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Cuento infantil de amor sugerido para niños mayores de diez años.

Erase una vez allá por los tiempos de María Castañas, había una linda casita al lado del río.

En ella vivía una muchacha, muy bonita la piel del color de la aceituna, su cabello tan negro como la noche, y en sus ojos brillaban miles de estrellas.
Sola en aquellos parajes, cocía el barro que ella convertía en vasijas y cazuelas en un horno de leña.

Cantaba feliz, los pajaritos y todos los animales salían de sus escondrijos, para disfrutar de su linda voz.

Una tarde el señor de aquellas tierras, paseaba cerca del río, cuando estrella llenaba algunas vasijas de agua, La muchacha al verlo quedó prendada de él. Pero el altivo joven ni siquiera reparó en ella.

Desde aquel instante ya no había noche ni momento del día, que no pensara en él.

Un nuevo sentimiento se apoderó de todo su ser.

Ya no cantaba igual, ahora cuando sus canciones tocaban el aire, llevaba las notas tristes de su nostalgia.

-¡Hay si pudiera verlo solo una vez más! ¿Porqué tuve que descubrir ésta sensación que me hace andar en las nubes?

-¡Y ésta ilusión que hace que mi corazón salte de mi pecho como abejas de un panal! Si pudiera verme en sus ojos, tener tan cerca de mí su sonrisa…

Y suspiraba tan hondo que sus suspiros, llegaban a la torre donde el dueño de sus amores tenía sus aposentos.

Esto hizo que el caballero se acostumbrara a despertarse con el canto y los suspiros de Estrella.

¿Como sería la dueña de tan bonita voz?

¿Por qué estaba tan triste?

Así un día y otro, hasta que… sin darse cuenta se le fue colando entre sueños, y comenzó a imaginarla. Y su corazón se dejaba atrapar por éste nuevo sentimiento.

Le hacía que fuese más atento con los demás, y empezó a disfrutar de las cosas que siempre habían estado ahí, y de las que nunca se había percatado.

Solo, pues como Estrella, quedó huérfano siendo muy niño y el carácter se le agrió volviéndose duro como una piedra de pedernal.

La gente del lugar fue viendo como este cambio le suavizó la mirada y como una tímida sonrisa asomaba a sus labios, cuando saludaba a sus sirvientes.

Nunca lo dejaron solo a pesar de sus malos actos y sus desairados modales.

¿Donde vivía la dueña de sus sueños?

Tendría que salir en su búsqueda, pero si era, como decían una muchacha humilde… Pondría en peligro su hacienda y sus tierras.

Su padre dejó en su testamento, que cuando tuviese la edad suficiente, estaba obligado a casarse con la hija del señor de las tierras colindantes.

Fue un pacto entre familias. Un pacto que no sabía de amor, solo de intereses.

El tiempo jugaba en su contra, pronto cumpliría la edad, y tendría que emprender el viaje que lo alejaría para siempre de la niña de sus amores.

La vería solo una vez para poder recordarla, al menos tendría la imagen de su amada.

Ya no escucharía más su canto.

Y partió en su busca dando los mismos pasos que dio aquel día.

Paró en los mismos lugares y comió en las mismas posadas, sabía que su corazón la reconocería en el mismo instante que se mirara en sus ojos.

Y así fue, cuando al pasar por el mercado la escuchó cantar, para vender sus vasijas de barro.
«Bonitas vasijas para guardar las penas de amor, para llenarlas con las lágrimas del olvido, compradme esta roja, el color de la pasión, o aquella amarilla, para encerrar la desilusión, mirad la blanca llevárosla y guardad vuestro corazón».

El joven se acercó,

-Cómo te llamas le preguntó.

– Estrella me pusieron por nombre y alfarera soy señor, y al decir esto levantó la vista y se dio de bruces con él.

Se miraron en un tiempo que les pareció eterno, por la intensidad de sus miradas, era como si ya se conocieran, y habiendo estado perdidos se volvieran a encontrar.

Todo se detuvo a su alrededor, el silencio los envolvió.

La voz de su fiel criado lo sacó del ensoñamiento.

Señor nos espera un largo camino, debemos de llegar antes que caiga la noche, puede ser peligroso.

-¿Decidme dónde puedo encontraros?

-Junto al río en la casa del molino.

-Señor lleváis mucho tiempo sin decir una palabra, y le veo un poco perdido.

-Tienes razón perdido estoy, aun más desde que la he visto, no sé cómo voy a olvidarla para cumplir la promesa de mi padre.

Cabalgaron todo el día y al atardecer pudieron ver en lo alto de un cerro, una gran torre que miraba al mar.

Atravesaron el foso y entraron al patio, donde les estaban esperando, y los hicieron entrar al castillo.

Después de las presentaciones, y cenar como reyes, se fueron a descansar a sus aposentos.

En el silencio de la noche, un llanto lastimoso que venía del jardín, hizo que se asomara a la balconada.

-¡No es justo pero porqué me tengo que casar con un hombre al que no quiero! Decía entre sollozos.

-¡Ni siquiera lo conozco! ¿Qué voy a hacer?

– Tiene razón la muchacha, ¿qué ley puede obligarnos a unirnos por el resto de nuestras vidas a alguien que no amamos?

-Tengo que ver la forma en que sin faltar a la palabra de mi padre no ofenda a éste buen hombre.

Y se le ocurrió, una argucia, con la ayuda de su fiel criado, le harían creer que estaba arruinado, y que su interés por casar a su hija, y unir haciendas y tierras no tendría razón de ser.

Al día siguiente, irían a las caballerizas, pues iban a recorrerá caballo lo que serían sus dominios, y cuando padre e hija estuviesen lo suficientemente cerca, les escucharían hablar, de la ruina que tenía encima y de que si no se casaba con la joven, como había previsto perdería hasta la camisa.

Se quedó atónito, no daría la mano de su hija a un muerto de hambre por muy noble que fuera.
Cabalgaron juntos, las tierras eran fértiles con abundancia de agua.

El joven llevando aun más lejos la farsa, le decía estoy deseando ser vuestro yerno, aquí hay mucho que guardar y vigilar, vos sois ya muy mayor para tanta carga, yo le aliviaré de tanto peso.

Entonces el padre le pidió a su hija, que lo secundara, en todo lo que le dijera, y así la liberaría de tan desastrosa boda.

Fue en la cena, estaban todos alrededor de la mesa:

Cuando muy serio, se dirigió al joven y le dijo: Hijo debes saber, que tu padre mi gran amigo y yo, deseábamos por encima de todo, que nuestros hijos gobernaran estas tierras, uniendo los patrimonios, pero hay una cosa que no me deja dormir, porque no sería honesto contigo ni con mi buen amigo tu padre. Mi hija no te podrá dar ningún hijo que herede vuestras tierras, pues una enfermedad que la llevó a las puertas de la muerte, la privó para siempre de ser madre.

La joven se retiró envuelta en lágrimas.

-Lo siento mucho señor, pero yo la querré igual.

– Eres muy noble, pero entonces yo faltaría a tu padre, y no era eso lo que quería para ti.

-A él le gustaría que te casaras con la mujer que te pudiese dar hijos, para que vuestro nombre y patrimonio no se pierda. Ahora ya lo sabes, por lo tanto no habrá boda. Y el testamento de tu padre queda invalidado. Mi hija se quedará a mi cuidado, y yo te agradezco tu interés por ella, cuando estéis listos mis hombres os acompañaran un trecho del camino.

Cuando se vieron libres, y a sabiendas que ya nadie podría escucharles, rieron a carcajada limpia, pues ambas partes habían quedado como caballeros. Sin faltar a su palabra.

La chica seguiría esperando un buen partido, y él iría corriendo a buscar a su linda Alfarera.

Al llegar al rio, buscó la casa, la encontraría.

Estrella lo estaba esperando…

-Estrella- la llamó- amor mío, no dudes ni por un momento que te haya olvidado.

La muchacha no podía creer lo que estaba oyendo, pero sus besos le decían que no estaba soñando, que era su amado quien la tenía entre sus brazos, y cerró los ojos para disfrutar del momento.

La subió a la grupa del caballo.

-Ven -le dijo-.te mostraré tu nueva casa, donde serás la reina de mi corazón.

Estrella feliz miraba su casita del molino, algún día pasearía con sus hijos, y les enseñaría el arte de la alfarería.

El fiel criado lloraba de alegría, el niño que recordaba había vuelto de nuevo, y se había convertido en un hombre noble y generoso.

Fin
Cuento sugerido para niños mayores de diez años.

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