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La bella durmiente de las Marianas

Por María Alicia Esain. Cuentos cortos para niños

La bella durmiente de las marianas es una versión del clásico cuento de «La Bella Durmiente del Bosque«, pero en este caso, de la escritora María Alicia Esain. Sugerido para niños de todas las edades.

La bella durmiente de las Marianas

La bella durmiente de las Marianas. Alicia Esaín, escritora argentina. Versión libre del cuento clásico La bella durmiente.

Hace mucho, mucho tiempo, vivían en Las Marianas un rey y una reina. Habían llegado hasta allí por la fama de sus deliciosas tortas negras y éstas les habían gustado tanto, que eligieron quedarse a vivir a la entrada del pueblito, muy cerca de una vieja y altísima palmera.

A poco de haberse instalado, les nació una lindísima nena. Decidieron bautizarla y hacer una gran fiesta, a la que invitaron a todas las hadas de los pueblos vecinos. También a los duendes, que mandaron como padrino al duende bibliotecario de Santa Teresita. Las hadas de Moll, Almeyra, Sol de Mayo y la Blanqueada fueron las madrinas.

La fiesta resultó magnífica, mucho para comer y beber, buena música, la princesita no lloró ni una vez…ni siquiera cuando los duendes payadores se pusieron a guitarrear muy contentos y un poquito borrachos.

En lo mejor, apareció un sulky con capota, todo negro, tirado por un caballo negro también. De él se bajó, furiosa, Navarrina, toda vestida de negro. Ella era un hada a la que los reyes habían olvidado invitar y ahora llegaba llena de enojo, hecha una verdadera bruja.

-“¿Así que no me invitaron al bautismo, eh? ¡No me importa, total esta princesa sólo vivirá hasta que cumpla los quince! Yo le echo mi maldición: ella se pinchará un dedo el día de su cumpleaños y morirá”- dijo Navarrina empuñando un rebenque en lugar de varita mágica, mientras se bajaba del sulky y espantaba las gallinas sueltas del patio.”

Mientras la reina comenzaba a llorar sin consuelo y la princesita también, como si tuviera dolor de panza, Navarrina se subió nuevamente al sulky negro con capota y se perdió por la calle ancha, como quien se va para el Pescado Grande… Inmediatamente las otras hadas salieron quebrar el conjuro. Era imposible hacerlo totalmente, porque la ofendida era muy poderosa. Por lo menos, lograron que en lugar de morir, la niña sólo se durmiera y con ella, sus padres y todos los que los rodeaban como vecinos cariñosos.

Pasaron los años, los reyes cuidaban a su hija como si fuese una joya, como un objeto de cristal o porcelana…¡Era tan buena y hermosa!¡Tenían tanto miedo! Navarrina y su maldición eran una pesadilla que cada día y cada noche tenían presente. Un verano de muchísimo calor el rey decidió ir a pasar unos días a la estancia “El Placer”, donde había una casa antigua y fresca y muy buena sombra. Se aproximaba el cumpleaños número quince de su hija y creía que allí la podría cuidar mejor…Además, ya había como cincuenta paisanitos de bombacha bataraza y boina de vasco que iban a Las Marianas ver si podían arrimárseles a la princesita. La fama de su belleza era conocida en toda la zona…¡

El padre de la chica estaba hecho un guardabosques de aquéllos! Así que una mañana sacó la americana, ató los caballos y levantando nubes de tierra como fino talco, se fue para la citada estancia, donde se instaló la familia con el personal del palacio. Allí nadie los molestaría, porque además, el monarca había pagado todos sus impuestos y aportes. Las vacaciones comenzaron… Una siesta sofocante, la chica estaba aburridísima. Ya había escuchado todos sus discos compactos, se había pintado las uñas, había tomado sol, hasta se había leído en el semanario el reportaje a un político…¡No daba más!

Entonces se le ocurrió ir a explorar un poco al altillo de la casa. Le parecía un lugar misterioso e interesante, aunque bastante caluroso, eso sí. De todos modos. Cualquier cosa era buena en esa tarde en que hasta las lagartijas se habían escondido…Al día siguiente cumpliría quince años y esa travesuras deberían quedar atrás. Subió, abrió la puerta y entró…¡Estaba lleno de cosas viejas: un sillón con dos patas menos, una foto de Sandro, tres minifaldas de los tiempos de Los Beatles, un facón como el Juan Moreira, tres sombreros ridículos y una caña de pescar. Ésta le atrajo su atención, porque tenía un anzuelo muy particular.

En realidad, el anzuelo era bastante común, pero como la princesa nunca había estado en contacto con algo que pinchara, el instrumento de pesca le pareció extrañísimo. Sus padres tenían tanto miedo de que se cumpliera la maldición de Navarrina, que escondían de la vista de la chica tijeras, cuchillos, agujas y alfileres. La reina había dejado el crochet, el tejido a dos agujas y hasta el bordado en punto cruz…Además, para qué perder tiempo en esas labores antiguas, si era más divertido tocar la guitarra o ir a la tienda del turco.

De repente, cantó la chicharra en el monte cercano y la jovencita se sobresaltó. Tenía miedo de que sus padres se enteraran de que andaba revolviendo en el altillo a esa hora en que todos le escapan al sol del verano. Con el sobresalto, el anzuelo hizo ¡ZUUUUUUUUUMM! y se le clavó en un dedo. Al instante, ella cayó en un profundísimo sueño, y con ella, todos los seres vivos que había en la casa, hasta las hormigas y algunas arañas…otras siguieron tejiendo y tejiendo, porque no creían en hechizos ni brujas.

Pasaron los años. Un montón. Como cien. Las enredaderas y las ramas de los árboles habían urdido un manto verde que todo lo cubría. Las telarañas lucían sus grises encajes y sólo se escuchaba el sueño profundo y tranquilo de los animales y las personas de la estancia…

Una mañana de invierno a un príncipe que andaba haciendo turismo rural, se le pinchó una cubierta de su 4×4. Se bajó a buscar ayuda en la estancia “El Placer”, justito fue ahí el percance. Le extrañó muchísimo que durmieran los perros, que también lo hiciera un gato barcino que había en la puerta de la casa y que estuvieran durmiendo asimismo las gallinas, los pollitos y hasta los pavos, los horneros y las torcacitas. Estaban roncando los peones, el capataz, la cocinera…

“¡Qué cosa tan rara!”-pensó el príncipe y por las dudas peló el cuchillo que llevaba en la cintura. (No lo tenía para matar a nadie, sólo para cortar chinchulines en los asados). Con el pecho inflado de coraje y pinta de patovica se metió en las habitaciones y empezó a recorrerlas.

¡Qué sorpresa se llevó! En una cama enorme con una corona dorada en el respaldo estaban los reyes. En el dormitorio de al lado , en un lecho con una coronita de perlas arriba, dormía plácidamente la chica más linda que él hubiera visto jamás…y eso que él conocía a todas las chicas lindas de Las Marianas, Buenos Aires y Nueva York. Guardó el cuchillo, miró para ambos lados y no vio a nadie…

Entonces, ¡CHUICK!, le dio un besote a la princesita que sonó en el silencio como una campanada. Al instante todo cobró vida: gritaba la cocinera, mugían las vacas, los peones se peleaban por Boca o River, los reyes bostezaban y todas las aves del lugar se hacían oír a coro, acompañadas por los ladridos de los perros y los maullidos del gato, que quería su leche con urgencia.

¿Y la princesita? Ella se arreglaba el pelo…¡Estaba en camisón y sin depilarse delante de un muchacho! Mientras buscaba un espejo con la vista, el príncipe la miraba embobado. Simultáneamente sacaba un papelito y una lapicera del bolsillo de su camisa, diciendo:

-“¿Me firmás un autógrafo?¿Salimos a cenar esta noche?¿Te querés casar conmigo?¡Porfi, porfi!¡Te canto una serenata!”-Ahí nomás, para convencerla, entonó:

«Tú tienes una carita deliciosa y tienes una figura sin igual.

Tú tienes una sonrisa contagiosa, Pero tu pelo…

¡Es un desastre universal! ¡

Ah,jaja, jajaja, jajá!¡Despeinada, twist, twist! ¡Despeinada, twist, twist!»

-“Y, dale”- le contestó la chica porque vio que el príncipe estaba re-fuerte y cantaba muy bien.

Sus padres miraban la escena encantados ¡La maldición de Navarrina había terminado! Se pusieron entonces a organizar el casamiento. No se olvidaron de contratar a los músicos para que animaran la fiesta y mucho menos de incluir en la lista de invitados a todos los seres mágicos sin olvidarse ninguno ¡No era cuestión de dormir otros cien años más! Así terminó el cuento, un día de mañana de la Bella Durmiente de Las Marianas.

Fin

La bella durmiente de las marianas es un cuento de la escritora María Alicia Esain © Todos los derechos reservados.

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