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Los fantasmas no se dejan retratar es un cuento de misterio de la colección de cuentos de fantasmas de Raquel Eugenia Roldán de la Fuente para adolescentes.

Cuando recogió las fotos no notó nada raro, todas estaban bien, si acaso la última no; no se había fijado que cuando la tomó pasaba alguien, no se veía quién porque iba caminando y la foto estaba movida. Ni modo, habría que tomarla otra vez, se trataba de tomar el pie de la escalera y lo que alcanzara del patio desde ahí, por entre las columnas.

Nunca había tomado ese ángulo y días antes, al bajar la escalera, pensó que sería una buena toma. Volvió a tomarla, para ello se paró en el descanso de la escalera, incluso corrigió un poco el ángulo y, por supuesto, se cercioró de que no pasara nadie.

Las llevó a revelar y dos horas después fue a recogerlas. ¡Qué raro!, otra vez se veía una persona en la foto, en el mismo lugar, pero como estaba movida no se veía quién era. Parecía una figura borrosa, difuminada, un poco transparente. “¡Pero…!” Era de veras raro, ella estaba segura de que no había pasado nadie.

Tuvo que tomarla otra vez, la tercera. Ahora la acompañó un colega para vigilar que no se atravesara ningún turista o empleado del museo. Nadie pasó por ahí, era seguro. Al revelar el rollo ahí estaba otra vez: esa sombra blanca de contornos imprecisos, en verdad parecía una persona que se hubiera cruzado y la fotografía estuviera movida. Pero el hecho es que estaba segura de que no había pasado nadie, y además tenía un testigo.

El asunto se convirtió en una especie de reto: ni modo que la foto pudiera más que ella, tendría que volverla a tomar, pero la revelaría ella misma para que no hubiera dudas. No fuera a ser que los muchachos del estudio, como tenían tiempo de conocerla y sabían que trabajaba en ese viejo edificio, donde ella misma les había contado que se hablaba de fantasmas y apariciones, hubieran decidido jugarle una broma un poco pesada.

Sacó la foto y pidió a un amigo permiso de hacer el revelado en su laboratorio. Con todo cuidado fue haciéndolo, paso por paso. Cuando llegó el momento mágico de que la imagen brotara del papel hasta le ardían los ojos por la tensión. Fijos, muy fijos los ojos sobre el papel, vio aparecer la imagen de la escalera y los arcos, y al fantasma también. No había pasado nadie, no había ninguna persona cuando tomó la foto, pero ahí estaba: en el mismo lugar y en la misma posición que en las otras tres, la sombra blanca, una silueta desdibujada.

Sólo se distinguían claramente unas botas pesadas y oscuras, pero ¿quién podría ser…?

* * * * *

Esa muchacha, ¿por qué tendría que empeñarse tanto en tomar la foto de ese lugar?

Precisamente de ese lugar, teniendo todo el edificio, tan grande, para tomarle fotos, tenía que ser de ahí, de mi lugar. Porque ha sido mi lugar desde hace doscientos años, desde que me trajeron malherido, cargando en hombros entre dos amigos. Ahí expiré, al pie de la escalera, antes de subir.

Cuando llegamos arriba, cuando entramos a la sala, yo ya estaba muerto. Flotando cerca del techo pude ver cómo el médico revisó mi cuerpo y dijo que ya no había nada que hacer; oí llorar a mis amigos, luego me envolvieron en un sudario y me enterraron. Desde entonces he estado ahí, parado en ese lugar, esperando poder vengarme del traidor que me dio la cuchillada. He visto pasar a mucha gente, pero al miserable, nunca.

Cuando el patio estaba tan lleno de gente pensé que ahí estaría el malnacido traidor, pero me equivoqué. Y ahora… ahora me han descubierto. Vendrán a tomar más fotos, a curiosear, tal vez echen agua bendita. Tendré que irme para siempre. Lo peor es que ya no podré vengarme.

* * * * *

Nadie le creía. Las fotos estaban trucadas, manipuladas, para que pensaran que ahí había un fantasma. Pero los fantasmas no existen. Y eso de su amigo… ¡Bah!, estaba de acuerdo con ella, era obvio.

¿Y por qué…? Por alarmistas, o tal vez pensaban hacer negocio con la foto, venderla a alguna revista de parapsicología o algo así. O atraer mayor cantidad de visitantes al museo. Cuando se lo dijeron ella se indignó.

Tenía que demostrarlo, así que tomó una última foto y la reveló delante de un testigo imparcial: no había nada. Una de dos: o ella era una embustera, o… los fantasmas no se dejan retratar.

Fin

Los fantasmas no se dejan retratar es un cuento de misterio de la colección de cuentos de fantasmas de Raquel Eugenia Roldán de la Fuente para adolescentes.

De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

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