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Cortina de humo. David Gómez Salas, escritor mexicano. Cuento para padres.

piscinas

Les voy a contar exactamente los hechos. Lo haré de manera precisa pues soy testigo ocular.

Para no hacerla de emoción, empezaré el relato. Incluye a dos mujeres y un hombre que “se hizo pato”

Recuerdo que en una ocasión, afuera de una alberca, estaba.

Y llamó mi atención la familia que llegaba.

Era un señor tranquilo, como cuarenta años, calculo.

Caminaba muy seguro y usaba lentes oscuros.

La esposa era más joven, jugaba con agilidad. Imagino que deportista era, corría con velocidad.

Su hija, una linda niña, más o menos de cinco años, a su mamá sonreía y daba brincos de alegría.

La señora muy segura a la alberca se tiró, unos cuantos metros nadó y a la orilla regresó. Cuando flotaba en el agua, en el muro se apoyaba.

Y para compartir su gozo a nadar, invitó a su esposo

Como el esposo no se animó, llamó a su tierna hija. Y le dijo algo al oído, que a la niña le encantó. Papá, dijo la niña: voy a meterme a la alberca, sobre mi mamá montaré, así también yo nadaré.

El esposo, fuera del agua a la señora preguntó: ¿Estás segura, mi amor? ¿No sientes algún temor? Ella respondió: La meta es la escalera, hacia ella nadaremos, con solo tres brazadas la meta, alcanzaremos.

Él agregó temeroso: ¿Podrás nadar con su peso? Yo lo veo peligroso. La señora se había propuesto nadar con la niña en la espalda, le parecía divertido y dijo con alegría:

Ayuda a tu hija, querido. Para que suba a mi espalda.

La señora creyó estar lista, cuando su niña querida, quedó a ella adherida. Estaba la niña bien montada. A su madre, del cuello abrazaba, prácticamente la ahorcaba.

Y para estar más segura, la cintura de su madre con las piernas, apretaba.

Cuatro metros nadaremos. Será fácil, es poca cosa, rápido los cruzaremos, pensó la señora graciosa. El papá dio la señal. En sus marcas, listos, ¡fuera!

La señora empezó a nadar, a mostrar lo fuerte que era. Alegre la señora nadó, pero no pudo con el peso. Solo un metro avanzó y con la hija se hundió.

Observé que al esposo las rodillas le temblaron. No se arrojó al agua, sus piernas se rebelaron. Permaneció fuera de la alberca. Imagino que esperaba, que su esposa, con su esfuerzo, ella misma se salvara.

Yo tenía visor y aletas, así que al agua me tiré. En el sitio que se hundieron rápido al fondo llegué; y de inmediato observé: Que la mamá estaba dispuesta a realizar un acto de heroísmo, ascender con la hija a cuestas ó ahogarse con ella, ahí mismo.

Qué grande es el amor maternal, no hay amor que más valga. Pues esta mamá angelical, a pesar del gran peligro, mantuvo a la niña en su espalda.

Tomé a la hija, primero y la lancé a la escalera, después tomé a la mamá y también la aventé a la escalera. Llegaron a la meta, de esta ruda manera.

Salí a la superficie del agua y observé algo muy curioso: el señor flaco miedoso (Me refiero al esposo) ahora, estaba furioso

Para ocultar su cobardía, gritó mil groserías.

A su esposa acusaba. Por culpa de ella, decía: su hija casi se ahogaba.

Fue lógica esta reacción, por una simple razón, lo que realmente él quería, era que ella no recordara que cuando casi se ahogaban, él de miedo, se moría.

Fin

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