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Cuentos cortos

El muchacho héroe

Hay un país llamado Holanda, habitado por gente trabajadora y buena.

Una gran parte de sus tierras son de tal modo bajas, que las inundaría el mar si no tuvieran alrededor de la costa unas paredes que impiden el paso de las olas. Si esas murallas se rompen o se caen, el agua del mar se mete por las casas, ahogando a las gentes y causando además mucho daño.

Ya se comprenderá con cuánta atención cuidarán aquellas gentes los muros que defienden sus vidas y sus propiedades. A esos muros o paredes se les da el nombre de «diques».

Cuentan que un muchacho holandés, llamado Pedro, jugaba una tarde en el pequeño jardín de la casa que habitaba, cuando su madre le llamó.

–Ven, Pedro–le dijo.–Lleva a tu abuela esos quesos que hice para ella. No te detengas en ninguna parte, para que estés de vuelta antes que tu padre venga a comer, desde el molino en donde trabaja.

Cogió Pedro la cesta de los quesos y se fué. No se detuvo en parte alguna, y en cuanto entregó la cesta a su abuela querida, emprendió su viaje de regreso.

Caminaba por la orilla del dique que protegía al vecindario próximo, y recordaba lo que su padre le había dicho varias veces acerca de los sacrificios que había costado el construirlo, del importante servicio que el dique hacía, y de las desgracias que causaría el mar si aquella obra se destruyera.

Había anochecido ya, y le faltaba a Pedro cerca de una milla para llegar a su casa, cuando sintió un ruido sordo que le hizo latir aceleradamente el corazón.

Era un chorro de agua que salía con violencia del dique. Pedro conoció el peligro, calculó que el agua comprimida agrandaría bien pronto el agujero que había logrado abrir, que podía inundarse el vecindario antes de que los hombres pudiesen enterarse de la desgracia y acudiesen a evitarla.

¿Qué hacer para evitar aquella catástrofe? Pedro corrió al instante al sitio donde brotaba el agua, y metió una de sus manos en el agujero del dique. No era bastante una mano para taparlo por completo, y metió las dos.

Gritó entonces con todas sus fuerzas para que acudiese la gente; pero nadie le oyó. Cuando se cansó de gritar y guardó silencio, notó que no salía apenas agua por el agujero. La carne de las dos manos, acomodándose a la forma de la abertura en el muro, lo había tapado casi por completo.

Llamó varias veces después; pero nadie contestó. Sentía que las manos se le iban helando con el frío del agua y de la noche; pero no las movió, pensando en la desgracia que ocurriría a sus padres y a sus vecinos.

A la mañana siguiente le encontraron al pié del dique, pálido y sin conocimiento, pero con las manos heroicamente metidas en el agujero, detrás del cual rugía el mar como una fiera contrariada.

Su padre le abrazó, le frotó y le hizo volver en sí, mientras otros vecinos suyos tapaban fuertemente la abertura del dique.

Después todos rodearon al muchacho héroe y lo llevaron en triunfo alabando su noble acción y proclamándole el salvador del vecindario.

Fin.

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