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Cuento sugerido para jóvenes y adultos.

Una mañana Dios sellú la creación al hacer la compañía idónea del hombre y dotó a ella de todas sus finísimas partes. Pero la guerra no tardó en figurar.

Poco a poco las partes empezaron a exhibirse; los brazos no lucían prendas que los cubrieran, los pechos iban por ahí totalmente desnudos, las espaldas resistían a duras penas los embates del frío.

De pronto las piernas también querían ser protagonistas: los shorts, las minifaldas y los hilos dentales contribuyeron para que su cuerpo se exhibiera. Hasta las camisas cortas ayudaron para que el ombligo también quedara expuesto. Nada deseaba estar oculto.

Llegó un día en que el pensante cerebro cansado de tanta superficialidad pidió la palabra para expresar su punto de vista y dijo lo siguiente:

–Mírenme, me encuentro muy cubierto y no por eso he dejado de ser admirado, valorado y respetado. Deberían estar avergonzados, pues el altísimo no nos hizo con esa finalidad, porque la verdadera belleza no se consigue al exhibirse o mostrarse, la verdadera luz de la que Dios nos ha hablado, no llegará a nosotras por andar casi desnudos, esto sólo logrará que seamos vistas nada más como objetos y hará que perdamos nuestra verdadera esencia, que es reflejada únicamente cuando nuestro espíritu está en continúa comunicación con él. Sólo quien fortalece su interior lo entenderá, porque somos un todo compuesto no solo de carne.

Y otro día, otra preciosa obra caminaba por allí casi desnuda, y fue observada de tal manera que parecía que los ojos de los hombres casi que brotaban de sus orbitas.

Entonces las partes en discusión comprendieron la importancia que tiene nuestro vestir, si este es decoroso nos observaran con respeto. También entendieron que si nos queremos y respetamos a nosotros mismos, otros lo harán de una manera sincera y limpia, porque finalmente no somos objetos: podemos pensar, soñar, reír, llorar, disfrutar, aprender, amar.

Somos una poderosa razón para ser el sello de la creación.

Fin

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