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Los amigos no se compran

Los amigos no se compran

Los amigos no se compran. Ana Delia Mejía, escritora y educadora peruana. Cuentos infantiles con valores.

– ¿Ahora sí tendremos un perro? Papá y mamá se miraron sorprendidos.

Yo continué:

– Ustedes decían que no podíamos tener una mascota porque nuestro departamento era muy chico y además al casero no le gustaba la idea, pero ahora ya vivimos en una casa grande y no tenemos casero, así que…

– ¡Sí, un perritoooo! –interrumpió mi hermano.

– Bueno, eso lo hablaremos mañana, ahora vamos todos a descansar que ha sido un día muy largo. -argumentó papá.

Al día siguiente, durante el desayuno, insistí…

– Entonces, ¿podemos tener al perro?

– Mira, Sebastián, tener un perro no es un juego. Hay que cuidarlos, llevarlos a pasear, darles de comer a sus horas, bañarlos, limpiar los desastres y la suciedad que ocasionan. ¿Tú lo harás? –inquirió mamá.

– Sí -respondí.

– ¡Yo también cuido al perrito! -metió su cuchara Rodrigo, como siempre. Y qué bueno que lo hizo, porque su vocecita emocionada hizo reír a mis papás. Acto seguido, cuchichearon un rato entre ellos. Rodrigo y yo, por más que intentamos, no pudimos oír.

Al fin, mamá volteó y me dio la buena nueva:

– Está bien, tendremos un perro. Saltábamos y dábamos gritos de alegría mi hermanito y yo hasta que nos hicieron callar acusándonos de escandalosos.

Ese fin de semana fui con mamá a Jirón de la Unión, pues le habían dicho que ahí vendían cachorros. Efectivamente, encontramos a un señor que sostenía y mostraba un perrito orejón a todos los transeúntes.

Mamá me preguntó:

– ¿Te gusta?

– Sí-respondí.

– ¿Cuánto cuesta este?, interrogó mamá al vendedor.

– Cien soles, señora, es de raza –aclaró.

– Tiene pinta de enfermo. –observó mamá, mientras lo acariciaba.

– Si este no le gusta, le puedo enseñar otros. Venga, la tienda está cerquita.

Lo seguimos. Nos guió tres cuadras, hasta un callejón que estaba lleno de animales en jaulas: había iguanas, pajaritos, tortugas, gatos, perros; todos amontonados, sin espacio para moverse, se veían tristes. Eso ya no me estaba gustando.

Llegamos a una especie de cochera, era un lugar sucio. En el suelo, había un perro grande igualito al que tenía ese señor en las manos y, sobre él, cinco perritos bebés.

– Esta es la mamá-señaló el hombre.

Era una lástima verla, estaba muy flaca. Los cachorros se le prendían de las ubres para mamar y ella permanecía inmóvil, con cara de resignación.

– Pero ese animal está en los huesos. Parece que no le dieran de comer. Está dando de lactar, así que debería alimentarla bien–se indignó mamá.

– No, señora; sí le damos, tampoco mucho porque entonces perderíamos plata en vez de ganar.Pero no se preocupe, ella es la que ha parido a estos perritos que a su hijo le gustan, la usamos para eso, ha parido ya como ocho camadas, es muy fuerte.

– Es decir que la usan como una máquina de hacer cachorros, qué horror. Usted sabe bien que parir tanto terminará matándola –protestó mamá.

– Qué se va a hacer, así es el negocio. Mire, si no va a comprar un cachorro mejor no me haga perder el tiempo –refunfuñó el sujeto.

– De ningún modo voy a colaborar con esta crueldad. – gritó mamá muy molesta. Me cogió de la mano y salimos a toda prisa.

Ya en la calle, nos topamos con unos jóvenes que estaban repartiendo volantes. Le dieron uno. Ella lo leyó y luego me lo mostró, decía:

LOS AMIGOS NO SE COMPRAN. ADOPTA UN PERRO ABANDONADO. NO COLABORES CON EL MALTRATO Y LA EXPLOTACIÓN.

Mamá me miró con tristeza:

– Es verdad, pobres animales. – expresó.

Entonces, dirigiéndose a la muchacha que le había entregado el papel interrogó:

– Señorita, ¿dónde puedo adoptar un perro?

– Aquí en la parte inferior del volante hay direcciones de albergues que rescatan perros de la calle. Si quiere también puede buscar por Facebook.

– Gracias. Definitivamente vamos a adoptar uno.

– Me alegro mucho. Hay tantos que necesitan hogar. Los albergues están repletos.

– Es la primera vez que oigo de esos albergues –confesó mamá.

– Bueno, no se conocen mucho porque la mayoría de personas prefiere comprar que adoptar. ¿No le parece absurdo? ¡Como si los animalitos fueran cosas! Y lo hacen solo para presumir de que tienen un perro “fino”.

– Sí, ahora sé que no es justo discriminarlos porque no son “de raza pura”. Todos merecen un hogar.

– Además, comprándolo no le está haciendo ningún favor al perrito, al contrario, mientras haya gente que los compre los seguirán vendiendo y maltratando, no sólo a ellos sino también a sus madres.

– Casi cometo ese error. Gracias por la información.

La muchacha sonrió y continúo con su tarea de repartir volantes a los transeúntes. Mamá, entonces, se dirigió hacia mí y me preguntó:

– Hey, Sebastián, ¿vamos a rescatar un perro?

– Sííii, contesté feliz.

Esa misma tarde lo trajimos. Se llama Cholito y tiene aproximadamente 7 años. Es chusco, como buen peruano, bromea mi papá y tiene razón, porque, al fin y al cabo, todos somos resultado de la mezcla de razas y eso no nos hace peores, al contrario, asegura mamá. Cholito cojea un poco de su pata delantera derecha.

El veterinario dice que eso ya no tiene arreglo, pero que no le duele. En realidad, su cojera y su avanzada edad fueron los detalles que hicieron que lo escogiera a él. Me dio mucha pena pensar que nadie lo iba a adoptar por eso y que moriría sin tener un dueño que lo quiera.

La señora del albergue (la que los rescata de la calle) me contó que el anterior dueño de Cholito lo abandonó cuando se puso viejito, pero yo jamás lo haré.

Él es mi amigo y a los amigos no se les abandona… tampoco se les compra.

Fin

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