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La voz de mi conciencia ◁ «Siempre he estado a tu lado, pero no me conoces…»

Por Luisa Cabero Cabieses. Cuentos espirituales.

La voz de mi conciencia. Escritora de cuentos espirituales de Perú. Cuento sobre la conciencia. Cuento sobre la voz interior.

La voz de mi conciencia

La voz de mi conciencia - Cuento

Bonifacio era un hombre que había pasado la mayor parte de su tiempo tratando de instruirse a su manera para llegar a ser un hombre feliz. Él se consideraba muy sabio, pero como su sabiduría no era modesta, esta no cumplía con su objetivo. Al principio, con el dinero que ganaba le iba bastante bien, pero como le entró la ambición de querer ganar cada vez más, esto lo llenaba de angustias y pesares.

Un día comenzó a sentir que algo le sucedía, porque el vacío que llevaba su corazón comenzó a manifestarse en él hasta el punto de desesperarlo. Y sintiendo que pisaba fondo, sin saber ya qué hacer, se quedó dormido. Y soñó que se encontraba parado en un lugar desconocido para él.

Y exclamó:

¿Qué lugar es este? –se dijo–. Cuánta oscuridad hay aquí, Dios mío, ¿qué me está sucediendo? ¿Me estaré volviendo loco? O quién sabe, estoy soñando y no lo sé.

Bueno –le contestó una voz muy lejana a él–, tú estás soñando pero vas a despertar cuando comprendas que la vida no era como tú la entendías.

¿Quién me habla?, –preguntó Bonifacio muy consternado.

Soy la voz de tu conciencia y siempre he estado a tu lado, pero no me conoces porque tus oídos siempre estuvieron dispuestos a escuchar las cosas que te producían alegría momentánea y satisfacción personal. Pero como ya llegó el momento de que nada te motiva, no tuviste otra alternativa que escucharme a mí, lo cual ha sido algo mucho mejor, porque pronto vas a dejar de escuchar al ego absurdo que no te permite ser feliz, así te harás un hombre sabio de verdad cuando tu conducta cambie.

¿Mi conducta?, –le contestó Bonifacio–. ¿Qué de malo tiene? Además he pasado la mayor parte del tiempo trabajando e instruyéndome para no equivocarme en nada. ¿Acaso ves en todo esto algo malo?

No –le contestó la voz–, sólo que con lo que has aprendido no te haz hecho mejor persona y tus objetivos sólo apuntaban a lo material, o me vas a decir que no fue así, si ni siquiera dormías por esto.

Bueno –le contestó Bonifacio–, fue porque siempre he ansiado sentirme seguro y feliz en la vida. Pero si no tuviese el dinero suficiente para satisfacer mis deseos, ¿qué cosa podría conseguir y por qué fin viviría? Estaría aburrido todo el tiempo sin saber qué hacer.

Te quiero hacer una pregunta pero me la vas a contestar en forma muy leal –le dijo la voz.

Por supuesto que sí –le contestó él.

En algún momento de tu vida, mientras pensabas cómo enriquecerte, ¿consideraste también cómo hacer para que otros seres puedan beneficiarse de alguna manera? Porque no te estoy pidiendo que renuncies a nada ni que vayas en contra de tus propios intereses, sólo te digo si consideraste en algún momento a los seres, que sufriendo por diferentes motivos, necesitan que alguien se acuerde de ellos.

La verdad que no –le dijo Bonifacio.

Y si no ha sido así, cuántas cosas más habrás omitido en tu vida porque no me llevabas presente. Entonces, pues, no pretendas ser feliz porque esto no es así. Pero como comprendo tu situación comenzaré a instruirte, conmigo aprenderás lo que quien sabe muy poco escuchaste. ¿Sabes? La bondad hace que el hombre vea otras realidades que el mundo no ve, y cuanto más bondad lleva el hombre en su corazón, más feliz es. Por eso, es muy importante que tenga en cuenta la vida espiritual si es que en verdad desea alcanzar la felicidad tan anhelada, la que muchos buscan donde no se encuentra.

Entonces, ¿cómo hacer para encontrarla?, porque siempre he ansiado sentirme feliz en la vida y nunca lo he logrado. ¿Será que he vivido con una percepción errada de la vida? Y todo lo que me he instruido, qué, ¿tampoco cuenta? –le volvió a decir.

Por supuesto que sí –le dijo la voz–, sólo tienes que profundizar más tus conocimientos, para que dejes de escuchar al ego que confunde la vida que Dios te dio para que seas feliz. Te aconsejo, entonces, que comiences por meditar mucho para que veas el fin por el cual tú vives.

¿Por meditar? –replicó nuevamente Bonifacio–, si nunca lo he hecho y no sé ni cómo empezar.

La voz le contestó:

Y ese ha sido tu problema, por esta razón te aseguro que ni siquiera sabes a ciencia cierta quién eres ni qué es lo que realmente quieres. Pero no te preocupes, sólo tienes que poner voluntad en ello y tener el corazón dispuesto a escucharme desde más adentro. Así podré hablarte mejor, haciendo que veas realidades mayormente profundas que te irán haciendo sabio de verdad.

Cuando esto te suceda la virtud se asomará ya por la ventana de tu corazón y te iluminará la vida. Ella es la que me tiene presente en todo momento y la bondad es su mejor amiga, por eso en ella no puede existir nada que la oscurezca ni la haga fea.

Más bien, su apariencia es bella y perfecta, su luz hace que todo lo vea claro, por eso no se equivoca en nada y si necesita algún dinero, sin ir tras él, viene prácticamente solo como por encanto, y todo porque ese no es su mayor fin. Los problemas a ella no la asustan porque sabe cómo resolverlos aunque se muestren rebeldes, y sin buscar la felicidad le viene también como consecuencia a su bondadoso corazón. ¿Te das cuenta ahora, que te faltó esta clase de sabiduría para que seas feliz en la vida?

–le dijo Bonifacio–, y ahora lo estoy viendo ya todo más claro, porque mis ojos han empezado a ver diferente.

Así es –le dijo la voz–, porque tu corazón se está sensibilizando y los sentimientos que llevabas dentro han empezado a aflorar tal como realmente son. Y te digo: pronto gozarás de la luz divina si sigues escuchándome, y dejarás de tener oscuridad en el alma, así no volverás a decir ¿qué lugar es este? Cuánta oscuridad hay aquí.

¡Ah!, ¿así que en mi alma había estado la oscuridad que me agobiaba sin que yo lo sepa?

Así es –volvió a decir la voz–, por eso estuviste incapacitado de poder escucharme espiritualmente, porque tú lo hacías pero a tu manera y cuando querías.

Bonifacio, escuchando a la voz, comenzó a sentir muchas culpas que empezaban ya a manifestarse en él, las cuales habían sido generadas por el egoísmo que él no percibía, y que lo había tenido adormecido para que no se diera cuenta de nada.

Y muy arrepentido por el poco amor que había demostrado en su conducta, dijo:

No deseo que la oscuridad me vuelva a atrapar, porque teniendo ojos no es posible que ésta me haya envuelto en su ceguera para que no descubra que mi actitud era como la de un pobre tonto, que no tiene la capacidad de poder reflexionar con mayor juicio. Entonces, desde ahora la meditación será mi mejor alimento.

La mañana está soleada –se dijo–. No sé, pero tengo ganas de estar en contacto con la naturaleza. Iré al parque, a aquel que está cercano a mi casa.

Y así lo hizo. Una vez que estuvo ahí, respirando aire profundo, decidió sentarse en una de las bancas, tratando de serenarse para ponerse a meditar, ayudado por la paz que envolvía ese lugar.

─ Qué hermosas son las flores –se dijo–, y cuánta belleza hay en ellas que hacen embellecer el ambiente donde se encuentran. Y si Dios ha hecho tanta maravilla en la naturaleza, siendo el hombre una obra de Él, cuánta belleza habrá puesto en su corazón. Porque si es así ya no buscaría el paraíso de los deleites, sino aquel paraíso que tiene en el alma misma.

¡Cuánta riqueza, Dios mío! ¿Será esta la riqueza que hace que el hombre pueda pensar también en los demás? Porque yo buscaba sólo mi propia felicidad, sin tener en cuenta las desdichas ajenas. ¡Qué grande eres, Señor de mi alma! ¿Cómo has podido hacer en el hombre una obra tan perfecta? Claro, pero si eres Dios y lo puedes todo. Tú nos das la vida para que seamos felices, sólo que lastimosamente muchos hombres no la entienden porque no aprecian Tu sabiduría, de lo contrario la habríamos valorado más que a una piedra preciosa.

Pero para que esto suceda –añadió–, debemos aprender tanto bien… Será, entonces, que debo empezar por gobernar todos mis deseos desordenados y someterlos a la voluntad de Dios, y no que haga lo que a mí más me agrade. Porque cuántas vidas se pierden por falta de este entendimiento, que capacita para que se pueda demostrar mejor la humanidad.

Por eso, yo no debo satisfacer ya a mi amor propio, porque esto es lo que me impide progresar y me llena de infelicidad, pero dejaré de sufrir inútilmente cuando asimile las cosas con mayor reflexión, así aceptaré sólo el sufrimiento que engrandece mi alma, porque he visto que he vivido con muy poca caridad por lo que no he tenido compasión ni misericordia con nadie.

De pronto, la voz que se acercaba a Bonifacio cada vez más, le dijo:

Te das cuenta que has estado muy lejos de sentirte un hombre sabio, porque no llevabas lo primordial que tienen los verdaderos sabios, que no toman en cuenta tanto lo que saben sino el bien que hacen. Porque ¿qué sabiduría es la que enseña a ser egoísta y habla muy poco de bondad?

Sí, te entiendo –le dijo Bonifacio–, porque yo he sido uno de los que no tomaba en consideración lo que hacía sino lo que sabía. Qué presunción tan absurda la mía, y pensar que ni siquiera sé por qué habré sido yo así. Pero bueno, lo importante es que he empezado a cambiar y estoy hablando en forma más reflexiva.

Así es –le dijo la voz–, y ya pronto vivirás feliz si llegaras a considerar a la reflexión como tu mejor alimento.

Claro que sí –le contestó Bonifacio–, porque ahora sé que la reflexión es el alimento que robustece y salva el alma de enfermarse de tanta fatiga y pena, y todo porque caemos en lo absurdo. Y si supiésemos que la felicidad es sólo un estado del alma, dejaríamos de buscarla en las cosas transitorias, que si bien es cierto también son necesarias para nuestra existencia, no son primordiales para que uno sea feliz.

Así es –le contestó la voz–, y te das cuenta ahora, ¿por qué te pregunté si pensaste en algún momento por los seres que sufren por diferentes motivos?

Sí, pues –le contestó Bonifacio–, y cómo hacerlo si en esos momentos me coronaba la indiferencia; además, tenía el corazón más duro que una roca. Esto no ha permitido que yo me sensibilizara con nada ni con nadie, ya que caminaba sólo con el escudo de la incredulidad y la desconfianza. Pero ya no será así, en adelante estaré dispuesto a cambiar, y que Dios me perdone por todas las cosas que dejé de hacer cuando estuvieron en mis manos.

Te felicito, Bonifacio, porque ahora veo en tu corazón la humilde contrición de un hombre arrepentido. Y sé también que me darás descanso, ya que en mí pesaban todas tus culpas.

Sí, lo entiendo –le dijo Bonifacio–, y muy pronto te haré vivir con mucha paz y alegría de corazón. Y pensar que yo desconocía que tú habitabas en la conciencia de todos los hombres. Que no escuchen, pues, la voz de su propio yo, si es que desean vivir siempre con buen ánimo. Porque este no cambia si nuestra vida se basa en el testimonio de nuestra propia conciencia.

Qué palabras tan sabias salen ya de tu boca, Bonifacio –le dijo la voz–, y hasta tus ojos se han llenado de luz y te veo feliz. Tanto que ni siquiera te has dado cuenta que amaneció y que ya vas a despertar. Te quiero decir algo más, tengo que reconocer que me tuviste paciencia en todo lo que yo te enseñaba, me valoraste y me demostraste humildad de corazón. Por esto, nunca más volverás a sufrir por lo que no tiene mayor importancia.

Y así sucedió, cuando Bonifacio despertó, con la felicidad que lo acompañaba, al sentir que ya nada malo lo ataba, dijo:

¿Quién puede, Dios mío, desafiar a la voz de la conciencia, después que se ha hecho presente con tu gran sabiduría? Porque sería ya demasiado tonto quien lo haga.

Yo por mi parte nunca más me apartaré de ella ni volveré a dormir el sueño de los insensatos, que ni duermen por buscar lo que les va a producir dolor de corazón. Por este motivo, hasta su propia voz termina por confundirlos.

Pero a mí ya nada de lo que viví me quitará el sueño, a no ser que lo siga haciendo sólo para despertar cada día más, con la felicidad de poder vivir con una conciencia tranquila y llena de paz. Y pensar que es ahí donde uno la encuentra, ¡qué feliz me siento!, porque ahora comprendo que todo me vendrá sin angustias ni pesares y viviendo por un fin mayor.

Fin.

La voz de mi conciencia es un cuento de la escritora Luisa Cabero Cabieses © Todos los derechos reservados. Obra protegida por el Decreto Ley Nº 822 sobre el derecho de autor del Perú.

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