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Jejo. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos para padres. Historias de madres e hijos.

Nunca le habían molestado las mudanzas. Por el contrario, el cambio le generaba una adrenalina que se transformaba en energía que daba la bienvenida a lo nuevo que le estaba esperando.

Sin embargo, esta vez no era igual. Sus hijos se habían ido a vivir solos y la casa tenía un tamaño que ya no se justificaba. “Debemos achicarnos” había dicho su esposo y a Susana esa frase le achicó el corazón. Cuando no se tiene el espacio suficiente para vivir cómodamente es molesto, pero cuando el espacio sobra duele y mucho.

En la casa de Susana sobraba espacio y en su corazón sobraban recuerdos. Había embalado casi la totalidad de las cosas, cuando le tocó el turno al cuartito del fondo. Ese cuartito había albergado desde el primer día, todo aquello que no se usaba demasiado, pero que tampoco molestaba conservar.

Bajó una caja, dos, tres y allí lo encontró. Al abrir la tapa de la caja llena de polvo, un conejo de peluche algo desgastado pareció alegrarse al ser despertado de un largo letargo. Susana le sonrió, lo acarició y lo abrazó contra su pecho con una nostalgia que por un momento, se pareció demasiado a la angustia.

“Jejo” así se llamaba el muñeco, había sido el primer peluche de su hijo mayor. Se lo habían regalado cuando Ramiro aún no había nacido. Cuando lo recibió, colocó al muñeco en ese momento reluciente y sedoso, en el moisés del hijo que estaba por llegar y cuando éste nació se volvieron inseparables.

En una adorable media lengua, Ramiro había llamado Jejo a su conejo y lo adoptó como su gran compañero de ruta. Susana siempre pensó que los peluches tenían algo de ángel de la guarda. Su sola compañía garantizaba el sueño tranquilo de su hijo, una sonrisa, el consuelo de un llanto y hasta terminar un plato de puré tibio si “Jejo se lo pedía”.

Ramiro abrazaba a Jejo todas las noches, lo sentaba a su mesa y conversaba con él. No había vacación o viaje que Jejo no compartiera y cuando Ramiro comenzó la primaria, Jejo supo lo que era un campamento escolar. Parecían inseparables y en realidad lo eran, hasta que intervino el tiempo y Ramiro creció.

Y hubo un día en que Susana sintió que Jejo desentonaba ya apoyado en la cama de su hijo y hubo un día en que Ramiro comenzó a no necesitar la compañía de su muñeco, ni para dormir, ni para ninguna otra cosa. Y entonces, una Susana más joven y un Ramiro no tan grande, colocaron con dulzura a un Jejo ya algo deteriorado en una bolsa y esa bolsa en una caja.

Ambos subieron la caja al estante del cuartito del fondo, entendiendo que no podían, ni querían regalar a ese peluche tan preciado, pero que –cuando de crecer se trata- hay que dejar más de una cosa atrás.

Los años pasaron y con ellos se llevaron dibujitos animados, juguetes desparramados por el piso, guardapolvos de colegio y a Jejo por supuesto.

Y como el tiempo no se detiene, también se llevó a los hijos de Susana por caminos en los que ella ya no podía, ni debía conducirlos de su mano. La casa había quedado grande y el tiempo paradójicamente en su cuenta regresiva, quedaba grande también.

Abrió los ojos y se dio cuenta que estaba apretando a Jejo ya demasiado (seguramente al muñeco no le molestaba, por el contrario). Lo separó de su pecho, como si así los recuerdos se fuesen más lejos también.

Se dio vuelta y lo vio. Un Ramiro alto, joven la miraba con una ternura propia de quien entiende sólo con ver, aquello que está sintiendo el otro.

– ¡Jejo! ¡No puedo creer! ¿Qué harás con él mamá?

Susana se quedó pensando ¿Debía decirle a su hijo que se llevase al muñeco? En su caso ¿El hombre que su hijo era ahora querría llevarse un pedazo de infancia? ¿Para quién era importante ese peluche repleto de historia y de significado? Ramiro esperaba una respuesta porque el destino de Jejo ya no estaba en sus manos.

– Mamá ¿Qué vas a hacer con Jejo? Susana pensó otra vez ¿Valía la pena aferrarse con tristeza al pasado? Retener a Jejo no volvería a la infancia a sus hijos, deshacerse de él tampoco era una alternativa para ella.

Susana tomó una decisión. Como tantas otras veces tuvo que hacer, se rearmó, se compuso, pensó que siempre puede venir algo mejor y sonriendo le contestó:

-Lo voy a lavar hijo, Jejo necesita un buen baño, tiene que estar preparado para hacer feliz a un nieto.

Fin
©Copyright Liana Castello 2012
Todos los derechos reservados

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