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La directora de la escuela es uno de los cuentos de misterio de la colección historias de fantasmas sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.

La maestra Aguedita tenía el ceño fruncido desde hacía muchos días, pero esa tarde no era sólo el ceño, también su boca estaba fruncida, las arrugas de su cara se habían acentuado y su mirada, de por sí dura, se había convertido en un cuchillo de pedernal.

Luego de varias notificaciones indicando su jubilación, que no habían surtido efecto, la última que había recibido hacía una semana iba definitivamente en serio. Le parecía imposible, luego de tantos años, luego de toda su vida entregada a la enseñanza de sus queridos niños, que le dijeran sin más ni más que ya era suficiente y que se fuera a descansar, ¿qué sabían en esa oficina, donde ni siquiera la conocían sino a través de lo que el inspector iba y contaba, cuándo era suficiente?

Mientras haya personas a quienes enseñar no es suficiente… ¿Y de dónde sacaban que ella necesitaba descansar? Recorrió la escuela por última vez. No era un gran edificio; apenas, en el piso bajo, el mayor de los salones para los niños de primero y segundo, que siempre era el grupo más numeroso, y más allá una puerta que daba a la oficina, donde ella no había pasado nunca dos horas seguidas, pues siempre dirigió la escuela desde los salones y junto a los pupitres, como debe ser.

Junto a la puerta, las escaleras para el primer piso; los niños de los dos salones de arriba, tercero y cuarto en uno y quinto y sexto en el otro, debían pasar junto a sus compañeros más pequeños para subir. Prefirió no subir; los salones de arriba le traían aun más recuerdos, no sólo como directora sino más allá, muchos años antes, cuando estuvo frente al grupo de los mayorcitos.

¿Cuántos hombres que hoy trabajaban por el pueblo habían pasado por ese salón y habían estado sentados ahí, frente a ella, memorizando la lección? Los ecos de los años pasados hacían vivir las paredes y las bancas del salón vacío mientras la maestra Aguedita lo recorría con pasos lentos y fuertes.

Pudo oír, como si estuvieran ahí, los murmullos de los chiquitines repasando la lección y, de cuando en cuando, un golpe bien propinado con la regleta de madera sobre el pupitre la primera vez, y sobre la cabeza del niño las siguientes, para que se esforzaran más por aprender la lección.

¿Cómo que esos métodos ya no funcionaban? Si ella y cientos de personas desde siempre han aprendido así a leer, a sumar y multiplicar, ¿ahora le querían decir cómo enseñar, luego de tantos años de hacerlo?

Esas maestritas nuevas, tan jovencitas que deberían estar todavía jugando con sus muñecas, más les valiera seguir estudiando y no pretender venir a enseñarles a sus niños y a ella misma. Las había visto trabajar, eran tan indulgentes con la indisciplina y el desorden… y luego, la gente se queja de que la sociedad está mal, de que los jóvenes van de mal en peor. No estaba cansada, no.

Estaba muy indignada y la impotencia rezumaba como sudor amargo por todos sus poros. Le ardían los ojos, pero no los dejó humedecerse. Ella, que recordara, jamás había llorado; no le iba a dar el gusto a nadie, ni aun ausente, de hacerlo por primera vez.

Luego de juntar sus escasas pertenencias se dirigió a la puerta y se volvió a mirar que todo estuviera en orden, y entonces lo pensó bien y decidió subir y hacer lo mismo arriba. Seguro que las dos maestras habían cerrado las ventanas, decían que porque a los niños les daba frío, ¡habrá que ver!, si parece que se trata de que los niños crezcan debiluchos, quejumbrosos y blandengues.

Atravesó el salón de abajo y subió las escaleras. Abrió las ventanas, y dejó entrar el aire limpio de la montaña a ventilar los salones y llevar aires de salud, el aroma de las flores y la frescura de la nieve. Permaneció largo rato mirando desde ahí, antes de irse para siempre de su querida escuela, morir tras la montaña las últimas luces del anochecer.

* * * * * *

Luego de pasar todo el día de retiro, en charlas, en reflexiones y en oración, los dieciséis que éramos, los ocho matrimonios del grupo de Encuentro Matrimonial, nos dispusimos a dormir en la escuela que nos habían prestado para el fin de semana, en un pueblo en las faldas del Popocatépetl.

Como los alumnos estaban de vacaciones la escuela iba a ser pintada, así que todos los muebles de abajo estaban amontonados en el primer piso, y nos dejaron el salón grande, en la planta baja, para los ejercicios y para pasar la noche. Luego de bromear y platicar un rato, ya nos disponíamos a dormir; cada uno en su sleeping o cobija, en hilera con la cabeza junto a la pared.

Por la escalera se colaba un chiflón de aire helado y se oía azotarse con el viento la ventana de arriba, así que uno de los muchachos subió a cerrar. En lo que nos acomodábamos bien, la ventana se abrió de nuevo; todos bromeamos a Óscar, que no había cerrado bien, y volvió a subir. No acababa de bajar el último escalón cuando la ventana se estaba azotando otra vez. Otros dos de los muchachos subieron con Óscar, para atrancar la ventana apilando junto a ella los pupitres y los bancos.

Tardaron un poco y, cuando bajaron y se sentaron en el suelo, justo antes de que Rodolfo apagara la luz, se oyó el estrépito de los muebles al caer al suelo, y en ese momento todos la vimos. No sabemos cómo entró, pues la puerta estaba cerrada. Atravesó frente a nosotros, más bien por encima de nosotros, de nuestros pies y piernas, pero no la sentimos; más que caminar parecía flotar, muy erguida y con su falda oscura casi hasta el suelo, un chal cubriendo sus hombros y su cabello gris peinado en chongo.

Ella no parecía vernos, sino que llevaba la mirada fija en la escalera, hacia donde se dirigió, y la vimos subir y perderse en la sombra del piso superior. Antes de que ninguno de nosotros volviera a subir, decidimos aguantar toda la noche el chiflón y el azotarse de la ventana, producidos ambos por el viento que soplaba afuera.

Fin

La directora de la escuela es uno de los cuentos de misterio de la colección historias de fantasmas sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.

De la serie “Sueños, voces y otros fantasmas”

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