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Hace muchísimo tiempo atrás, había una casa en un pueblo costero, donde los dueños de casa la ocupaban durante algunos fines de semana y días festivos. De esta forma, se armó un hábitat perfecto para unos animalitos de muy mala reputación popular, las arañas.

Sin embargo, ellas estaban pasando por una situación de riesgo que amenazaba su vida normal. “¡Mamá, mira, un insecto quedó atrapado en nuestra red!”, dijo una arañita con sus ocho patas extendidas para captar las vibraciones de sus víctimas. “Sshhhh… más baja tu voz, hijita. Queda muy poco alimento en todas partes y muchas arañas vecinas acechan nuestra red para quitarnos la comida atrapada”, murmuró la madre.

“¿Las arañas se roban entre sí, mamá? ¡Qué injusto! Te he visto trabajar mucho urdiendo esta fina tela”, protestó ella. Los estudiantes habían aprendido en la escuela que el orgullo de las arañas se basaba mayormente en su importancia medioambiental como depredador de insectos, para mantener el equilibrio de la vida del planeta. Pero ahora se corría la voz que los bichos escaseaban en el área.

Su territorio era el mismo, pero las familias se multiplicaban y quedaba menos alimento para compartir. La lógica decía que era inevitable la expansión: había que invadir territorios ajenos o irse de ahí. Se reunieron en consejo y tomaron la decisión de evitar la guerra, negociando con las arañas del segundo piso para obtener alimento de su territorio.

En el piso de arriba, las arañas estaban preparadas para la guerra, porque habían observado en el último tiempo demasiado movimiento en las fronteras y eso las alertó. Aunque así fuera, las arañas elegidas para establecer contacto con las vecinas, partieron en son de paz.

Cuando llegaron al Cuartel General contrario, se reunieron con sus líderes y expusieron su drama y la solución a él: a cambio de suficientes insectos para comida, las arañas tejerían bellas alfombras, tapices, manteles, vestidos, uniformes y cubrecamas para sus vecinas. Las otras arañas escucharon con atención la exposición sobre su emergencia, pero la respuesta no fue solidaria, ya que su territorio estaba equilibradamente distribuido para satisfacer las necesidades de sus arácnidos habitantes.

“En otras palabras, no creemos que nos sobre comida para ustedes”, dictaminaron esos jefes. “Bien”, dijo la araña más anciana y más sabia al regreso a casa: “¡escuchado ese discurso y ante el rechazo de nuestros enemigos de negociar comida por trabajo, les declaramos la guerra a las arañas del piso superior!” Cuando las arañas volvieron al piso inferior, contaron su fracaso en las negociaciones de paz.

Había que reunir arañas para luchar por comida de modo urgente. Frente al concejo, una araña que se salvó de la muerte, denunció cierto comportamiento femenino que atentaba directamente contra el reclutamiento de machos combatientes. “Nuestras esposas que dicen amarnos, después de tener intimidad con nosotros, nos matan y devoran!”, protestó un Viudo Negro. No podía ser posible, para el enlistamiento al servicio militar arácnido, que los machos fueran sacrificados por amor, en vez de sacrificados por la patria.

“Nos esmeramos en seducirlas con bailes sofisticados, en hacer obsequios de presas envueltas en seda, en colocar nuestras semillas delicadamente desde nuestras bocas para tener hijitos”, exclamaban muchas arañas masculinas. A partir de estas manifestaciones espontáneas de disconformidad, se decretó la prisión en la cárcel de extrema seguridad para quienes atentaran contra sus esposos, en especial la famosa Viuda Negra.

Con todas las arañas machos disponibles, comenzó la guerra. En el primer ataque que duró una semana, sólo arremetieron contra las redes vecinas que tenían bichos atrapados muertos y vivos.

A la semana siguiente, avanzaron en territorio invadido y la comida empezó a abundar. Las nuevas telarañas se multiplicaron por todas partes, atrapando centenas de insectos que sirvieron para satisfacer el hambre de la comunidad. A través de arañas dispuestas en cadena, el transporte de comida y repartición de ella hacia territorio propio se hacía eficientemente.

Sin embargo, el contrataque del enemigo se esperaba de un momento a otro y cuando sucedió, fue furioso y masivo en todos los flancos posibles. Hasta por retaguardia invadieron y mataron decenas de arañas enemigas. El resto de las tropas diezmadas fueron obligadas a regresar al primer piso.

Las comunicaciones se interrumpieron, la comida escaseó otra vez y los heridos no pudieron pelear. La batalla final terminó, las arañas hambrientas se rindieron y la guerra se perdió. Los escuadrones y unidades militares dispersas fueron expulsadas por patrullas enemigas que los escoltaron fuera de los muros de la casa costera.

En un penoso exilio a través del jardín de la casa, la singular fila de arácnidos vencidos cruzó el camino costero y fue abandonada a su suerte en dirección a la playa, en un sector de bastante protección debido a las formaciones rocosas de todo tipo. El oficial al mando de la Operación Expulsión gritó desde el murallón costero hacia abajo en la playa donde estaban reunidas la totalidad de las arañas de-rrotadas: “por su insolencia pagarán, no regresando jamás a su hogar. Estaremos vigilando día y noche para disuadirlos de cruzar el camino de vuelta. A partir de hoy, este será su nuevo territorio”.

Las arañas más jóvenes fueron las primeras que perdieron la calma: “¿cómo haremos para tejer nuestras redes sin techos ni paredes?” Una araña que se desempeñaba en el campo militar, propuso que todas las arañas tejieran telas a gran escala y las mezclaran con granitos de arena finamente limados para construir corazas y ponérselas alrededor de su cuerpo para protegerse de los picotazos de gaviotas.

Esta firmeza fue complementada con un ingenioso sistema de articulación basado en sedas flexibles para las ocho patas. De esta forma, las arañas playeras podrían doblar sus codos y sus muñecas. Una vez que las nuevas arañas tenían sus protecciones, un puñado de ellas se acercó a los miembros del disminuído consejo y propuso la idea de atacar a sus antiguas rivales arañas con estos caparazones tan disuasivos.

El caso fue discutido, pero rechazado. Era más prudente adaptarse al nuevo hábitat donde había comida en abundancia. El resto de la comunidad se desarrolló en esta nueva vida semi marítima durante semanas, meses, años… siglos. Con tantos siglos pasados, el par de colmillos de araña evolucionaron en fuertes pinzas que perdieron su capacidad de envenenar a sus víctimas, pero que se usaron para romper moluscos y comer su delicioso interior.

A las arañas hembras les gustaba mucho observar como los chicos hacían trizas las conchas más duras y por eso, se convirtieron en atracciones para el cortejo con el sexo opuesto. En los demás machos, las pinzas eran amenazadoras y con ellas, una araña podía disputar una zona nueva para su grupo familiar.

Al pasar tanto tiempo… tanto que hasta la famosa batalla de las arañas pasó al olvido y sólo permaneció como leyenda, las arañas tenían apellidos. Estaban las Arañas Cangrejo, las Arañas Centollas y las Arañas Ermitañas entre las más conocidas.

Aunque el uso popular de los nombres de estos animales hizo olvidar su origen y permaneció el último nombre en la memoria de todos. “¿Abuelito, es cierto que antes nosotros éramos arañas sin estas armaduras?”, preguntaban los más jóvenes. “Mmmmm… mi abuela contaba historias sobre una gran batalla, pero no hay pruebas. Puede que sea un mito”, respondían los más viejos.

Las arañas que evolucionaron con estas armaduras fueron conocidas como los Crustáceos y fueron admirados por adaptarse a respirar oxígeno del aire y del agua. Algunas arañas fueron famosas por un curioso descuido. Sus caparazones no les quedaron bastante rígidos y, como había pasado tanto tiempo desde que eran sencillas arañas, no pudieron hacer una tela nueva por haber perdido esa habilidad.

Ellas decidieron buscar y usar conchas de cangrejos vacías para cubrir su pancita y espalda. El contacto con el agua no fue muy prometedor, pues no aprendieron ninguna técnica de natación. Sólo se movían por el fondo del bajo mar, vagando, aunque no olvidaron nunca su facilidad de transitar fuera del agua. Así acaba este cuento curioso que busca imaginar que cada vez que vayamos a la playa y veamos un cangrejo: ¿será posible que eso sea una araña con armadura?

Fin

¿QUÉ ENSEÑANZA NOS DEJA LA HISTORIA?

Hay que defender lo que consideramos valioso, sobre todo, cuando nuestra supervivencia está en riesgo. La flexibilidad ante los cambios es importante para adaptarnos y no sucumbir ante la rigidez y los lamentos inútiles que nunca conducen a solucionar problemas.

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Arañas con armaduras es uno de los cuentos de animales del escritor Juan Pablo Fuenzalida Betteley sugerido para niños a partir de once años.

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