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Cuentos de Brujas. El Pueblo de las brujas.

Cuentos de Brujas

Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo, un pequeño pueblito que se había formado en la cima de una montaña.

Era muy misterioso y oscuro a pesar de estar más cerca del sol, que aquellos que se encontraban al pie de la montaña. Siempre se le veía envuelto en una neblina espesa y húmeda, que no permitía ver a ninguno de sus habitantes. Algunas gentes solían decir que estaba habitado por fantasmas, otros por duendes, y por ahí se oían algunos rumores. . . que en él, vivían brujas que jamás bajaban la montaña. Allí tenían todo lo necesario para vivir: aves, hierbas y frutos. Su mundo era oscuro, aislado del resto de la gente.

A veces, por las noches se oían unos cánticos extraños y se podía divisar alguna que otra fogata, era casi seguro que estaba habitado por brujas, es por eso que lo llamaron el pueblo de las brujas.

Un marinero viejo y sabio contaba a sus camaradas que les había visto alguna vez y que todas ellas habían nacido de noche, con luna llena. Estaban muy organizadas, bajo la orden de una gran bruja gorda y fea, a la cual llamaban Madre.

Como todas debían nacer de noche y con luna, a la que nacía sin luna la llamaban rebelde, pues no habían sido bautizadas por ella. Un día todas las brujas esperaban ansiosas el nacimiento de la próxima integrante del grupo, que por supuesto debería nacer esa noche, sin embargo esta brujita nació de día y con un sol resplandeciente segando a las otras brujas que se horrorizaban de semejante acontecimiento.

Todo cambiaría en aquel pueblo desde ese momento. . .

A esta bruja nuevecita, la llamaron Sol porque había sido bautizada por él y aunque no les gustara deberían cuidarla. Sol tenía el rostro de una hermosa niña y su cabello era dorado como él. Mientras las otras brujas danzaban alrededor de una fogata, Sol las observaba y nada comprendía de ese mundo solitario y triste. Para ella el mundo no debería ser tan oscuro y sólo. Así iba creciendo entre aquellas feas y rústicas brujas que le enseñaban solamente a conocer la noche de luna y las tinieblas provocadas por sus calderos ardientes que evaporaban espesos humos.

Estas brujas, siempre miraban el suelo empobrecido y jamás veían el vuelo de un pájaro, o escuchaban algún canto que llegara de uno de esos pueblitos de pescadores que habitaban al pie de la gran montaña.

De día sólo dormían y por la noche festejaban sus grandes y apetitosos platos de hierbas perfumadas y danzaban alrededor de una gran hoguera.

Sol se sentía diferente, a pesar de ser triste como ellas. De noche sólo sentía deseos de dormir y de día, caminar y bajar a conocer el mundo de aquellos que vivían bañados de sol, al pie de la montaña. La bruja madre, le había enseñado a caminar con la cabeza mirando el piso, le había enseñado que allí sólo debían escuchar su orden y no se podía mirar el cielo, solamente en las noches de luna llena, porque ella, les decía, nos da la vida y la fuerza, no necesitamos nada más.

Sol estaba sintiendo algo en su pecho cada vez que el astro rey la visitaba, se sentía viva, fuerte y deseaba correr tras él, bajar la montaña y conocer el mundo.

Una día esperó que todas las brujas estuvieran durmiendo y comenzó a bajar cuidadosamente aquella interminable montaña. Su cabeza erguida y sus ojos grandes abiertos a aquel mundo.

Sintió que todo su pueblo iba quedando atrás para siempre, pues jamás le permitirían volver. Así poco a poco continuó descendiendo con dificultad la enorme montaña. Allá abajo encontraría sin duda algunos niños que jugarían con ella. . .

El sol era su amigo y la protegería. Cuando llegó al pie de la montaña, muchos pescadores cantaban sacando sus redes repletas de peces, mientras iba acercándose a ellos con sus pies descalzos, sus ojos brillantes y sus vestidos andrajosos. A medida que Sol se acercaba, el astro rey cubría de colores a aquel pueblecito. Todos quedaron sorprendidos al ver a aquella hermosa niña. Estaba sucia, andrajosa, sus uñas parecían garras, pero su rostro era bellísimo.

– Es una bruja – gritó uno de ellos – no la toquen, que no se acerque a nuestros niños.

Sol seguía avanzando hacia ellos y sus lágrimas formaban charcos en la arena, de los charcos brotaban peces en grandes cantidades.

-¡Miren eso! – gritó otro de los pescadores – es una bruja rubia.

Sol se había entristecido y lloraba cada vez más hasta que el astro rey se enojó con los pescadores, e hizo que sus redes se rompieran y los peces escaparan al agua.

Por el camino venían algunas mujeres a traer comida para sus maridos y cuando vieron todo ese revuelo se pusieron a gritar:

– ¿Qué hacen? ¿No se dan cuenta que es una pobre niña perdida?

Dejaron sus canastos en la playa y corrieron hacia ella. Estaba atardeciendo, Sol había caído sobre la arena húmeda, cansada y entristecida de dolor, por no poder compartir como una niña normal aquella vida de los pescadores. Sólo el astro rey iluminaba su cuerpecito creando un efecto fosforescente en ella, era el único que la protegía. Las mujeres la levantaron, se enojaron mucho con sus maridos y la llevaron a sus casas para alimentarla. Sol se había quedado dormida en la falda de Luciana, la esposa de Pedro, el pescador más antiguo del pueblo. Luciana la miraba con ternura. . .

– ¡Qué niña más hermosa Pedro! Se quedará con nosotros.

– ¡Pero mujer! Es una bruja.

– Es una bruja hermosa y tierna Pedro y desde que ella llegó el sol no se separa de nuestra casa.

Esa noche la luna se había puesto muy redonda en la ventana del cuarto donde Luciana había acostado a la niña. Se oían gritos terribles, allá arriba en la montaña, se veían algunas fogatas encenderse con llamas muy altas como jamás se habían visto antes. La luna no se movía de la ventana, como si quisiera raptarse a la niña. Sucedió algo que nunca había ocurrido en el pueblo.

Todas las luces se apagaron, una nube muy grande cubrió a la luna y el Sol apareció transformando la noche en día y cubriendo la ventana de la niña, besó largamente su pequeño rostro e iluminó todo el pueblo, haciendo brotar todo tipo de vegetales, frutas, verduras, trigo, maíz, convirtiéndolo en un pueblo enriquecido. Luciana daba gracias al cielo por haber encontrada a aquella hermosa brujita a quien desde ese día, la amó profundamente.

Donde se encontraba Sol, siempre era de día. Cuentan que en las noches de luna llena, el cuerpo de Sol se cubría de una luz incandescente y que en la montaña gemían las brujas. Pero Sol ya pertenecía al mundo real, al mundo del amor, a la luz, a la naturaleza, porque ella estaba viva, mirando crecer el mundo a su alrededor.

Fin

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