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Cuento sugerido para niños a partir de diez años.

A lo largo del zoco se extendían los tenderetes y tiendas, donde los artesanos mostraban sus artículos .

Especias inundaban la calle, fragancias de canela, vainilla, se mezclaban con los jazmines que plantados en arriates, jalonaban la angosta calle.

Los naranjos en flor derramaban el suave aroma del azahar, las magnolias con su sutil perfume embriagaban el aire.

La mañana era espléndida, y el sol coronaba el día.

Cestas de frutas, dátiles, almendras, nueces, piñones aguardan al viandante.

El olor a pimienta, cúrcuma, comino y ajonjolí impregnaba el ambiente cálido y primaveral.

Al otro lado en extramuros los herreros, alfareros, y curtidores se afanaban en terminar sus trabajos.

Aperos de labranza, bellas vasijas pintadas con primor.

Sillas de montar colgadas sobre la muralla, esperaban a sus nuevos dueños.

En la alcaicería las sedas y tafetanes se extendían en caballetes.

Los plateros enseñaban entre las manos, las joyas de filigranas cordobesas
Instrumentos musicales como el laúd y las guitarras se erguían orgullosos al final del zoco.

Primorosas cajas y cofres de taracea, brillaban con incrustaciones de nácar.

Los zapateros clavaban puntillas, terminaban el calzado, otros remendaban zapatos viejos o rotos.

El Cadí hombre generoso , intrépido, elocuente y benévolo, apreciado por los comerciantes ,pues su fama de justo y honrado le precedía , allá por donde iba.

Recorría a paso ligero el zoco, quería comprar una montura para el caballo que pensaba regalarle a su hija Zoraida.

En la otra orilla del río en su palacio de Aznalcazar,la joven melancólica miraba al horizonte desde el alféizar de su ventana.

Tiempo atrás acompañaba a su madre al zoco de la ciudad.

Allí lo vio la primera vez rodeado de sandalias y babuchas.

Sentado martillo en mano remachaba las suelas de los zapatos.

Cuando él la miró, sintió como si se conocieran desde siempre.

Y su voz se volvió cálida y sedosa.

_ Las terminaré enseguida y serán las zapatillas más bonitas y suaves que haya tenido nunca.

Aquella mirada no pasó desapercibida para su madre, que le dijo:

-¿Cómo te llamas?

-Yusuf-contestó el zapatero.

La semana que viene mandaré a buscarte, quiero que tomes medidas para unos nuevos zapatos para el Cadí.

_ No defraudaré la confianza que habéis puesto en mí, al encargarme tan importante trabajo.

Al marcharse Zoraida lo miró y se despidió con una tímida sonrisa.

Yusuf contaba los días, la espera se le hacía interminable y llegó el encuentro tanto tiempo deseado.

El Cadí lo invitó a pasar al patio interior, rodeado de palmeras y naranjos.

Un estanque salpicado de magnolias daba frescor a la tarde.

El agua al caer arrullaba y rompía el silencio.

En un banco de piedra, a la sombra de un frondoso Sicomoro, Zoraida y su madre descansaban absortas leyendo

Tomó las medidas, para los zapatos del Cadí

Zoraida lo miraba a través de su velo, sabía que su padre jamás vería con buenos ojos a Yusuf, no tenía ninguna posibilidad; Un zapatero nunca podría pretenderla.

Yusuf marchó con el encargo y con la promesa de regresar, en cuanto terminara el calzado.

Enajenado todavía por las miradas de Zoraida, cruzó la calle y se internó en el zoco.

Parándose a tomar un poco de té.

Entró en la tetería, se recostó sobre el mostrador, cuando de la trastienda le llegaron claras las voces de dos hombres…

Uno decía: Le diremos que vamos de parte de Yusuf el zapatero y cuando estemos dentro, les ofrecemos como presente los perfumes que las dejaran dormidas.

Si decía el otro: Luego envolvemos en la alfombra a la hija y salimos sin levantar sospechas.
Nos haremos ricos porque su padre pagará lo que pidamos por ella.

A Yusuf se le puso la piel de gallina, y el sudor le cubrió la frente.

Corrió a contarle al Cadí lo que había escuchado, éste hizo que montaran guardia día y noche. .

Con el permiso del padre de la joven Zoraida, Yusuf vivió en la casa, porque era el único que conocía las voces de los secuestradores.

Zoraida enamorada, gozaba con solo pensar tener tan cerca al joven zapatero.

Yusuf a pesar de peligrar su vida, se sentía dichoso de poder contemplar a su amada.

Como había previsto los falsos mercaderes entraron en el patio, y los hombres del Cadí cayeron sobre ellos.

Mientras él escapaba con Zoraida y su madre poniéndolas a salvo.

El Cadí agradecido viendo con los ojos que su hija miraba al joven zapatero, accedió a que estrecharan lazos de amistad.

Años después Zoraida el día de su boda llevaba, las zapatillas más hermosas que nadie viera jamás.

El Cadí y su esposa miraban con orgullo a Yusuf que con el tiempo, se había convertido en un hijo para ellos.

Le enseñó el oficio de juez y Yusuf se convirtió con los años en el nuevo Cadí.

Así fue como el zapatero del zoco llegó al corazón de Zoraida, recibiendo la aprobación del padre de la joven.

Su tenacidad y perseverancia logró que sus sueños se cumplieran.

Todo lo que ocurre alrededor de nuestras vidas tiene un porqué.

Las casualidades no existen.

Están ahí como una llamada de atención.

La vida nos espera en cada recodo del camino.

Fin
Cuento sugerido para niños a partir de diez años.

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