Saltar al contenido

Cigüeña en apuros es uno de los cuentos de la colección cuentos bebés de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente para niños a partir de ocho años.

Han pasado muchos años, más de treinta, y la pobre cigüeña no ha terminado de reponerse de la tremenda aventura. Tengo que confesar que mi abuelita fue la culpable. Les voy a contar cómo fue.

Cuando el médico le dijo que esperaba un bebé, lo primero que mi abue hizo fue desmayarse: hacía casi veinte años que había recibido la visita de la cigüeña por última vez, cuando nacieron mis tíos, los gemelos, y ahora ya casi era abuela de mis primos.

Luego, mi abue despertó de su desmayo, pero sólo para ponerse a llorar, y cuando salió del consultorio ya había tomado una decisión: se escondería para que la cigüeña no pudiera encontrarla. Que dejara al bebé a ver en dónde, seguramente habría muchas otras señoras que lo quisieran; ella, a su edad, ya no se sentía con ganas ni con fuerzas para hacerse cargo de él.

Así que mi abue tomó un avión y viajó al Polo Norte, donde se disfrazó de esquimal y se metió a un iglú. Estaba segura de que, tan lejos, la cigüeña no la encontraría nunca.

Por eso, cuando la cigüeña llegó y tocó la puerta de la casa de mi abue, no salió nadie. Tocó otra vez, y nada. Uf, estaba muy cansada y la entrega, el pequeño bebé, parecía tener frío. Decidió echarse junto a él para calentarlo y así, de paso, ella descansaría un poco. Al día siguiente seguramente llegaría la mujer a quien estaba destinado ese paquete.

Pero amaneció y nada, no llegó nadie. Tocó muchas veces, hasta que un vecino salió y le dijo que al parecer la señora se había ido de viaje, pues llevaba una maleta y había dejado todo cerrado.

―Pero no dijo a dónde podían buscarla ―terminó el vecino―. Seguramente no sabía que la cigüeña la andaba buscando. Si hubiera sabido que iba a recibir un paquete tan bonito, habría esperado.

Claro que eso era lo que pensaba el vecino, pero no tenía ni idea de lo que pensaba mi abuelita.
Por fortuna, todas las cigüeñas llevan una foto de las mamás a las que van destinados los bebés, para que no se equivoquen al entregarlos, así que tenía cómo empezar a buscarla. Mostrando el retrato aquí y allá, le dirían dónde estaba la mamá de ese bebé.

Buscando y buscando, encontró algunas mujeres como la de la foto: una maestra de yoga, ahí mismo en México; una acróbata retirada, en Monterrey; una bombera en Nueva York y una campesina, en Canadá… Cada vez las referencias la llevaban más lejos y no, ninguna era la destinataria del paquete. Se parecían mucho, pero viéndolas bien no eran tan idénticas, ninguna era la de la foto. Además, todas las cigüeñas saben que al entregar cada paquete, tanto la mamá como el bebé se reconocen y casi siempre se ponen tan felices que hasta lloran de emoción. Y no, ninguna de ellas había hecho eso: una gritó aterrorizada, otra intentó darle de escobazos y otra más echó a correr. ¿Qué podría hacer…?

La última pista decía que buscara en el Polo Norte, dentro de un iglú. No quería ir tan lejos, y tampoco creía que una esquimal fuera la mamá del bebé. Pero no tenía remedio, pues las cigüeñas reciben un fuerte castigo cuando tienen que volver sin entregar un paquete. Luego de tomarse una taza de chocolate bien caliente y arropar al bebé con la manta en que lo llevaba, emprendió el vuelo a la tierra de las focas y los osos polares. ¡Qué locura!, ¿a quién se le ocurre pedir un bebé en semejantes lugares?

A la luz del sol de medianoche la cigüeña llegó donde los primeros iglúes. Tuvo que reconocer que, aunque frío, el lugar era muy bello. La blancura de la nieve reflejada en las nubes blancas que volaban sobre su cabeza, quizá sintiéndose cigüeñas, alivió un poco su cansancio. Suspiró y entonces empezó a preguntar en los iglúes que, como burbujas, flotaban en la blancura helada.

―No, no, aquí no es, nosotros no pedimos un niño ―le respondían en algunos de esos iglúes.

―Es más allá ―le decían en los otros.

Por fin, cuando la cigüeña llegó donde estaba mi abue y tocó, ella asomó la cara por un huequito. ¡Era la de la foto!, la cigüeña la reconoció en seguida, pero la mujer se dio la vuelta y ya iba a meterse y azotar el bloque de hielo que hacía las veces de puerta.

“¿Y qué voy a hacer entonces con este crío?”, pensó la pobre cigüeña, a punto de llorar. Ya empezaba a derrumbarse, agotada y con las alas y las patas congeladas, cuando el que lloró fue el bebé, quizá porque reconoció al fin la voz de su mamá. Al oírlo, mi abue salió más que rápido:

―¡Mi bebé! ―gritó muy enojada a la cigüeña―. ¡Tráelo acá!, ¿a dónde crees que lo llevas?

Y entonces nació mi papá.

Fin

Cigüeña en apuros es uno de los cuentos de la colección cuentos bebés de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente para niños a partir de ocho años.

5/5 - (1 voto)

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo