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Dagoberto y las preguntas

Cuento infantil sobre los valores y la soledad sugerido para niños a partir de diez años.

Dagoberto y su gato Rigoberto estaban cómodamente sentados en el banco de una plaza. Les gustaba dialogar y escucharse uno al otro. Siempre lo hacían. Los amigos hablaban de diferentes temas, desde los más importantes, hasta aquellos que –en apariencia-eran de poca importancia.

Podían hablar del tiempo, como de aquellos que sufrían mal de amores, de las ganas que tenían de comer chocolate o de cómo crecían las flores y así un sinfín de temas.

Ese día, Dagoberto estaba un poco triste. Rigoberto lo había notado porque eran muy amigos y se conocían muy bien.

-¿Qué es lo que te tiene tan apenado?-preguntó el gato.

-Algunos habitantes del pueblo, amigo, son ellos los que me apenan-contestó Dagoberto.

-¿Qué les ha ocurrido?-preguntó la mascota preocupada.

-Nada en particular, o mejor dicho, mucho ¿Has notado que la gente muchas veces no se comunica? ¿Has visto que hay mucha gente que está sola aunque tenga otras personas a su lado?

-Si lo he notado, tienes razón. Debemos hacer algo-contestó Rigoberto.

-En eso justamente estaba pensando y creo que sé qué haremos-Dijo entusiasmado Dagoberto.
Intrigado, el gato preguntó:

-¿Iremos a darles conversación? ¿Les cantaremos? ¿Los llevaremos a pasear? ¿Les leeremos un libro?

Dagoberto decía que no con su cabeza y el gato comenzó a intrigarse.

-Les haremos preguntas-contestó su amigo.

-¿Preguntas?-Repitió confundido el gato.

-Si mi fiel amigo les haremos preguntas-contestó Dagoberto.

Rigoberto no entendía en qué podía ayudar a quienes se sentían solos que otra persona le hiciera un montón de preguntas.

-¿Te has puesto a pensar cuántas cosas serían mejor si la gente preguntase más a los seres que tienen cerca?-preguntó Dagoberto y sin esperar que su gato le respondiese, prosiguió: Piensa en cómo te sientes cuando por la mañana alguien te pregunta cómo has dormido y cómo has amanecido.

La pregunta ¿cómo te sientes? Es más que bella, pues le estás diciendo al otro que exprese cómo y qué siente. Ciertas preguntas implican una verdadera preocupación por el otro.

El gato seguía mirando a su amigo y escuchando atentamente:

-Te daré más ejemplos-continuó entusiasmado Dagoberto- cierra los ojos y escucha con el corazón, pues con el corazón te preguntaré: ¿Tienes hambre? ¿Eres feliz? ¿Te sientes solo? ¿Quieres un abrigo? ¿Puedo ayudarte? ¿Qué necesitas? ¿Has descansado? ¿Cómo estás de salud? ¿Quieres que te escuche? ¿Tienes algo que contarme?

Rigoberto comenzaba a entender perfectamente de qué estaba hablando su amigo.

-No me refiero a preguntar ¿qué hora es? O ¿cuándo lloverá? Sino preguntar con el corazón, interesarse realmente por el otro. Preguntar queriendo escuchar la respuesta a nuestra pregunta, interesándonos por lo que el otro tenga para contarnos ¿entiendes amigo?

-Si claro, claro que entiendo-respondió el gato.

-Vamos entonces, tenemos muchas preguntas para hacer-propuso Dagoberto.

Y así los amigos dejaron el banco de plaza y fueron a ver a las personas que tanto les preocupaban.

Cada historia era distinta, cada persona y situación diferente y por eso no todos necesitaban que se les preguntase lo mismo, pero todos y cada uno agradecía emocionado la preocupación que los amigos demostraron por ellos.

Para algunos abuelitos las preguntas fueron cómo estaban de salud o si necesitaban ayuda, para otros las preguntas fueron si tenían hambre o sed o qué necesitaban y fuera cual fuera la respuesta a esas tantas preguntas, los amigos dieron una respuesta. Dagoberto parecía saber exactamente qué preguntarle a cada uno, como si su buen corazón adivinase la necesidad de cada habitante del pueblo.

El pequeño y a la vez inmenso gesto de los amigos se contagió en el reino y cada vez más se escuchaban preguntas que salían del alma y respuestas que nacían del corazón.

La gente se sintió menos sola, Dagoberto y Rigoberto se sentían felices. Aún así no dejaron de preguntarse nunca qué podían hacer uno por el otro y qué podían hacer por los demás.

Fin

Todos los derechos reservados por Liana Castello.

Cuento infantil sobre los valores y la soledad sugerido para niños a partir de diez años.

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