Saltar al contenido

Lo que en verdad sucedió en la casa abandonada

Lo que en verdad sucedió en la casa abandonada. Escritor de cuentos infantiles de Capital Federal, Argentina.
Mar de Ajó, 3 de febrero de 1977
casa embrujada
Teníamos 11 años cuando sucedió.
Cuando la piedra voladora casi me golpea la cabeza, comprendí que la casa no estaba desierta,  y que lo que consistía en una historia popular cobró vida al instante en el que mi corazón parecía estallar.  Cuando quisimos huir,  la reja de la entrada se había cerrado y era imposible escalarla,  la empujábamos con desesperación sin lograr abrirla, nadie pasaba por ese paraje ya que la casona estaba en una cuadra dónde sólo habían tres casas más y ninguna de ellas estaba habitada.
Sabíamos que la bruja quería nuestras zapatillas, con ellas podría hacer su pócima y si lo lograba nuestras almas estarían condenadas para siempre.  Nos armamos con dos grandes palos que estaban tirados al costado del maltrecho sendero,  recorrimos lentamente el jardín oscuro buscando otra salida,  sólo nos quedaba rodear la casa para probar suerte en el lado opuesto, y así fue como lo hicimos, nerviosamente brazo con brazo temiendo lo peor en cada momento. Cuando estábamos pasando debajo de un ventanal, de sus rotos vidrios asomó un esquelético brazo pálido con arrugas que parecían surcos grisáceos que no terminaban jamás,  agarrando a mi primo de sus cabellos, la mano mortecina con largas uñas negras no soltaba y el espanto y los gritos se apoderaron de la noche, mientras una risotada que parecía de otro mundo espantó a dos lechuzas que descansaban en el pino.
Con un fuerte golpe del palo, soltó los cabellos del afligido niño, lo que nos permitió correr a toda prisa,  al llegar al fondo de la casa no encontramos alguna salida, por el contrario sólo hallamos tres antiguas lápidas con cruces invertidas.  De nada sirvieron nuestros gritos de pedido de auxilio,  ahora podíamos ver entre las sombras la figura de algo que se acercaba lentamente con trabajo casi lastimosamente.  Por instinto retrocedimos hasta pisar literalmente las fosas y fue en ese momento que sentí inmóviles mis pies, parecían aferrados al suelo, a los dos nos sucedía ese extraño hecho;  por lo tanto nuestros pies salieron de sus fundas de cuero para retroceder aún más hasta la pared cercana.  Fue espantoso ver a la bruja acercarse a nuestras zapatillas,  tomó los calzados;  nos clavó una malévola mirada y volvió lentamente a la casona.
–¿Ahora que hacemos?  –pregunté.
–  Tenemos que recuperar las zapatillas, ya sabes lo que dicen, si la bruja hace algún conjuro con ellas nuestras almas estarán condenadas.  –dijo mi primo.
Estuvimos de acuerdo, debíamos entrar y golpear a la vieja si era necesario para recuperar nuestros calzados y huir lo antes posible de ese lugar de pesadilla.
No costó mucho trabajo abrir la vieja puerta de madera, mientras el caldero hervía la arpía conjuraba con su ronca voz lo que debería ser el sortilegio.
Las dimensiones de espacio-tiempo cobran sentido cuando de repente te encuentras en la situación de sentirte acorralado sin saber como pudo cerrarse aquella maldita puerta.  Apuntándonos con sus afilados dedos venía la vieja.  La puerta entreabierta que estaba a la derecha no parecía tan malévola, nos abalanzamos sobre ella sin prevenir la escondida escalera.  Caíamos hacia un sótano oscuro y maloliente;  ¿Qué podía ser peor?  Que la bruja cerrase la puerta con cerrojo.
Sebastián usó su linterna,  era la única que teníamos.  Las paredes estaban atestadas de frascos antiguos con viscosos líquidos,  tela arañas por doquier y polvo,  el aire rancio parecía impregnarse dentro de nuestros pulmones quitándonos oxígeno.
En penumbras y asustados caminamos  hacia el fondo buscando nuestra salvación,  al final y sobre la pared unas podridas tablas parecían conducir hacia otro cuarto, notamos algo extraño, al parecer y por las escaleras algo se estaba acercando desde la oscuridad, nuestras mentes entendían la urgencia del escape.  Rompimos a patadas las tablas y corrimos casi sin mirar por donde pisábamos, una puerta luego otra más, la casa parecía inagotable;  por fin parecía que el oxígeno hacía acto de presencia, teníamos lastimados los pies nuestras medias daban claras señales de ello.
Mirando por nuestros hombros para ver si algo se acercaba encontramos la puerta que nos conducía
al exterior,  lo extraño fue que ella conducía a la antigua iglesia, cerramos la misma y caminamos hacia la salida cuando una voz masculina nos dijo:
–Hijos ¿De dónde vienen?
Me di vuelta para ver al cura parado justo delante de la puerta que nos condujo hasta ahí.
–Sólo vinimos a rezar –es lo que se me ocurrió decirle.
–¿Y siempre vienen descalzos a la iglesia?
–Es que somos pobres y no tenemos que ponernos –dijo mi primo
–Bueno no se preocupen yo tengo muchos calzados aquí que no uso.
El cura abrió un enorme cofre que se encontraba a su derecha, y pude ver que estaba atestado de zapatos y zapatillas de todos los colores.
–Vengan,  elijan alguna –dijo el párroco.
Revolvimos buscando algo parecido a nuestra talla, para nuestro horror encontramos nuestros calzados aún mojados, nos miramos y casi instantáneamente observamos al cura que sonría burlescamente, rozando casi lo diabólico.
Como dos saetas corríamos hacia la entrada asustados y al mismo tiempo felices de haber recuperado nuestras almas.
Fin

Califica esta entrada

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo