca, que más que mirarme parece ver muy lejos atrás de mí. Enmarcada por la toca y el hábito oscuro, veo la tez pálida de quien en mucho tiempo no ha salido al sol. Una cuerda tosca ciñe su cintura y más abajo sus contornos se hacen borrosos y al final, nada la une al piso.

No veo sus pies ni el borde inferior del hábito toca el suelo, sino que está suspendida en el aire. Al menos eso me parece, aunque para entonces los latidos de mi corazón golpean tan fuerte mi cabeza y mis oídos que me parecen venir de fuera. Me pregunto si estoy imaginando cosas.

Flotando, la monja gira el cuerpo y se dirige hacia la pared. No va a poder entrar, ahí no hay puerta, pero en cuanto toca el muro desaparece, dejo de verla y el pasillo se me aparece vacío. Mi corazón se sale de su sitio.

* * * * *

Quién sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente el guardia nocturno, hasta que a su compañero le extrañó no oír sus pasos, ni verlo por los monitores del circuito cerrado y salió a buscarlo. Lo llevó a la oficina y, cuando por fin volvió en sí, apenas podía hablar; el otro vigilante vagamente entendió algo de una monja en el pasillo, pero no logró comprender a qué se podría estar refiriendo.

Al día siguiente, al contarle todo al jefe de vigilancia, decidieron revisar la grabación de la cámara de circuito cerrado. Todo estaba en orden, no había nadie. Vieron salir al vigilante por el portón y desaparecer en el pasillo lateral; luego de unos minutos aparecieron sus pies primero, luego todo él, en el pasillo de enfrente.

Todo continuaba en orden. Unos pasos más y llegó a la esquina, frente a los baños, y dio la vuelta. Su rostro de pronto expresó sorpresa que casi instantáneamente se transformó en estupor y luego en pavor.

Sus ojos se desorbitaron y, justo antes de que cayera al piso, un reflejo de luna con vaga forma humana atravesó rápidamente el pasillo, entre el vigilante y la cámara, desde la balaustrada hasta la pared, y ahí se perdió.

Repitieron la secuencia varias veces más, pero sólo se vio el pánico llenar el pasillo donde no había nada, ni siquiera el misterioso reflejo de luna que cruzó ante la cámara la primera vez. El vigilante nocturno presentó su renuncia ese mismo día, y de la persona, espectro o reflejo de luna que viera esa noche, nadie ha sabido dar razón.

Fin

Relato sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos. El rayo de luna es uno de los cuentos de fantasmas de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente. Aquí puedes publicar cuentos infantiles gratis.

De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

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