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El gato Manchas

 

El gato Manchas. Los mejores cuentos infantiles de animales. Cuento de Grabiel Garay Castillo.

concurso de cuentos infantiles derechos humanos 2

Manchas, el gato, avanzaba sereno por un sendero del campo mirando de vez en cuando las nubes y sus extrañas figuras que ellas asemejaban, hasta que una piedra que pasó raspándole una de sus orejas terminó con su tranquilidad.

De un felino salto se ocultó detrás de un árbol.  Mas al no ver ni oír nada, salió. Había caminado unos metros cuando otra piedra cayó cerca de él. Buscó quién la lanzó, pero no vio a nadie. Cuando empezaba a caminar escuchó una débil vocecita pidiendo auxilio, corrió y encontró a un pájaro mal herido.

–      ¿Qué te ha pasado amigo? ¿Quién te hizo daño? –preguntó sorprendido.

–      Unos niños destruyeron mi hogar y no contentos con ello, me siguieron a pedradas, pero eso poco importa ahora. Amigo, lo único que te pido, es que por favor ayudes a mis hijos; aún son muy pequeños y temo por sus vidas.

–      ¿Dónde están ellos?

–      Están  ocultos cerca de aquel árbol de flores anaranjadas.

Trató de curar sus heridas, pero todo fue en vano. Su alegría pronto se transformó en tristeza cuando el pequeño animal expiró.

Al  llegar al lugar indicado una escena  conmovedora  lo entristeció aún más. En el suelo cerca del árbol se hallaba el cuerpo sin vida de una Pajarita, mientras los críos lloraban desconsoladamente.

Estos pajaritos habían defendido a sus pequeños hijos aún a costa de su vida.

Manchas, los sacó de donde se encontraban y se los llevó.  Al llegar a casa los colocó en un árbol junto a su casa. Día y noche los cuidaba. Se había encariñado con estos tres indefensos animalitos.

Una semana después, cuando regresaba por la tarde a casa, encontró muchas piedras cerca de ella. Rápidamente pensó en sus amigos, corrió y vio el nido en el suelo. Comenzó entonces a buscarlos. Detrás de unas ramas encontró el cuerpo inerte de uno de ellos, lo tomó delicadamente en sus manos, mientras unas lágrimas ardientes nacidas  desde lo más profundo de sí, discurrían por su cara.

Trató de superar este dolor, todavía le faltaba hallar a dos. Vio entonces unos rastros, los siguió. Más adelante encontró a unos niños desplumando las colas de unos pajaritos y luego al soltarlos reían a carcajadas.

Se acercó sin hacer ruido. Así descubrió que en una caja se encontraban sus amigos y otros pajaritos más. Esperó un momento de descuido de los niños y liberó a los cautivos.

Quisieron atraparlo y al no lograrlo le lanzaron gran cantidad de piedras, tuvo suerte; pues  ninguna impactó en su cuerpo.

Pensó entonces darles una lección, pero no sabía cómo. De repente se cruzó por allí, Pepe el grillo, quien lo llevó donde Gepeto el carpintero, éste hizo una gran jaula y lo ayudó  a llevarla al campo.

Sabiendo que  después de recoger piedras, los niños se sentaban junto a un árbol muy tupido,  Manchas decidió esperarlos. Ni bien se sentaron, un fuerte ruido los hizo temblar, quedando atrapados dentro de la jaula.

Un instante después, cientos de pájaros invadieron el lugar;  traían entre sus patas una piedra para dejárselas caer. Los niños lloraban y suplicaban que no lo hicieran.

–          Ellos mataron a nuestros hijos y hermanos, debemos castigarlos.

–          ¡Sí deben morir!,- gritaron otros.

– No amigos, la venganza no es buena- intervino Manchas -, además matarse unos a otros no es la solución.

– Pero estos niños son muy malos – opinaron las aves.

La desesperación cundía en el lugar. Los niños volvieron a pedir clemencia:

– ¡Por favor, no nos hagan daño! No volveremos a maltratarlas.

– Déjenlos, no los ven que están sufriendo – dijo el Gato– ¿Acaso, desean convertirse en asesinos?

Las aves comprendieron y se alejaron del lugar. Manchas y los hijos de aquellos padres que encontró días atrás en su paseo matinal, eran los únicos presentes. Entonces los niños comenzaron a gritar.

– ¡Qué bien ya se fueron! ¡Tontos, creyeron lo que dijimos!

Viendo que  todavía no  estaban arrepentidos, Manchas les dijo:

– Vieron lo que lancé.

– Si gato bobo.

– ¡Qué bien! Porque lo que lancé fueron las llaves, por su maldad, ustedes se quedarán allí para siempre.

– No, no amigo sólo bromeábamos – suplicaron los niños.

– ¡Ah!,  pero yo no bromeo, nos vemos.

– Espera no te vayas, no nos dejes aquí.

Manchas regresó entonces a casa en compañía de los pajaritos.

Horas después, cuando el sol empezaba a debilitarse, los animalitos entraron volando por la ventana. Manchas entendió entonces que querían que los siguiese. Aquellos frágiles pajaritos retornaron al lugar donde estaban los niños.

– Déjalos libres, ojalá aprendan la lección – le dijeron los dos animalitos.

Manchas, un poco desconcertado se acercó a la jaula aceptando el pedido de los animalitos. Ante aquel bello acto, los niños respondieron:

– Gracias amigos, a pesar de que les hicimos daño, nos han perdonado.

– Nosotros no somos nadie para juzgarlos, pero si siguen así, de la justicia divina no escaparán.

– Gracias, hoy hemos comprendido lo que siente alguien cuando el peligro lo acecha y lo importante que es la libertad, el más bello regalo de la vida.

Los niños, como quienes vuelven a vivir, se alejaron alegres y con ganas de enmendar sus malas acciones.

Los dos pajaritos se despidieron de Manchas,  quien se sentía triste por su alejamiento, pero luego al verlos ir con un grupo de sus amigos, se alegró; contemplándolos hasta perderlos de vista.

Fin

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