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Sol y Frutilla

Sol y Frutilla. Dora Ponce, escritora. Historias de la infancia.

Mirá, la calle está llena de vidrios de colores. Son preciosos. Claro que hay que revolver bien la tierra para encontrarlos y llevar una bolsita para juntarlos. Las manos quedan sucias y después… nadie te salva del chirlo. Mamá siempre dice que en la siesta andan los duendes, ¡ a mí me encantan los duendes!

Ella seguro debe tener terror de que me roben y nunca más poder verme. ¿Tardará mucho en llegar el heladero…? Mamá es buena, todos los días me da una moneda de las grandes. Eso si me porto bien y no hago travesuras. ¡Qué suerte que los vecinos duermen a esta hora!

Hasta la vieja rezongona de la esquina que nos grita cuando pasamos en bicicleta: “¡Salgan de la vereda! ¡Vayan por la calle!” Liliana le preguntó: “¿Qué vereda señora…? porque es verdad, no hay vereda, todo es calle. Es bueno tener un amigo como vos para jugar. Mamá me reta porque dice que hablo sola; ¿te das cuenta…? No te ve ni te escucha. ¿No sentís el ruido de la corneta…? ¡Es el heladero! Mirá, allá viene el carrito de Vadillo con la capota blanca y el caballo manso que lleva puesto un sombrero para el sol.

¡Mirá, Marcelo y Martín van colgados de atrás! ¡Qué maleducados esos chicos!, no tienen ni idea del peligro. ¿Mirá si se voltea el carrito y nos quedamos sin helado? ¡Mmmmm! ¡Qué rico olor a frutilla! Rafael Vadillo es bueno, y flaco, y tiene bigotes…y no habla mucho. Siempre usa camisas limpias y frescas y gorro de heladero.

Rafael está rodeado de bandidos que lo toman por asalto, se trepan a las barandas y quieren comerse el helado que hay en las latas. Tenemos que defenderlo. Dios los va a castigar por angurrientos. Se les va a enfriar la panza tanto tanto que les crecerá un sapo adentro, ya van a ver. Los chicos se empujan y gritan:

¡“Yo quiero uno de chocolate y crema americana!” “¡Para mí de ananá y limón!” Yo no digo nada y me voy quedando atrás. Me da mucha vergüenza hablar con las personas grandes. El heladero me pregunta: “¿Para vos de frutilla sola como siempre…?” “Sï”, le respondo, y abro la mano donde tengo la moneda.

Todos los chicos queremos a Rafael, porque nos llena los vasitos hasta que parecen montañas que casi casi tocan el cielo. Si tenés otra moneda podés comprarte un helado de obleas, que es como un sándwich de helado. Después te comés las obleas; bueno, los vasitos también se comen.

Yo al principio tenía miedo porque mi hermano me dijo que los chicles y los vasitos de helado, si te los tragás, se te pegan en la panza y te morís. Pero Liliana me dijo que eran mentiras, y comimos, y era requeterrico. Vení, vamos a sentarnos abajo del sauce grande.

Es lindo estar ahí. Hay olor a lavanda y madreselva. Dame la mano. Pensá un deseo. Yo también ¿dale…? Ojalá esto dure para siempre. ……………………………………………………………………………………………

Los años pasaron. Rafael Vadillo fue también fotógrafo de profesión. Pensándolo bien, los helados se parecen a las fotografías, porque poseen la virtud de hacer eterno un instante sublime.

Ejerció otros oficios y con ninguno de ellos se enriqueció. Pero tuvo la suerte de brindar cosas que se pueden guardar: una fotografía de infancia, una sonrisa cómplice, un helado de frutilla…

Hoy se ha ido de este mundo, pero no del afecto de quienes le conocimos. Igual que aquellos calesiteros que nunca olvidamos porque nos dejaban sacar la sortija.

Como esas dulces tardes de verano cuando un carrito avanzaba rodando calle abajo, y la corneta, mágica propuesta de frescura, nos llamaba, y corríamos como persiguiendo el tiempo que sin saberlo, se nos escapaba de las manos.

Fin
 
Sol y Frutilla. Literatura infantil y juvenil, cuentos que no pasan de moda. Lecturas para niños de primaria. Historias para aprender leyendo.

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