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Hasta para ser rico… hay que tener clase

Por María Mercedes Martínez Rubio. Cuentos cortos con valores

Hasta para ser rico… hay que tener clase es un breve pero duro cuento con valores de María Mercedes Martínez Rubio “Morimó”, escritora española. Relatos de la vida cotidiana.

Hasta para ser rico… hay que tener clase

Hasta para ser rico… hay que tener clase

El día de noche buena, 24 de diciembre de 2012, me fui al mercado de Sta. Catalina, quería terminar de comprar unas cosillas que me hacían falta para esa noche, y celebrarlo con mi familia.

En dicho mercado ubicado en Palma capital, hay un puesto donde venden todo tipo de delicatesen para los buenos paladares, donde el comprar te dan un espléndido sablazo para el bolsillo (jamón, quesos, pates, y otras exquisiteces por el estilo). Pero como era una noche especial hice un extra, rascándome el monedero para mis seres más queridos.

Me fui a dicho puesto y esperé paciente hasta que me tocó mi turno, pregunte a la dependienta que cuantos tipos de jamón tenían y de qué precios.

La joven muy cortés me contestó, que de jamón tenían uno de: 90 euros el kg otro de 120, y por último el más caro de 160. Así que dejé encargado 300 gr del que valía 90 euros, pues me confirmó que era muy bueno, y volviera al cabo de una hora, ya que tenían que cortarlo a mano y había varios pedidos antes que el mío.

Así me fui e hice tiempo con varias compras que aún faltaban. Cuando acabé me dirigí otra vez hacia el puesto, colocándome a un lado para no molestar, a la par que distraída me despachaban, miraba a las personas que se acercaban al puesto.

Poco a poco varios clientes fueron haciendo lo mismo que yo, entre tanto apareció una señora que ya desde lejos daba en cante por ser muy friki, o mejor dicho muy hortera.

Intrigada puse toda mi atención en ella, llevaba el pelo cardado con mechas malvas, al estilo de un peinado de león cantoso, vestida toda de negro con abrigo tres cuartos de una tela satinada, recargada de lentejuelas brillantes ornamentando los bordes del abrigo.

Las mangas me llamaron lo que más mi curiosidad, no eran corrientes, de las que llegan hasta la muñeca, les faltaban unos 20 centímetros para alcanzar las manos como las prendas normales.

La razón consistía poder presumir de un gran reloj rimbombante de oro, repleto de muchos brillantes. Así mismo e igualmente, llevaba varias pulseras de oro cuajadas de piedras espectaculares. Estas destellaban con gran relumbrón, al recibir la luz de los puestos colindantes.

Las manos estaban atiborradas de sortijas en cada dedo, exageradamente pomposas, enormes, cuajadas de igual modo con cristales valiosos y de muchos quilates.

Toda la señora era de lo más chabacano y burda que os podáis imaginar, su fin era por y para captar la atención de los allí presentes. Osease todita un cuadro de mal gusto, o semáforo naranja en constante intermitencia. Su único afán… demostrar lo ricachona que era, eso que llamo yo los nuevos burros ricos, carentes de todo… menos de pasta gansa=dinero.

Cuando llegó al puesto la dependienta le saludó haciéndole mucho la pelotilla (imaginé que debía ser de las grandes clientas, a las que hay que dar mucha vaselina=complacer). Y del mismo modo que yo pregunté por los precios del genero jamonil, ella hizo lo oportuno.

Cuando la dependienta le aclaró las dudas, la señora le hizo un encargo de 1 kg, elevando su voz para que oyéramos todos. Soltando a continuación… ¡¡ay hija!! Dame solo el que cuesta 160 euros, porque los demás ¡¡ME DAN MUCHO ARDOR!!

Ardor… ardor… ardor consideré crispada, al escuchar aquella petulante pedantería o farde tan irritante, y al instante reflexioné ¡¡con la de pobres que no tienen que llevarse a la boca!! Qué asco de señora palurda nueva rica, más cursi que un repollo en domingo y con lazo, presumiendo aquí sin decoro, recato, o clemencia. Pero lo peor sin conciencia, y mucho más en estos tiempos de crisis, o hambre para muchas desatendidas familias. ¡¡Que lastima de guita=dinero, de gente sin escrúpulos, y sin caridad humana!!

Asqueada, o a punto de montar el pollo, me fui de allí, pues mi cólera era tanta, que hasta me arrepentí de haber comprado los 300 gr de aquel jamón de 90 euros el kg. Porque a la que si le iba a dar mucho ardor era a mí, con solo pensar en aquella interfecta señora de poca monta, con delirios de grandeza. ¡¡Oh DIOS!! ¿Cómo pueden existir este tipo de seres por el mundo, desalmados, egoístas e inhumanos?

Al salir por la puerta del mercado cerca del puesto de las delicatesen, vi una pobre mujer pidiendo limosna desde fuera.

Estaba pálida, delgada, desaliñada, y era pequeña de estatura. ¡¡De pronto se me encogió el corazón!! Suplicaba con un vaso en la mano algunas monedas, por los que por aquella puerta iban saliendo. Estaba haciendo mucho frío, aquella pobre mujer miraba si se podía colar=meter dentro. Pero el guarda jurado que en esos momentos pasaba por allí, la reprobó diciendo también ¡¡eh… tu… vete!! No entres, no me obligues a echarte. No puedes pedir aquí. Ya te lo he dicho muchas veces.

Después añadió con tono amenazador ¡¡no me toques más las narices… fuera!! Cuando vi esta situación tan desagradable, se me revolvieron las bilis en mi interior, al instante metí la mano en mi bolsillo, y al pasar por su lado le di todas vueltas que me dieron en el puesto de las delicatesen. No lo dudé ni un segundo, saque aquel dinero y abriendo mi mano, se lo puse en su vasito de plástico.

Os puedo asegurar amigos que aquella noche buena… yo no pude probar ni una migaja de jamón, pensando en lo sucedido horas antes en el mercado de Sta. Catalina. Mi conciencia… no me lo permitió.

Fin.

Hasta para ser rico… hay que tener clase es una historia con valores enviada por Mercedes Martínez Rubio a EnCuentos.

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