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Recostada en una camilla de enfermos
llegó la hora de mutilar mi cuerpo.

Risas y adiós
expresaban mis amigas
que a coro, reían.

Cruzando pasillos semi-obscuros,
alguien asomaba
curioseando mi presencia.

Ahí, vestidos
con sus atuendos apropiados
el médico y los otros, aguardaban.

Por vez primera, vi,
la pieza de los crucificados
que olía a tibio y a limpio.

Entregándome al bisturí
que el galeno sostenía
me invadió una paz serena.

Controles, palabras, medicamentos
eran los niños que jugaban alrededor mío.

Observando la luz gigante,
de pronto, desaparece el recuerdo,
el presente, todo.

Punto cero quedó mi mente.

¿Qué misterio cruzó mi existencia
en tan breve tiempo?

A vuelta de unas horas
una sonrisa se dibujó en mi rostro.

Agradecida tal vez
porque Dios me trajo
en sus brazos cálidos
a retomar el camino
de mortal viviente.

Fin

Poesía sugerida para jóvenes y adultos

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