Saltar al contenido

Suavecita no era una bribona es uno de los cuentos de polillas de la colección cuentos de insectos de la escritora Sara Cartes Muñoz. Para niños a partir de siete años.

¡Tantas veces se lo dijo su mamá! ¿Cómo no lo recordó? Marijesu miró hacia todos lados buscando una forma de salir. Pero nada. La puerta del clóset estaba atorada. Mejor sería no asustarse, acomodarse lo mejor posible y disponerse a dormir. Faltaba como una hora para que volviera su mamá del trabajo.

Cerró sus ojos y una vocecilla muy suave, muy dulce, dijo:

_ ¡Ven, sígueme! Conocerás mi mundo.

Sintió el roce de unas levísimas alas sobre su mano y ahí descubrió a una pequeña polilla blanquecina, que la miraba con unos ojillos negros y brillantes, moviendo unas elegantes antenas emplumadas. Voló por encima de su frente, y al rozar a Marijesu, sintió que su cuerpo de niña se volvía tan pequeño, como la uña de su dedo índice. Vio una mano extendida, la que cogió, al tiempo que oía:

_ ¡Me llamo Suavecita y vivo en la parte más alta del clóset, justo donde tu madre guarda unos diarios y libros viejos.

Se sintió elevada, liviana como una pequeña pluma. Cuando llegaron, quedaron junto al lomo de un enorme libraco. Caminaron alrededor, y entre las amarillas, resecas y entreabiertas hojas, vio numerosos capullos que guardaban en su interior unos pequeños seres encogidos y dormidos.

_Son mis hermanas _dijo Suavecita. Pronto podrán salir.

Suavecita le contó que cada día recorrían las entreabiertas páginas alimentándose de esos viejos papeles, mientras su madre colocaba pequeños huevecillos, que pronto necesitarían envolverse formando otros capullos.

_ Amo la oscuridad. La luz daña mis ojos. Acá me siento protegida y siempre estoy muy cerca de mamá.

_ ¡Gracias por mostrarme dónde vives! _dijo Marijesu.

_ ¿Tú no vas al colegio?

_ No. Nuestros padres son también, nuestros maestros.

_ ¿Te parece bien, que cada día venga a visitarte? _preguntó la niña.

_ ¡Sí…! Te estaré esperando.

_ Y ahora, ¿cómo vuelvo?

Suavecita la cogió nuevamente de la mano y bajaron hasta la puerta del clóset. Sacudió sus emplumadas antenas sobre la frente de Marijesu, que recuperó su tamaño, al mismo tiempo que su madre abría con fuerza la puerta.

_ ¡Hija! ¿Qué hacías acá?

_ Estaba buscando mi vieja muñeca de trapo…(Fue lo primero que se le vino a la cabeza).

_ La puse en una caja, en la parte de arriba. Después la buscaremos, ¿ya?

Esa noche, antes de dormir, Marijesu repasó todo el tiempo vivido en el clóset. ¡Qué frágil era Suavecita! Cuando fuera a verla, le llevaría un copo de algodón con los que su mamá se desmaquillaba, para que descansara en él.

En la biblioteca del colegio buscó información sobre la vida de las polillas. ¡Era muy breve!

Además, aparecían muchos datos sobre cómo eliminarlas, pues decía, que rompían las ropas y papeles. Eso significaba, que la vida de Suavecita corría peligro.

Al día siguiente, cuando llegó del colegio se cambió ropa en un santiamén. Se sirvió un gran vaso de leche, mientras mordisqueaba un rico sándwich de pollo y verduras, que mamá le había dejado en el refrigerador. Todavía masticando, se fue al clóset para encontrarse con Suavecita.

Dejó la puerta entreabierta. Permaneció un rato ambientándose en esa semioscuridad. Cuando ya pudo distinguir las formas de los objetos llamó, muy bajito:

_ ¡Suavecita! ¡Suavecita!

Sintió en su frente el roce de las antenas emplumadas, al tiempo que su cuerpo disminuía y escuchó:

_ ¡Aquí estoy! ¡Vamos, subamos!

Ya junto al viejo libro, la niña miró detenidamente a su pequeña amiga. Sus ojos eran grandes, negros, vivaces y brillantes. Su mirada regalaba mucha ternura, lo mismo que su vocecilla.

_ ¡Qué bueno que has venido! _dijo Suavecita. Hoy quiero que me cuentes de ti, que me digas cómo es vivir en ese mundo lleno de sonidos y luz. Que me digas qué prefieres comer: papel, género o madera. El mío, es el relleno de los cojines.

Con mucha paciencia Marijesu le contó que le encantaban las papas fritas; que ella había ido cambiando y creciendo mucho desde que nació. Que debía asistir al colegio junto a otros niños, que ponía mucha atención en clases, que le encantaba leer y que lo que más deseaba era tener una hermanita o hermanito.

Le entregó un par de motitas de algodón para que durmiera cómoda y abrigadita y le prometió traer un viejo cojín que su madre tenía abandonado, en el desván.

_ ¿Sabes Suavecita? Tengo tareas que hacer, no puedo quedarme. Pronto llegará mamá y me regañará si no las he terminado. Me encanta conversar contigo. Vendré cada vez que pueda.

Suavecita extendió sus frágiles alas plateadas y la cogió de la mano. El aire acarició sus mejillas mientras descendían de lo alto del clóset. Junto a la puerta, la rozó con sus emplumadas antenas y Marijesu recuperó su tamaño.

Al día siguiente, mamá la esperó a la salida del colegio para llevarla al dentista. Volvieron tarde a casa, y a Marijesu el tiempo sólo le alcanzó para comer, ver su horario, ordenar sus cuadernos, sus textos, y guardarlos en su mochila, junto con la colación que mamá le preparó.

Esa noche soñó que Suavecita la acompañaba a clases escondida entre unos papeles, en medio de su estuche, pues quería saber cómo era el mundo de Marijesu. Mañana sábado tendré tiempo para ir a visitarla, pensó.

Se levantaron un poco más tarde. Prepararon un rico jugo de naranjas, desayunaron calmadamente, fueron anotando qué comprarían en el supermercado y luego, pusieron a funcionar la lavadora. Cuando los dormitorios quedaron ordenados, partieron de compras. Y ahí, empujando el carro por entre los pasillos, de pronto: ¡Oh! ¡Sorpresa! Se encontraron con los abuelos. Después de todos los abrazos, la abuela convenció a mamá para que Marijesu se fuera con ellos. El domingo la iría a buscar.

La abuela tenía preparadas unas exquisitas tartas de moras y duraznos. Jugó con los perros, corrió por el gran patio, se elevó muy alto en los columpios, le rascó la cabeza al gato que ronroneaba sin cesar, y más tarde, luego de bañarse, el abuelo le leyó unos hermosos cuentos, hasta que el sueño la venció.

Al día siguiente, ayudó a la abuela a cortar con moldes de diferentes formas, la masa de galletas que preparó y que hornearon para esperar a mamá.

¡Qué agradable era estar en la casa de los abuelos! Qué bien lo pasaba ahí, pensaba Marijesu.

Ya en el auto, de vuelta a casa, recordó a Suavecita. Debe estar triste, pensó, pues hace varios días que no la he visitado. En tanto llegué lo haré.

Cuando ingresaron al living, lo primero que vio sobre el sofá fue: ¡su vieja muñeca de trapo!

_ ¡Hija! Aproveché de ordenar y asear el clóset para buscar tu muñeca. Y, ¿sabes tú con qué me encontré? ¡Todo lo que tenía guardado estaba lleno de pequeños agujeros! ¡Estaba todo lleno de polillas! Así que, removí todo, limpié, tiré a la basura ese gran libro de historia antigua que ya no servía para nada, colgué una bolsita con pelotitas de naftalina, para que no vuelvan estas bribonas y remendé el cuerpo y las piernas de tu muñeca, antes de meterla a la lavadora.

Las lágrimas bajaban a torrentes de los ojos de Marijesu, sin poder evitarlo…

_ Pero, ¿qué te pasa? ¿Tanto te emociona volver a ver tu vieja muñeca?, preguntó la mamá.

Fin

Suavecita no era una bribona es uno de los cuentos de polillas de la colección cuentos de insectos de la escritora Sara Cartes Muñoz. Para niños a partir de siete años.

5/5 - (1 voto)

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo