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Las ropas de los muertos. Cuentos infantiles de terror.

Las ropas de los muertos es uno de los cuentos infantiles de terror de la escritora María Luisa de Francesco. Cuento para niños a partir de once años.

Mamá decía que una no debe ponerse ropa ajena, mucho menos ropas de muertos.

Pero la habitación que había al fondo de la enorme casa de mi abuela era toda una tentación para ir a disfrazarse e imaginarse distintos personajes.

Matilde era mi prima favorita, le gustaban las mismas cosas que a mí, teníamos apenas un año de diferencia. Ella, un año menos que yo. Era maravilloso ir a la casa de la abuela y ver a los adultos rodeando el fuego y jugando cartas en invierno, entonces sabíamos que no irían a retarnos y sacarnos del baúl lleno de ropas. Nos disfrazaríamos a gusto.

Sombreros, sombrillas, guantes de muselina, zapatos de diferentes tacones, mantones, mantillas, vestidos bordados, velos de novia, qué no había allí adentro. Y como si toda esa maravilla fuera poca para nuestra imaginación, el gran espejo oval que alguna vez usó la abuela, colgaba de los tirantes del techo como una marioneta gigante que te permitía ver toda la metamorfosis mientras te disfrazabas.

Algunas veces las otras primas venían a jugar, pero huían espantadas. De qué, no supimos nunca, que era ropa de muertos, que el espejo asustaba, que parecíamos fotos de otra época cuando nos vestíamos, que parecíamos fantasmas y otras boberías similares. A nosotras nos encantaba correrlas, nos metíamos algún saco grande o un mantón negro arriba de la cabeza y las sacábamos de la habitación aullando y ellas lloraban culpándonos de malas. Era muy divertido.

Invariablemente, cuando esto sucedía, mamá venía con sus manos y modos de ángel y nos decía que no se pone una la ropa de los muertos para jugar, que hay que respetar, que toda la ropa que guardaba la abuela era importante para ella porque eran de su familia. Y mamá insistía, el velo de novia por ejemplo, fue de la bisabuela que no llegó a serlo porque murió en su noche de bodas y ya no pasó a ser familiar pero como que lo era. El mantón negro era de su madre que había muerto una noche en forma accidental cayéndose del piso alto de la casa vieja. Y el sombrero oscuro de su padre cuando llegó de Italia, que no era cualquier sombrero porque había pertenecido al bisabuelo que había estado en la guerra y que se había muerto en ella pero, todos decían que el bisabuelo volvía ahí donde hubiera un hijo suyo, como espíritu, en todos lados.

Mejor, mejor, decíamos nosotras, qué bueno tener una familia grande, con tantos muertos y todos con historias. Pero todas las familias tienen historias, nos respondía mamá. Sí, claro que todas tienen pero como en ésta, ninguna como la nuestra.

Y allá volvíamos a disfrazarnos y asustar a las otras primas o simplemente nos disfrazábamos y hacíamos un desfile frente al espejo que colgaba y nos miraba con su ojo de vidrio que todo lo veía.

– Atención, señoras, señores, – mi voz de locutora me encantaba- vamos a ver pasar a la señorita Hortensia, con su velo de novia, el más bonito de los velos porque la novia, se murió ahí mismo…

Entonces mi prima con paso vacilante desfilaba con el velo puesto, los ojos los ponía en blanco, llevaba unas flores en la mano y yo no podía parar de reírme de sus gestos frente al espejo. Díganme ustedes ¿qué tiene eso de malo?

Pero creo que sí lo tiene porque les voy a contar lo que ocurrió ese día fatal, día en el que dejamos de jugar para siempre.

Mi prima se disfrazó de novia, eso siempre lo dejábamos para el final del juego porque era lo más divertido, yo había desfilado con el mantón negro de la bisabuela y también me disfrazaba de hombre, haciendo de bisabuelo.

Al final, venía la novia. Y ese día fue uno más. O no, ahora que lo recuerdo bien, hacía muchísimo frío en la pieza grande llena de trastos y cosas para tirar o regalar o arreglar. Los adultos como siempre, adoraban el fuego en el living y jugaban cartas entre ellos. Las otras primas jugaban esos juegos bobos de niñas miedosas y nosotras nos disfrazábamos y nos divertíamos.

Llegó el turno de mi prima Rosita como siempre, mantón de novia muerta tapándole casi toda la cara, desfiló y la anuncié como tantas veces:

– Atención, señoras, señores, vamos a ver pasar a la señorita Hortensia, con su velo de novia, el más bonito de los velos porque la novia, se murió ahí mismo.

Y mi prima se quita el velo de la cara, mira fijo el espejo y dice en voz suave pero bien pronunciada:

– Non giocare sciocco che é vero

Lo que dijo en perfecto italiano era algo así como no juegues idiota eso es cierto. El problema es que mi prima nunca había hablado italiano. Ni lo había estudiado. Y se paró frente al espejo y comenzó a hablarlo. Se imaginan mis carcajadas. Porque pensé que era parte de su teatro, parte del juego.

Su voz fue subiendo de tono. Cada vez más fuerte gritaba, yo me agarraba la panza para reírme, su italiano me parecía perfecto. Alguien escuchó, no sé, tal vez mi madre, como todas las madres, tenía un sentido especial para saber cuándo estábamos en peligro y se asomó a la puerta de la enorme pieza.

Al instante entró y sacudió a mi prima por los hombros, en ese momento me callé, mamá jamás hubiera hecho semejante cosa, no entendía qué le pasaba.

– Basta- decía mientras sacudía a mi prima- No te rías ¿no ves que está en trance?

Miré a mi prima, tenía los ojos rojos, las lágrimas corrían por sus mejillas, una voz de mujer italiana salía de su boca, algo espantoso estaba pasando y no entendía qué era.

Fueron segundos, minutos u horas, no sé. Llegó la abuela y le sacó el velo de la cabeza.

Ahí mi prima cayó como desmayada. La abuela dijo que trajéramos agua y por supuesto salimos corriendo a servir un vaso. En cuanto tomó el agua, mi prima comenzó a tener colores otra vez porque antes, había estado con el rostro del mismo color que el velo de novia.

– De esto ni una palabra a nadie- sentenció la abuela que siempre fue de pocas palabras- No se juega con la ropa de los muertos.

– Pero abuela – dije intentado entender- ¿qué pasó acá?

– Pasó que no se juega con la ropa de los muertos, no toquen más nada.

Y se fue. Mamá me dijo que la abuela no iba a decir nada más. Que era una historia muy vieja y de mucho dolor y que ya no quería contarla. Que cuando ella era chica la abuela siempre decía que esa novia muerta no la dejaba en paz con las pesadillas y que siempre se le aparecía, tan real, que nunca sabía si era soñando o la veía de verdad.

Fin del capítulo, por un tiempo nos asustamos y no jugamos más con las ropas que guardaban en la habitación llena de trastos…pero no fue por mucho, otra vez volvimos a las andadas y nos tentamos a disfrazarnos con las ropas prohibidas que habían sido de muertos.

Fin

Las ropas de los muertos es uno de los cuentos infantiles de terror de la escritora María Luisa de Francesco. Cuento para niños a partir de once años.

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